Ese nene que nos persigue
La escritora Mariana Komiseroff, que hoy vive en La Pampa, publicó Bestias Perfectas. El caso Lucio, un libro de no ficción que vuelve al crimen del niño sólo para plantear preguntas incómodas y repensar mandatos, categorías normalizadas y estructuras de violencia muy arraigadas contra las infancias.
Ángeles Alemandi *
Es sábado 27 de noviembre de 2021 y el calor agobia; es seco y bochornoso, aunque está nublado. Vamos a buscar a mi cuñada, para cenar en casa. Todavía la representación mental que se me hace en la cabeza cuando digo “casa” es la prefabricada del conurbano bonaerense. Mi novia baja la velocidad, llegamos a Buta, como le dicen al barrio, porque en la comisaría Sexta hay un grupo de mujeres, madres, diría, para ejemplificar mejor la escena, cada una con su hijo de la mano.
La que escribe es Mariana Komiseroff. En los tiempos de pandemia se enamoró de una pampeana. Aún no se había mudado definitivamente a Toay, faltaba poco, debía traer su biblioteca para sentir que empezaba a construir un nuevo hogar, pero viajaba seguido. Estaba en Santa Rosa aquel día que conmocionó a la provincia, al país entero. El texto citado en cursiva se encuentra en la primera página del libro que publicó recientemente: Bestias perfectas. El caso Lucio, editado por Emecé.
Nació en 1984 en Don Torcuato, Buenos Aires. Es autora de los libros Fósforos mojados, De este lado del charco, Una nena muy blanca, La enfermedad de la noche. Toma sin pudor la materia prima de la vida y hace lo que mejor sabe: transformarla en literatura. Dice que siempre está rumiando alguna historia, la va tejiendo y destejiendo con hilos de pensamiento, hasta que la lleva al papel. Jamás creyó en el síndrome de la hoja en blanco, le sonaba a una excusa snob, pero en aquellos meses post covid se enfrentaba a su primer bloqueo.
-Nunca me había pasado de no tener nada para decir.
Lo que vio desde la ventanilla de un auto, esa tarde desoladora de noviembre, la interpeló, primero, como escritora.
-Me pasó algo similar a lo que me ocurre cuando escribo ficción: hay una imagen que es potente, no sé muy bien qué significa, pero me permite hacerme preguntas.
Las mujeres agitan palos de escobas sobre sus cabezas en dirección a la Comisaría, los nenes gritan: ¡Asesinas!, con sus voces infantiles.
Dentro de la seccional estaban Magdalena Espósito Valenti y Abigaíl Páez, detenidas por asesinar a golpes a Lucio Dupuy, de cinco años. Magdalena, la madre del niño, Abigail, su pareja.
Con la excusa de participar del Concurso de Crónica Patagónica que organiza la Fundación de Periodismo Patagónico, Komiseroff escribió un primer texto.
En Toay vive sobre una calle de tierra con nombre de pájaro. Descubrió que no hay cielo más hermoso que el de La Pampa. Respiró este nuevo paisaje con los contornos de la poesía de Olga Orozco. Encontró la calma que necesitaba. En Buenos Aires la cantidad enorme de estímulos ya no la dejaba pensar.
-Y yo trabajo de pensar, vivo de pensar- dice ahora en conversación para Caldenia.
No hace falta que lo diga. De eso se trata Bestias Perfectas. Un libro que se escribe desde la reflexión, el manejo de hipótesis, la construcción del punto de vista. Un libro que no se conforma con contar una historia. Que no hace aportes a la justicia porque sabe que no le corresponde ese lugar. Que viene a sacudirnos justo cuando creíamos que bastaba con señalar el monstruo, con ponerlo tras las rejas, que eso bastaba para ubicarlo bien lejos de todo lo que somos.
Después de trabajar en aquellas primeras páginas, Komiseroff comenzó a leer literatura y ensayos de lo que entre comillas llama malas madres. Investigó sobre infanticidio. Consumió con voracidad las noticias que se publicaban sobre el caso.
Miró todo lo que pasaba en las redes sociales, se detuvo en cada comentario. Prestó atención a esa pregunta que se empezó a instalar con una liviandad inaudita: ¿Dónde están las feministas? Analizó todas las entrevistas que dio Ramón Dupuy, el abuelo del niño asesinado. Se preguntó qué era Justicia para Lucio, un pedido que hasta fue bandera llevada a canchas de fútbol, incluso cuando el juicio avanzaba.
Komiseroff estaba convirtiéndose en cronista. Lo que tenía entre manos era un material que la comprometió con la no ficción: no había margen de ficcionalizar nada. La cuestión de la ética fue una preocupación y un norte. También se nota eso: el delicado cuidado para trabajar con la información y las fuentes en las 250 páginas del libro.
