Jueves 18 de abril 2024

Hugo Pratt y Corto Maltés, la literatura dibujada

Redaccion Avances 21/08/2022 - 06.00.hs

El aniversario de la muerte del gran dibujante Quino (Joaquín Lavado) fue recordado por medios y publicaciones de casi todo el mundo. Su obra –originalísima, aguda y tierna– reforzó un concepto de que la historieta es literatura dibujada.

 

Walter Cazenave *

 

Precisamente hoy se cumplen 27 años de la muerte de uno de los dibujantes que más contribuyeran a esa consideración: Hugo Pratt. Este hombre, italiano de nacimiento pero ciudadano del mundo, bien pudo ser un escritor de trascendencia y hasta un buen poeta, pero decidió madurar y trasmitir su arte a través de la historieta, el “comic”, dicho sea dentro de nuestra moda angloparlante. Por sus orígenes familiares era una persona que, desde niño, tuvo múltiples orientaciones culturales que ampliaron su percepción del mundo, ancho pero no ajeno a una concepción que lo llevó a detestar las fronteras políticas, acentuando su arte en la condición humana y sus manifestaciones, dondequiera que transcurran su tiempo y espacio.

 

Había nacido en las cercanías de Venecia, la ciudad donde se crió y por la que siempre profesó su amor artístico y argumental. Siendo todavía un niño en la época de la Italia fascista con su familia se trasladó a Etiopia, cuya gente, paisajes y culturas aparecen bella y sintéticamente expuestos en su obra. Después de la peripecia vivida durante la Segunda Guerra Mundial –en la que fue un soldado adolescente y trabajó luego como traductor de los aliados– a su regreso a Italia se relacionó con el Grupo Venecia, que integraban futuras personalidades del mundo de la historieta, como Alberto Ongaro, Dino Battaglia y Mario Faustinelli y fundó la revista As de Pique.

 

En la Argentina.

 

En 1949, Pratt se trasladó a la Argentina al igual que muchos italianos de la época. Aquí tuvo su etapa de maduración estilística evolucionando hacia un estilo propio e inconfundible. En lo argumental trabajó con Héctor Germán Oesterheld (desaparecido durante la dictadura, al igual que sus cuatro hijas), creando memorables personajes que trascendieran luego al ámbito internacional: Ernie Pike, Ticonderoga y muy especialmente El sargento Kirk, historietas que hicieron las delicias de los adolescentes de seis décadas atrás.

 

A través de sus protagonistas, con o sin los argumentos de Oesterheld, Pratt trasuntaba su visión del mundo: individualmente libres y con una moral propia que se alejaba de los modelos conocidos. Detrás de ellos, también, estaban los paisajes que Pratt, viajero consuetudinario, había conocido o quería conocer. En lo que hace al dibujo propiamente dicho se iba despegando de las influencias del norteamericano Milton Caniff hasta alcanzar su propio e inigualable estilo. Líneas definidas en pocos trazos –tanto para personas como para paisajes– pero indudablemente orientadas hacia las características del tipo físico y/o cultural que estaba desarrollando. En tal sentido son admirables sus pinturas de los norteafricanos, los sudamericanos del trópico, los europeos –obviamente– y aun de los argentinos, lo que se comprende por la década que vivió entre nosotros, consumando una condición de bailarín de tangos y conocedor de esa música. También de cazador de jabalíes en la Patagonia, lo que hace pensar si no habrá estado alguna vez en nuestra provincia.

 

Amores.

 

Mientras tanto daba clases de su especialidad en la Escuela Panamericana de Arte en el curso de “12 Famosos artistas”, según las publicidades de la época las que, por cierto, no exageraban en su calificativo.

 

Un párrafo para sus andanzas amorosas, que también las tuvo más allá del genio. Tres mujeres fueron importantes en la vida de Pratt: la yugoslava Gucky Wogerer, con la que se casó en Venecia en 1953 y con quien tuvo dos hijos; Gisela Dester, que fue su asistente y después su compañera, y Anna Frognier, con la que tuvo otros dos hijos. Ninguno de sus retoños acabaría dedicándose al cómic. En Brasil terminaría de delinear ese aspecto de su perfil humano: vivió con una tribu en la Amazonía, donde tuvo al menos un hijo con una muchacha india.

 

Con semejantes atributos artísticos y humanos se comprende que, como dicen las crónicas de Internet, “a partir de los años setenta, Pratt llegó a convertirse en una personalidad tan famosa que se realizaron multitud de reportajes televisivos sobre su persona y su obra”. 

 

La aparición de Corto.

 

Para entonces ya había dado a luz en 1967 a su personaje más famoso y entrañable: Corto Maltés, el marino sentimental y escéptico, a su manera encantadoramente caballeroso, hijo de un marinero de Cornualles y una gitana andaluza, nieto de un rabino judío. En él se conjugan las culturas y los rasgos latinos y sajones, subrayados por los vericuetos del destino. “Un antihéroe que prefiere libertad y fantasía antes que riqueza; un moderno Ulises”.

