Jueves 02 de mayo 2024

El cura teatrero

Redaccion Avances 14/08/2022 - 12.00.hs

Relato sobre un obra en un escenario particular, con un actor particular. Una historia que, casi 60 años después, queda marcada a fuego en la memoria del autor de este texto.

 

Juan Aldo Umazano *

 

Fue en el año 63, antes de hacer el servicio militar. Yo estaba en la compañía de teatro Los Pinochos, dirigida y creada por David Ratner. En esos tiempos pensábamos que el mundo se arreglaba haciendo trabajo cultural –no era tan protagonista el dinero–.  Vivíamos recorriendo escuelas rurales y pequeñas poblaciones en un Packard 39, ocho cilindros en línea, igual al de la serie Los Intocables. Cuando me fui, me reemplazó Héctor Babenco; quien después fuera director de cine. Una de sus películas, Pixote, obtuvo el Oscar. También formaba parte del elenco Rubén Barbieri, hijo de actor ya que su padre trabajó en la primera película nacional que se llama La Revolución de Mayo, filmada en 1909.

 

Acerco estos datos, porque en ese momento el amor por subir a las tablas y comunicarnos, era políticamente más importante que construir una carrera de actor en Buenos Aires.

 

Un día, estábamos en Concordia, cuando David salió a programar funciones en los pueblos cercanos. Y sin decirnos nada se cruzó al Uruguay. De esas giras hay algunos hechos que no olvidaré. Como aquella vez que el cura de un pueblo nos contrató.

 

La tarde de la función, bajamos los bártulos del taxi, y entramos a la iglesia. Pensamos que atrás habría un espacio donde se haría la función. El cura apareció, nos saludó, y señalando el piso, dijo: –Aquí se hará la función. Lo que sí, tenemos que armar antes que lleguen los chicos–. Con cierta incertidumbre nos quedamos esperando al lado de las valijas. El cura, después de caminar hasta el altar, señaló que nos acercáramos. Entre los cuatro corrimos el altar que estaba sobre ruedas, y apareció el escenario; funcionaba como el portón de un taller mecánico. El altar quedó oculto detrás de unas cortinas inmensas. Seguramente se dio cuenta que nos había sorprendido, porque agregó: –No es la primera vez que en este escenario se hace teatro. Incluso, cuando fue necesario los protagonista se besaron–. Le alabamos la originalidad de transformar en cinco minutos una iglesia en teatro.

 

–El público es lo más importante–, nos dijo. –Y en este caso son los fieles–.

 

Acercamos los bancos al escenario y quedó lista la sala.

 

Como en cada función hacíamos participar un niño del público, le preguntamos si conocía alguno que lo pudiese hacer:

 

–Hay muchos, y muy despiertos. Pero no se preocupen, lo hago yo–.

 

Le contamos el argumento de la obra, por dónde debía entrar, y que llegado el momento le avisaríamos. El texto eran sólo dos palabras: –“¡Auxilio Vigilante! ¡Auxilio, me robaron!”–.

 

Mientras armábamos la escenografía, el cura desapareció. Y antes de comenzar, ya estaba en su lugar, listo para entrar a escena.

 

Me acuerdo que lo hizo a los gritos, diciendo que le habían robado los chupetines. El Vigilante Severino –que interpretaba David– quiso saber dónde. –No me acuerdo. Menos mal que tengo éste–, y sacó uno del bolsillo.

 

Mientras lo desenvolvía, Severino le dijo: –Vaya atrás de la cortina, y disfrute el chupetín mientras busco los ladrones–.

 

La obra siguió, y al terminar, el cura apareció con una bolsa llena de chupetines.

 

–Son los que recuperó Severino–, dijo. Y recibió el aplauso cerrado de los niños.

 

Después regaló uno a cada uno.

 

Haber hecho teatro en un escenario así con la actuación de un cura como éste, fue inolvidable.

 

Cuando íbamos en taxi al Hotel, David que era judío casado con una alemana, dijo:

 

– Este cura en cualquier momento saca el confesionario a la plaza y le pone amplificación para que escuche el pueblo–. Reímos.

 

* Actor, titiritero, dramaturgo

 

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