Circo ilusiones
La autora escribió el cuento “Circo Ilusiones, de los Hermanos Villalba”, basado en una historia real, en el “Taller de los Miércoles”.
Nelly Piccirilli *
Doña Francisca vivía en el pueblo desde hacía poco tiempo. Habitaba una pequeña casa comprada con los ahorros que fue juntando en muchos años de trabajo como cocinera, en distintas estancias de la zona. Aunque no fueron muchas. Eso, fue al principio, pero a medida que se afianzó en su oficio, también lo hizo en su lugar de trabajo, tanto, que los últimos veinte años los pasó con los mismos patrones.
Ahora, tenía su jubilación, magra jubilación, que estiraba y estiraba, logrando arañar el fin de mes De leer y escribir, poco. Más bien,nada. Siempre pensó en aprender, pero fue pasando el tiempo y nunca se decidió. Ahora, lo lamenta.
Mirando hacia atrás, con sus setenta años, casi no hay recuerdos. Muchos hermanos, mucha pobreza, ayudando a cocinar desde los ocho años, aprendió el oficio y así pudo desenvolverse en la vida. No recordaba otra cosa que no fuera trabajar. Ni marido, ni hijos. Nada. Sus hermanos, todos lejos.
Una tarde distinta.
Esa tarde de primavera, serena, luminosa, se había sentado en la vereda, como solía hacerlo con frecuencia. Eso le daba la oportunidad de conversar con alguna vecina, o con alguien que pasara. Todos se conocían en el pueblo.
Pero fue una tarde distinta. Las calles con gran revuelo. Con gran barullo. Había llegado el circo “Ilusiones, de los Hermanos Villalba”. Propaganda con música, bocinas, altoparlantes. Algarabía para los vecinos asomados a escuchar, a mirar, a comentar. Un payaso sobre altos zancos, en increíble equilibrio, daba pasos de baile. Un enano, con sonrisa dibujada, desparramaba y repartía vales de entrada para el circo, mientras anunciaba con una enorme bocina: retire su vale gratis, nadie debe faltar, los esperamos…
¡Dos entradas!
Al oír, doña Francisca se dijo, por lo menos yo no voy a faltar, y dejando presurosa la silla, se acercó a retirar su vale. Cuando vio que le dieron dos, pensó, mejor, así iré dos veces. Y, mientras dejaba que se alejara la voz sonora que repetía la propaganda, entró en su casa y guardó los dos vales en un jarrón vacío, regalo de su última patrona, bueno, en realidad, como estaba rajado y lo iban a tirar, ella se lo pidió, y bien que le adornaba la mesa de la cocina. Las personas en cuyas casas trabajó fueron siempre buenas, pensó en ese momento. Claro, era una cocinera de primera, como se dice, una artista para los tamales de humita, ni hablar de la mermelada de ciruelas, del lechoncito al horno con batatas o de los tibios scones.
La perspectiva de ir al circo la ponía feliz. Había ido un par de veces, con los hijos pequeños de los patrones. Hacía muchos años. Muchos años…
Llegó el día.
Parecía que el domingo no llegaría nunca. Pero llegó. Tibio. Calmo. Soleado. Preparado como para que su paseo no tuviera el menor nubarrón.. Después de almorzar y hacer la limpieza, empezó a prepararse con su mejor ropa, los zapatos de salir bien lustrados y en lugar del monedero habitual, usaría la cartera de cuero negro regalada por esa gente que la querían tanto. Si hasta iban a visitarla y siempre con algo en la mano. Busco uno de los vales, lo guardó en la cartera a la que estaba poco acostumbrada, con tantos cierres y divisiones.
Llegó un buen rato antes al circo, para tener mejor ubicación y no perderse nada de la función.
La letra chica.
En la puerta, un hombre con traje de colores brillantes y guantes blancos, recibía las entradas. Cuando le tocó el turno, entregó su vale, dispuesta a pasar. Quedó como petrificada cuando el portero la detuvo y señalándole las letras chiquitas de abajo, se las leyó: con este vale abona el 50 por ciento del valor de la entrada. ¿Comoooooo!? un 50 por ciento, o sea... Para qué iba a esforzarse en un cálculo inútil, si sabía que en su cartera solamente había un pañuelo, un par de anteojos y juego de llaves. El altoparlante decía retire su vale gratis… y ahora aparecía la letra chiquita diciendo que vale y entrada no eran lo mismo. Qué sabía ella de esas trampas.
Vacía, de regreso a su casa, donde ligerito tiraría a la basura el otro vale, su cara bonachona y noble, mostraba el desencanto más desencanto que alguien haya visto jamás.
Doña Francisca estaba afuera de la jungla de la civilización.
* Escritora
Artículos relacionados