Entrevistó a muchas personas en este camino. Algunas no aparecen citadas, aunque sí en los agradecimientos finales. La ayudaron a pensar, a tratar de mirar más lejos. Trabajó con expedientes, revisó los documentos de la causa. Conversó con fiscales, defensores, expertos en abuso y maltrato infantil, psicoanalistas, antropólogos, periodistas, con testigos directos, con familiares de las detenidas. Y hasta el día de hoy es la única persona que entrevistó a Abigaíl Páez y Magdalena Espósito Valenti.
Abigail Páez:…si vos estás pensando algo malo de tu pareja, ¿qué hacés ahí? Corré amiga.
Magdalena Espósito Valenti: Amiga, date cuenta.
Abigail Páez: Es raro porque no piensan.
Magdalena Espósito Valenti: Además, por ejemplo, allá, al penal de San Luis, van las mujeres de la Subsecretaría de la Mujer. Y no se puede hablar de feminismo, no se puede hablar de aborto, no se puede hablar del Encuentro Plurinacional de Mujeres que hubo porque te saltan a la yugular; encima imagínate que si yo voy a decir algo…
Abigail Páez: Y la otra dijo: “nosotras nunca vamos a ser mejores que los hombres, los hombres son mejores, tenemos que aceptarlo”. Nosotras estábamos ahí que casi nos agarraba un ataque al corazón.
Este es un brevísimo fragmento de la primera conversación que ambas mantuvieron con Komiseroff, por Zoom, a finales de diciembre de 2022. Hablaban de cómo se sumaron a la marea verde, de haber ido a marchas el 8 de marzo, de lo difícil que eran esos temas dentro del penal, lo distinto que pensaban a ellas sus compañeras de celda. En ese momento estaban en Santa Rosa con motivo de las audiencias presenciales del juicio oral.
Aún faltan unos meses para que sean condenadas a cadena perpetua por homicidio agravado y abuso sexual.
Fueron muchas horas de entrevista. La autora dice que sabía que tenía que ir con cuidado, avanzar lento por la charla, hablar de otras cosas hasta llegar al momento de las preguntas difíciles. Sabía, también, que no debía perder de vista aquel concepto de Aristóteles que siempre tiene presente al construir los personajes en sus novelas:
- Éstos no pueden ser ni completamente buenos ni completamente malos para que se produzca la catarsis. No me servía ese lugar común de: son malas, son monstruos. Mi propuesta es ir más allá de eso. ¿Qué hay de esas bestias perfectas en cada una de nosotras? Y eso es totalmente incómodo, por supuesto.
Incómodo, como este otro momento del libro:
Las lesbianas del mundo no somos culpables del maltrato infantil. Pero no podemos decir que Abigail y Magdalena no eran lesbianas feministas. Porque sí, lo eran.
- En una entrevista me preguntaron cómo podía hacer esa afirmación. No voy a ser la persona que les ponga el feministómetro. No es ese mi rol. Aunque si ellas se autoperciben feministas, tienen un lenguaje más o menos feminista, son feministas. Aunque eso a las feministas nos resulte incómodo porque ellas mataron a un niño. Yo creo que se puede ser feminista y matar a un niño. Lo que no quiere decir que el feminismo te hace criminal. Eso desde ya que no. Pero me parece que decir que no son feministas es tranquilizador, ¿no? Y no quiero que estemos tranquilos porque están muriendo niños y niñas todo el tiempo.
Totalmente incómodo. Totalmente necesario.
Cuando Bestias Perfectas era una obra en proceso, obtuvo una mención en el concurso Todos los tiempos el tiempo. Gracias a eso Komiseroff puedo editar su trabajo con el acompañamiento de la escritora Ariana Harwicz que luego escribió la contratapa, donde dice de MK: “Trabaja sin miedo a las represalias de ningún grupo, tampoco a los que no quieren pensar en todas la hipótesis para no poner en peligro su ideología. Acompaña a las víctimas y a las victimarias, escucha todo, como una gran artista”.
En enero de 2023, Komiseroff viajó al penal de máxima seguridad de San Luis, donde hoy continúan cumpliendo la condena. Visitó un día a Abigail, otro a Magdalena. Las dos le contaron cómo pasaban los días ahí y le dieron su versión de lo sucedido esa tarde del viernes 26 de noviembre de 2021. No dijeron nada diferente a lo que declararon luego en el juicio, pero hubo destellos en esa conversación que quedan resonando mucho tiempo en nosotros, los lectores.
Círculos concéntricos de sonidos, como los que emite el gong.
Durante el encuentro con Magdalena, por ejemplo, este momento:
La voz del nene se le pierde un año después de la muerte. No recuerda a su hijo hablándole, pero sí conserva el sonido en un video: -Yo no soy tu mamá, ¿quién es ese nene que me persigue? –dice Magdalena en off, mientras filma.