 

Bien puede decirse que hoy Corto Maltese (su nombre original) es un personaje de la literatura universal, símbolo de sueños y escepticismos, de ansias de viajes, y referente en cuanto a personajes históricos verdaderos, con todas sus aventuras, claro está, respaldadas por un dibujo esquemático pero maravilloso en su sugestión, con un blanco y negro cargados de sugerencias, tanto en texto como en imagen y un color donde campean unas acuarelas con lo esencial y lo sugestivo. La motivación, obviamente, está en la personalidad de su creador, como ya se dijera más arriba, y a punto tal que hay ensayistas que sugieren con propiedad que bien se podría hablar, sin mayores diferencias conceptuales, de Hugo Maltés y Corto Pratt, que tan sutiles y reflejadas aparecen las existencias de ambos. Dicho de otra forma: quizás sin advertirlo Pratt sería su propio personaje.

 

Epocas y lugares.

 

En su tiempo (los primeros treinta años del siglo XX) el Corto tiene aventuras en varios momentos y lugares significativos de la Historia Universal: la Revolución Rusa, el Decadente Imperio Turco, el Buenos Aires tanguero, la Irlanda que lucha por su independencia de Inglaterra, el trópico en las Guayanas, la Etiopía previa a la segunda Guerra Mundial…

 

En el mismo tiempo y condición conoce y traba amistad con personajes que fueron reales y trascendentes: Rasputín, la Parda Flora, Ernest Hemingway… todo –tiempo lugares y personajes– mezclado con la Cábala, el legendario continente de Mu, la selva amazónica, los países balcánicos…

 

Personas, paisaje y personajes respiran los viajes y las lecturas de Pratt, y también su filosofía humanista, esperanzada y delicadamente escéptica, con el mar siempre presente. Dentro de un esquema tan aparentemente simple la humanidad del personaje dibujado es, a la vez, tan simple y profunda que invita al lector a situarlo en circunstancias que acaso Pratt no imaginó. De hecho hemos conversado con gente que pensaban un Corto Maltés vendiéndole armas a Pancho Villa o acabando sus días durante la Guerra Civil Española, por supuesto que luchando en el bando republicano, amigo de La Pasionaria, el general Líster y el poeta Miguel Hernández.

 

Ha dicho bien un teórico de la historieta: “Corto Maltés es un personaje ‘de culto’ de la mejor novela gráfica europea, pero también un auténtico mito literario del siglo XX. Es un viajero, un marinero irónico que combina el aspecto y el carácter mediterráneo con una cultura anglosajona”.

 

Y agregamos nosotros: acaso, en el fondo de nuestro espíritu, todos quisiéramos ser o haber sido Corto Maltés.

 

 

* Escritor y colaborador

 

 

¿El Corto en La Pampa?

 

Son varios los escritores que, tocados por el mundo y el espíritu de Corto Maltés, se han integrado o han querido integrarse a la dimensión del personaje, una actitud no demasiado frecuente en la literatura. El fenómeno también se ha dado en La Pampa.

 

Al margen de algunos escritores y periodistas que no se han atrevido con esas acciones (el autor de estas líneas entre ellos), hay al menos dos comprovincianos que, a través de su literatura, se animaron a penetrar al mundo del personaje creado por Hugo Pratt. El primero es Carlos Rodrigo. En uno de sus relatos el personaje llega por estas tierras en su afán andariego y aventurero y transita el Oeste Pampeano, tan alejado de sus paisajes marinos. Prueba las aguas del Meaucó y conoce –cómo no– a Bairoletto, a quien la moral del Corto no juzga ni condena: lo acepta como es y lo que hace. Después se marcha.

 

La otra integración es de Rubén Arias. El escritor quemuense en un relato de título tan adecuado –Corto Maltés blues– conoce en un puerto de Honduras, en Centroamérica, a un personaje que acaso proyectara a Corto Maltés. La descripción del encuentro, que también se abre a la posibilidad de un sueño, es vívida y se ajusta a la andanza que el escritor tuviera por aquellos lares. El cuento, por cierto, está cargado de las circunstancias que Pratt dio a su personaje.

 

Los comanches o los ranqueles

 

Durante su estancia en Argentina Pratt creó uno de sus personajes más entrañables: el sargento Kirk. La historieta trata de un renegado de los ejércitos estadounidenses en la lucha contra los indios, que deserta al ver las matanzas que se cometen. El argumento recuerda en mucho a los personajes que en circunstancias similares de la historia argentina pasaron a vivir del lado indígena, fuera por elección o necesidad. Tanto es así que alguna vez se comentó que ese iba a ser el marco inicial de la historia, pero que fue dejado de lado por los tiempos que corrían en el país: 1957, con vigencia de la llamada Revolución Libertadora.

 

La realidad y la ficción en Pratt

 

El autor de esta nota vivió una circunstancia que aumentó su admiración por Hugo Pratt. En una de sus historias Corto Maltés instruye a sus compañeros para que su parte de un botín se la entreguen “a la dueña de la pensión El Gitanillo, en Toledo, al lado de la sinagoga que fue la casa de El Greco”.

 

En una andanza personal por esa fascinante ciudad española y estando en el lugar recomendado por el Corto, se me ocurrió preguntar a una persona mayor que estaba asomada a un balcón, si conocía tal establecimiento hospitalario de ese nombre. La respuesta fue negativa. Ya me marchaba cuando, pensando en la época en que transcurría la historieta, modifiqué la pregunta: – ¿Y antiguamente, hace ya muchos años…?

 

El hombre pensó un momento y fue determinante: – Hace muchos años sí…

 

Llegado a mi alojamiento saqué un libro de historietas, un tebeo como decían entonces los españoles. Me lo leí a la salud del Gran Hugo.

 

 

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