El cebador de mate
El autor comparte con los y las lectoras de Caldenia uno nuevo de sus hermosos relatos. En esta oportunidad, conocemos al niño cebador de mate en un barco pesquero.
Juan Aldo Umazano *
El mar estaba calmo. El niño con un sombrero de trapo, lo mira sosteniendo un termo en la mano. Era uno de esos días que podría trabajar. Volvió a mirar el mar azul. Sabía que cuando estaba muy picado, nadie se internaba. Al rato apareció una camioneta, bajaron dos hombres y armaron la carpa. Eso significaba que acamparían dos o tres días. Una vez que terminaron, uno de ellos le gritó: -¡Ya vamos!
Los dos se colocaron sombreros.
-Estamos primeros-, gritó el otro. Lo dijo como recordándole que sería él quien les cebaría mate cuando se embarcaran.
Los hombres bajaron una heladera grande con hielo seco dónde guardarían lo pescado. A las cañas largas y gruesas la traían en el hombro.
El niño se embarcaba siempre con ellos.
Recordó aquella vez que debieron amarrarse al banco que cruzaba la lancha, para no caerse. Sobre ese asiento que iba de estribor a babor, el niño siempre apoyaba el termo con el mate. Su única obligación era cebar continuamente. Para eso debía mantener el agua caliente y lo hacía en una garrafa chiquita con mechero. Todos los elementos que utilizaba, eran de los pescadores. Incluso la yerba. Menos el termo regalado por su madre que le había dicho: “Esto es tu herramienta de trabajo”.
- ¿Qué saldrá de tanta agua?-, pensaba el niño-. ¿Un gattuso? ¿Una corvina?
- A esa respuesta los pescadores la perciben por el temblor de la caña y la distancia de la costa.
Cuando llegó la tarde, comenzó la pesca. - Pueda ser que tengan suerte-, se dijo el niño.
El año pasado, cuando caminaba por la playa, vio un hombre que pescó un tiburón.
Luchó contra esas poderosas mandíbulas y dientes afilados. Lo dejaba alejarse, después lo traía. Así estuvo mucho tiempo hasta cansarlo. Al fin pudo acercarlo hasta la playa, se alejó prudentemente y le pidió a la gente que no se acercaran. Y cuando estaba casi muerto, cerrando y abriendo la boca, le ensartó una lanza larga.
Los días que se embarcaban, no se respetaba la hora del almuerzo. Cuando tenían hambre comían y lo invitaban con sánguches y gaseosa. Lo que nunca hacían, era tirar la botella de plástico al agua. Después de desembarcar la dejaban en un canasto grande de alambre, donde el personal municipal la recogería. Esa tarde, miraban los dos las cañas, para saber si había picado algo.
Una tarde, embarcado con ellos estaban atentos al temblor de las cañas y él, concentrado en cebar mate. La tormenta se vino encima y estaban lejos de la costa.
Hoy el sol pica en los brazos y las caras.
El niño sabía que en su casa esperaban que volviera con dinero para comprar mercadería.
El problema era cuándo el mar estaba picado y nadie se embarcaba. Ese día no trabajaba. Diga que la única despensa que había le fiaba a su madre. Así transcurría la semana y esperaban que viniera su padre, que manejaba una motoniveladora y sólo los fines de semana, aparecía en la casa. Justo cuando él se trasformaba en cebador de mate. Las noches de los sábados y domingos la familia podía cenar y estar junta. Momentos que el niño espera con ansiedad para contar cómo había andado la pesca y a él, como cebador de mate.
Cuando era más niño le pedía al padre que lo llevara una semana, pero siempre le negó el pedido, porque durante el día quedará solo en la casilla, y arriba de la máquina con él se le iba a hacer más que largo el día. Además, el padre no volvía a la casilla que estaba lejos y a un costado de la ruta, bajo un árbol. En ese lugar se hacía un pequeño asado y seguía trabajando. El niño, como todo niño, se imaginaba el trabajo de su padre; jugaba con una madera que hacía de motoniveladora y arreglaba rutas imaginarias.
Era muy tarde y los hombres se pusieron inquietos, porque habían dejado cargando los celulares en la camioneta. Cualquier problema no hubiesen podido avisar. Ambos serían culpables de ese aislamiento. Por suerte no hubo necesidad de hablar para pedir auxilio.
No fue mucho lo que pescaron ese día. Pero les quedaba el resto de la semana para llenar la heladera.
Cuando pisaron tierra, el niño se fue a su casa con el dinero ganado y un pejerrey de regalo. De lunes al viernes debía ir a la escuela.
* Escritor, actor, dramaturgo y titiritero
Artículos relacionados
