El Caldén Vallado
Sobre la calle Raúl B. Díaz, en Santa Rosa, se encuentra un caldén protegido con vallas. Ese árbol, referente de nuestra provincia, cuenta con años de vecindad y esperas. En este relato conocemos su historia.
Juan Aldo Umazano *
Bajo la sombra de ese caldén, la gente esperaba para tomar el colectivo. Además, era el único medio público que había para llegar al centro. En ese lugar terminaba Santa Rosa. Los pocos vecinos que venían a tomarlo eran de Malvinas Argentinas, Villa Elisa y Villa Germinal; que en ese entonces era un descampado. A este último barrio, la Municipalidad le iba trazando algunas calles, a medida que se lo habitaba. Solo había algunas casas hechas con sacrificio por vecinos que no eran albañiles. La Municipalidad ya había trazado las calles del barrio, pero los yuyos volvían a crecer y desaparecían. De esa manera los pocos que moraban peleaban con una realidad difícil; caminaban sobre una calle con menos yuyos, muy pocos días.
Recuerdo una familia que para tomar el colectivo con sus tres hijos, caminaba como quinientos metros por un caminito de hormigas.
Hoy pienso en este caldén que nos prestaba su amparo y lo utilizábamos de garita.
Quien escribe esta nota, después de muchos años siendo concejal y enterado que lo sacarían porque estaba en medio de la vereda, presentó un proyecto declarándolo de Interés Municipal. De esa manera se salvó. Pero todo sucedió porque recordé su historia. Las mañanas de heladas blancas, cuando el vecino que llegaba primero prendía un fueguito para que se calentara los que esperábamos el colectivo. Mientras zapateábamos alrededor del fueguito, se encendían conversaciones, porque nos conocíamos de encontrarnos para tomarlo todos los días. Sabíamos en qué lugar trabajaba cada uno. Había albañiles, pintores a brocha gorda... Había uno que hojeaba el diario del día, que después utilizaría para hacerse el gorro de papel que le cuidaría el pelo cuando lijaba las paredes. El empleado de comercio no veía el día que el horario se unificara para no tener que volver al mediodía a su casa y tomar cuatro veces por día el colectivo. Eso le traía dos problemas; el tiempo y el costo de pagar dos boletos más.
Estudiantes, muy pocos. En ese entonces, muchos hijos debían ir a trabajar y así aportar dinero a la casa. La vida de aquellos jóvenes no era la de ahora, que es obligación hacer el secundario. Sí recuerdo, por las tardes, algún joven o alguna joven, llevando un estuche con guitarra. Era la época que se cantaba folklore. Esa afición por tocar la guitarra y cantar lo nuestro, era la consecuencia de aquella ley, exigiendo a los medios de difusión que se debía reproducir nuestra música. En las casas, había una sola estación que comenzaba a emitir a las diez de la mañana y era Radio Nacional. En las casas se la encendía media hora antes para esperar en silencio hasta la hora que comenzaba. En ese tiempo los locutores no eran animadores. Sólo anunciaban.
El caso, que cuando subíamos al colectivo solía quedar el fueguito encendido porque no había ningún peligro de incendio, ya que la tierra bajo el caldén de tanto pisar la gente, estaba pelada y dura. Y cuando otro colectivo volvía a los 20 minutos, otros vecinos le agregaban algún palito que duraba hasta que viniera el próximo. Durante el verano, todo lo contrario; su sombra rala nos servía para que el sol no nos achicharrara tanto. Los días de lluvia, sólo algún vecino la suplantaba con su paraguas, que solía compartir con quien estaba a su lado, más si había criaturas, madres embarazadas o con bebé.
Los domingos y feriados, ese caldén debía quedarse solo, mirando el colectivo vacío que partía para cumplir con el horario.
Hoy, no todos saben por qué ese caldén está vallado con esos viejos caños que se utilizaban para sacar agua con los bombeadores. A medida que pasa el tiempo esa pregunta se aleja más, nadie la contesta y se queda solo.
Por eso, esta nota sobre ese caldén vallado que hay en la calle Raúl B. Díaz frente al Hospital Favaloro. Que aún ofrece su refugio.
* Actor, escritor, dramaturgo y titiritero
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