Martes 26 de marzo 2024

El dilema de la tolerancia

Redaccion Avances 28/08/2022 - 12.00.hs

El 12 de agosto pasado el escritor Salman Rushdie sufrió un ataque violento que lo dejó internado y luchando por su vida. El hecho, ligado al contenido de sus escritos, despertó la necesidad del texto que sigue a continuación.

 

Nicolás Jozami *

 

Con urgencia escribo esto. El otro día, varias veces en varios días, hablábamos con colegas escritores –por caso con Raúl Vidal– sobre la meridiana importancia que tenían los autores de antaño para incidir e influir políticamente, para mover el guiso social digamos, cosa que ahora –nos entendíamos– no sucede para nada. Antes un autor podía movilizar y hasta desestabilizar gobiernos. El caso de Zola en el Yo acuso, por ejemplo, o la obra teatral Las moscas, de Sartre o aquí en Argentina la Eva Perón de Copi demuestran cómo el dial social (y moral) puede saltar a partir de las ideaciones estéticas (convengamos que las obras son eso ¿no? un trabajo con las ideas y las formas) de sus creadores que reformulan y llevan dudas a los lectores, espectadores y gente que se enfrenta con ellas en una época determinada.

 

Con la urgencia de lo sucedido escribo esto. La lentitud y rumiación a la hora de escribir es un atributo, una virtud innegable, no lo discuto. Lxs artistas tienen una espada de Damocles encima en el discurrir social: no deben perder la singularidad de su expresión, pictórica, musical, de escritura, la autonomía de lo que pueden y/o logran producir, lo que muchas veces los lleva a ser o sentirse una rara avis en la comunidad. Las estéticas no se sindicalizan, son unilaterales, y un autor vale más por su juego de separación con el sentido común que por su contaminación con él. Ahora bien, quienes ejercen esas estéticas tienen los pies en la Tierra; lo sucedido con Salman Rushdie impele a tomar partido. Puede que Rushdie sea un autor que no esté en la esfera de lecturas de alguien; no puede ser que, a esta altura del partido, alguien sufra un atentado por las ficciones que idea. Los versos satánicos, publicado en 1988 le valió la “fatwa”, una condena a muerte del estado islámico por blasfemar sobre el Corán, Alá y las disposiciones sagradas de esa religión, lo que tornó la vida del autor indio-británico en un juego de escondidas y clandestinidad (y fama y política, también) que con el paso de las décadas fue una incordiosa novela tanto más profusa que las de su propia producción, irónicas y sentenciosas. 

 

Con la urgencia de lo sucedido escribo esto para solidarizarme. El ataque mortal a Rushdie en medio de un acto en la zona oeste de Nueva York pone en tensión nuevamente el alcance de lo que la literatura –en este caso– puede provocar en mentes, individuos, gobiernos y Estados. Se debe repudiar este tipo de manifestaciones y actos; pero vamos un poquito más allá: no se debe obliterar tampoco el trabajo sigiloso y permanente que debemos hacer como comunidad humana para poner en práctica que la libertad de expresión es un derecho humano adquirido y que lo que hace es devolverle su salud –aún con textos blasfemos, enfermizos, tóxicos o lo que quieran poner ahí– cada vez que logra algo que supera su propio tiempo. Tampoco seré políticamente correcto: cada unx de nosotrxs tiene su hoguera personal (entiendo que abstracta) donde tirar nuestros textos más despreciados, esos que no consideramos buenos, ni literarios y hasta nos parece un atentado contra la pureza angustiante del Arte. En la música quizás es más claro: qué manifestación musical o ritmo nos parece no sólo malo, sino que habría que sacarlo de circulación porque atenta contra los verdaderos valores y la armonía preestablecida.

 

Con la urgencia de lo sucedido escribo esto para solidarizarme e intentar pensar. No hay que ser ilusos: aquél atentado en el diario Charlie Hebdo en 2015 puso en el tapete hasta dónde es posible llegar con las manifestaciones artísticas; de un lado quienes postulan que el Arte (o lo que consideramos que tiene tal cualidad) puede inmiscuirse hasta en los más recónditos lugares y pulsar cualquier tecla humana en cualquier época. No conoce de límites. Por el otro lado, sabiendo que el Arte tiene esa capacidad, condición y hasta precepto, hay cosas en las que –para alcanzar lo que se desea– es mejor no tocar. Puedo leer “El frasquito” de Luis Gusmán o “El sonido y la furia” de William Faulkner tranquilamente en mi casa; ahora hacerlo y darlo sin mediación en instituciones psiquiátricas, o manicomios tendrá otro efecto que muchas veces no podremos manejar en la inmediatez vertiginosa sobre la que boya el presente.

 

Cierro: Karl Popper hablaba de la “paradoja de la tolerancia”. ¿A qué se refería? A que uno debe ser tolerante, respetar las diferencias, pero ¿también hay que respetar al intolerante? Si lo hacemos, defendemos la intolerancia; si no, somos intolerantes. Otra espada de Damocles. El cuento de Julio Cortázar “Las Ménades” trata claramente este problema. ¿Hasta dónde es responsable el arte de lo que provoca en sus consumidores, espectadores, lectores? ¿Cuánto de exacerbación y magnetismo provocan determinadas obras? Hay que seguir pensando, pero que quede claro: las ficciones no son peligrosas; los actos lo son. Las ficciones se detienen justo en el preciso punto en el que la peligrosidad real (fáctica, de materialidad) se va a volver un hecho; he allí su eficacia. Entre lo verdadero y lo que no lo es aparece una palabrita aristotélicamente salvadora: lo posible. Rushdie construyó en Los versos satánicos una posibilidad de lo Real inmiscuyéndose en la religión. Y ha venido pagando su precio. Puede que nos guste o no leamos a Rushdie; no puede dejarnos indiferente el intento de su asesinato. Con cierta urgencia sobre lo sucedido escribo esto, para solidarizarme, intentar pensar y gritar que las ficciones son inherentes al alma humana, religiosa o no. 

 

Ataque

 

El 12 de agosto de 2022 Rushdie fue víctima de una ataque violento cuando iba a dar una conferencia en el condado de Chautauqua, una localidad al oeste del Estado de Nueva York. La policía del Estado de Nueva York confirmó en un comunicado que el escritor sufrió un apuñalamiento en el cuello y que fue trasladado a un hospital en helicóptero.​ El ataque se efectuó poco antes de que comenzara la conferencia, en el momento en que estaba siendo presentado. El atacante, que iba vestido de negro y con una prenda también negra en la cabeza, fue detenido de forma inmediata y puesto bajo custodia policial. Tras el atentado el escritor quedó en condición crítica, conectado a un respirador, luchando por su vida.​

 

* Colaborador

 

 

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