El Costurero
Un hombre, un botón y la ilusión de conquistar a una mujer. Aldo Umazano nos presenta un nuevo relato para Caldenia. Uno más que se suma a la larga lista de escritos publicados en este suplemento.
Juan Aldo Umazano *
Desde que está solo, tropieza seguido con problemas. Y en ocasiones como éstas, no tiene más remedio que solucionarlas. ¡Cómo iba a andar sin un botón! Miró la hora en el reloj de pared. Abrió la tapa del costurero y arriba de todo estaba la almohadilla con tres alfileres de cabeza. Sacó la almohadilla, la puso encima de la mesa, y empezó a revolver para encontrar el botón. Detuvo su mirada en uno blanco, pero tenía dos agujeros. La vez que puso uno de dos agujeros, debió pasar muchas veces el hilo para que aguantara más. Además, el hilo no era tan resistente como antes. Eso es lo que dice su madre que es costurera. Por eso debía reforzar bien el botón a la tela.
Había de todos colores y siguió buscando. Algunos fuera de moda, otros eran clásicos como el de las mangas del saco del traje que ya no se usaba.
Lo que es el sonido. Cuando se revuelve una caja llena de botones viejos, viajamos hacia atrás. Sucede lo mismo con las antiguas canciones y los viejos olores.
Sacó un botón y lo miró. Lo menos que importaba era el color porque los escondía el cubre bragueta. Pero, después vino el cierre y los reemplazó.
Vio un botón celeste, del mismo color que tenía la corbata de goma espuma. Aquella corbata fue muy práctica. La mañana que se levantaba tarde cuando cursaba el secundario, la enganchaba en el cuello inglés mientras caminaba por la vereda. Recuerda que los compañeros más grandes, al pasar le pegaban un tirón que se la cortaban. Quedaba el nudo como un triángulo envuelto en una especie de chapa de plástico que le daba forma. En un mes a él le cortaron tres corbatas. El cree que por eso la dejó de usar. Era antieconómico. Al final, su madre le dijo que debía volver a la de tela, porque tenía varias y podía combinarla con las camisas y los sacos.
Se colocó el saco y se miró en el espejo. Estaba correctamente vestido. Debía ponerse el corbatero, para que a la corbata no la volara el viento. Ahora sí. Podía presentarse ante las secretarias de los doctores que estaban en la mesa de entrada. Pero en su cabeza tenía una. Las otras, lo atendían muy bien, pero ésta era la más hermosa.
Nadie sabía que la quería seducir. Si aceptaba encontrarse con él fuera del trabajo, repetiría esa vestimenta, de lo contrario se pondría la de todos los días, como fundamentando que siempre había que hacer algo después de trabajar.
Todavía no había encontrado el botón.
Revolvió apurado tratando de llegar al fondo del costurero, y vio que muchos botones eran para prendas femeninas. Le daba rabia que no hubiera ninguno azul que coincidiera con los otros azules que tenía.
Miró la hora. Le quedaban cinco minutos para llegar al primer consultorio que estaba a unas veinte cuadras. Llegaría, siempre y cuando encontrara el botón para coserlo.
Se puso a revolver más apurado y se pinchó con una aguja chiquita, de esas que son imposible de enhebrar. Antes había un enhebrador, pero ahora no lo ve. ¿Dónde estará? Había también una escarapela.
En el trabajo le exigían ir bien vestido.
Al fin encontró un botón blanco que era para camisa. Rasguñó un poco el fondo del costurero hasta que lo pudo sacar, y después se puso enhebrar la aguja; de casualidad pudo en el primer intento. Utilizó todos los agujeros. Y del lado del forro, lo aseguró con dos nudos quedando como de fábrica. Como estaban en la Semana de Mayo, sacó la escarapela y se la coloco en el lado izquierdo del pecho.
Alzó los bolsones de nylon llenos de propaganda de los laboratorios, subió al auto, y se fue deseándose suerte.
* Escritor, titiritero, actor y dramaturgo
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