Lunes 29 de abril 2024

La botella vacía

Redaccion Avances 14/04/2024 - 15.00.hs

En este artículo el autor relata en tono de anécdota y con un poco de suspenso y humor, una situación ocurrida en la vida cotidiana.

 

Juan Aldo Umazano *

 

Cuando me paro a su lado pienso que no está gordo sólo por lo que come, sino, por lo que chupa; como me acerqué disimulando esperar el colectivo, ninguno de los que pasaban me miró.

 

El gordo está bien plantado; maneja el entorno con su presencia singular. Ni siquiera se corre cuando baldean la vereda y le mojan los pies.

 

Le iba a preguntar si alguna vez había hecho régimen, pero seguro no me contestaría. Además, lo había tratado de gordo. Y no a todos los gordos les gusta que lo llamen gordo porque le desnuda su presencia de botella.

 

Miré en todas direcciones y sonreí.

 

Lo cierto es que me había puesto a su lado para sacarme una foto donde estará la botella que tengo en la mano. A la foto quiero enviársela a un amigo muy leído, que seguro le hará recordar a Fierro cuando dice: -“Al que nace barrigón es al ñiudo que lo fajen”.

 

Además, deberá imaginar quién de los dos se la tomó.

 

Lo vuelvo a mirar. Cuántas cosas se podrían decir de él, pero el gordo está quieto y ni camina: no canta, no llora; sólo los otoños lo afectan. En cambio, los veranos le son saludables y los disfruta sin ir de vacaciones.

 

Al final de este relato el lector se enterará por qué digo todo esto. Siempre y cuando consiga sostener la intriga para que no abandone la lectura.

 

Los vecinos lo miran mientras toman mate y hablan del tiempo. Sé que todos ellos están orgullosos que él viva en al barrio. Nadie se sorprende al verlo; es uno más de la familia.

 

Pasa una mujer y le pido sí nos saca una foto y le doy mi celular mientras le cuento: - Quiero aparecer con la botella al lado del gordo y ponerle un cartel abajo con el verso de la canción: - “quien se ha tomado todo el vino”.

 

No nos conocemos con la mujer, pero reímos. Me coloco al lado del gordo. Está más duro que yo. Cuando me siento enfocado pongo los labios como diciendo “vino”; de manera que mis labios parezcan que pronuncio esa bebida. Él no movió los suyos, no dijo ni vino: ni wisky, ni vermú; ni siquiera alguna gaseosa.

 

-Gracias-, le digo a la señora.

 

-¿Quiere que le saque otra?

 

-No. Muchas gracias, señora.

 

Me devuelve el celular. Mira al gordo, y agrega: -Lo conozco de chiquitito-, y señala una altura de unos 50 centímetros del piso y se va.

 

Vuelvo a mirar al gordo. Su presencia me dice que no es pampeano. Vienen a mi mente aquellas fotos de los abuelos inmigrantes que cuando las volvés a mirar después de años, te das cuenta que la ropa es la moda de otros tiempos.

 

Al gordo lo trajeron como un bebé adoptado. Nació en un lugar de América del Sur que no recuerdo el nombre. Allá dejó familiares. Y aquí, en algunas provincias argentinas del norte, tiene parientes.

 

Lo miro bien. Me río; podría haberse dedicado a la bebida si extrañaba su tierra; hubiera tenido lugar de sobra para guardarla. Pero no, el gordo está más fresquito que una lechuga. Toma agua, y mucha. Tomar agua es bueno para la salud. No sé porque se me hace que él lo sabe por naturaleza. Pasa un señor y me dice: -No le convide más, porque se va a re-mamar-, y se ríe.

 

-Ya no queda nada-, digo, y le muestro la botella vacía. Reímos.

 

Como prometí al comienzo del relato y lo prometido es deuda, el lector debe correr el telón de mi fantasía para ver el panzón con quien me saqué la foto. Es el Palo Borracho que está en la calle 25 de Mayo a media cuadra de la Avenida España de la ciudad de Santa Rosa y que recién lo descubro.

 

* Titiritero, escritor, dramaturgo

 

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