-Soy yo, tu hijo, soy tu hijo, Lucio –repite la criatura a la vez que corre tras su madre y ríe a carcajadas.
.
.
.
La autora se toma su tiempo para pensar, también, en el mandato de la maternidad y en todos los lugares no dichos que la habitan: ¿Qué implica criar, cuidar?
¿Cuánto demanda esa entrega? ¿Qué pasa si a esa carga mental se le suma, en algunos casos, la ausencia de la figura paterna? ¿Quiénes quedan a cargo de nuestros hijos cuando debemos salir a trabajar? Y una más, que hay que mirar a los ojos: ¿qué pasa si no podemos conectar con el rol de madres, si no sabemos vincularnos con ese niño o niña que parimos?
Magdalena Espósito Valenti reconoce que le pasó esto último. Su psicólogo le llegó a preguntar por qué no daba el niño en adopción. Ella ni siquiera quiso dejarlo en General Pico, al cuidado de los tíos con los que Lucio vivió un tiempo.
-Esto es algo que me parece espeluznante y alucinante a la vez. Magdalena podría haber dejado a su hijo con los tíos paternos, y sin embargo lo fue a buscar, insistió, ¿por qué? ¿Quería cobrar un plan social, como dijeron algunos medios? ¿De verdad alguien cree que se mantiene un hijo con el dinero de un plan social? No. Lo va a buscar por el mandato de la maternidad, para no ser una mala madre. Es muy fuerte para una mujer ser mala madre. Entonces, ¿qué pensamos de esto? Porque ese mandato de la maternidad nos concierne a todos y todas, incluso a mí misma cuando me incomodó más entrevistar a Magdalena que a Abigail.
Totalmente incómodo. Totalmente necesario.
El querellante que representó a la familia Dupuy, Mario Aguerrido, pidió durante el juicio el agravante por odio de género. Consideraba que el móvil del crimen de Lucio tenía que ver con la aversión que tenía Abigail Páez sobre él, por ser varón.
Komiseroff también tiene algo que decir al respecto.
…el asesinato fue perpetuado en un marco de familia tipo, donde el rol del personaje masculino patriarcal que educa y pone los límites estaba representado por Abigail. Los papeles asignados son los mismos de siempre, de mayor a menor jerarquía: papá, mamá, hijo. ¿El poder estaba encarnado por Abigail y Magdalena fue partícipe y cómplice? Es la violencia estructuralmente masculina sostenida en el tiempo lo que hace de este un crimen de odio de género y no la genitalidad del niño ni la de sus asesinas.
(…) Tal vez sea cierto, tal vez Abigail y Magdalena odiaban a Lucio por ser un niño varón. Ellas mismas, cada una por su lado, me respondieron que no hubiese terminado así de haber sido una nena. El problema es el enfoque. La idea facilista de que el feminismo es machismo al revés.
El último capítulo del libro se llama Advertencia. Contiene una reproducción textual de los chats privados entre las condenadas, tal cual figuran en el documento público para medios de prensa que entregó la Justicia. Allí terminan de armarse estos personajes, ahí quedan explícitos los niveles de crueldad, la violencia brutal sobre el cuerpo de Lucio. Y queda clara la estructura de familia tipo que representaban. Es una instancia demoledora, pero necesaria: ahí están en todo su esplendor las bestias perfectas.
Durante cada página podemos seguir a Komiseroff en su investigación, avanzar con ella sintiendo que el cuerpo se nos llena de espinas, y está bien que duela, está bien que miremos por qué nos sentimos tocados, heridos, interpelados. Porque la violencia hacia las infancias no se termina con personas presas, cumpliendo condenas. Sí, es imprescindible la actuación de la Justicia, pero el problema no llega a su fin ahí. Según una nota publicada por UNICEF en octubre de 2024 “cerca de 400 millones de niños y niñas menores de 5 años -esto es, 6 de cada 10 dentro de ese grupo de edad a nivel mundial- sufren habitualmente maltrato psicológico o castigo corporal en casa. De ellos, alrededor de 330 millones son castigados por medios físicos”.
-Este libro fue escrito a la luz de un progresismo en auge que hoy ya no existe. La derecha está removiendo y sacando del clóset sus discursos de odio. Hace 10 años pensamos que la sociedad no tenía derecho a matarnos a las mujeres por ser mujeres. Lo sigo pensando. Pero ahora también necesito pensar otras cosas. Por ejemplo, cómo se construye el mandato de la maternidad. Cómo desde la comunidad LGBT al final terminamos reproduciendo los estereotipos de las familias heteropatriarcales tradicionales. Qué le pasa a los varones que cuando son padres son abandónicos. O cuántas personas pueden tener en sus teléfonos conversaciones sobre cómo ocultan los golpes que le dan a sus niños.
Totalmente incómodo. Totalmente necesario.
Leer Bestias Perfectas es una obligación.
* Periodista
Artículos relacionados