Martes 30 de abril 2024

La casa sobre el arroyo

Redaccion Avances 25/06/2023 - 12.00.hs

“La arquitectura es una de las formas más completas en que una época puede manifestarse, porque es la resultante de dos grandes fuerzas: el espíritu de la época y los recursos con que ella cuenta”. Amancio Williams (1913-1989).

 

Omar Norberto Cricco *

 

Mar del Plata tiene el privilegio de poseer una de las pocas obras que el arquitecto Amancio Williams logró concretar entre sus múltiples proyectos e ideas: la Casa sobre el Arroyo. Hoy, después de años de abandono y desidia podemos celebrar avances concretos en el lento camino de su recuperación y preservación. Todavía, con las notables heridas de tantos años de descuido, la casa despierta una indescriptible fascinación tanto por la construcción como por su integración con el entorno natural; atractivos que resumen en muchos aspectos las ideas y aspiraciones de este vanguardista argentino, digno representante de la arquitectura moderna en el país que supo cosechar elogios entre sus pares del mundo.

 

De las postrimerías del siglo XIX, aquella época de exclusividad y abundancia, restan también ejemplos de realizaciones que por su originalidad han ganado el reconocimiento mundial. Así, mientras que por sus dimensiones y posición central el complejo del Casino-Hotel Provincial –obra de Alejandro Bustillo– se convirtió en todo un símbolo de la ciudad, otras obras de menores dimensiones y más alejadas del centro, pero no menos importantes, han pasado desapercibidas para el común de la gente sufriendo con el tiempo un inexplicable proceso de abandono y deterioro; tal el caso del Parador Aristón de Marcel Breuer o la Casa sobre el Arroyo de Amancio Williams, ambas obras declaradas Monumento Histórico Nacional y de reconocido prestigio mundial.

 

Particularmente la Casa sobre el Arroyo, construida en plena II Guerra Mundial, muestra conceptos vanguardistas para la época y que todavía hoy resultan actuales. El lugar de emplazamiento elegido para la vivienda se hallaba atravesado por el arroyo las Chacras, un predio boscoso por entonces periférico del oeste de la ciudad, conocido como los Pinos de Anchorena. En este marco, a poco tiempo de graduarse y con la colaboración de su esposa, la arquitecta Delfina Gálvez Bunge, Williams resuelve el diseño de la casa con criterios que habría de continuar desarrollando a lo largo de toda su vida profesional, inspirados en algunos casos en las ideas de Le Corbusier, el gran arquitecto suizo que pocos años más tarde le confiaría la dirección de la Casa Curutchet en La Plata, su única obra en Argentina.

 

A primera vista este proyecto de Williams –vivienda estudio para su padre, el reconocido músico Alberto Williams– sorprende por la simplificación, austeridad de sus formas y el modo con que se integra al entorno natural. Cumpliendo sus premisas de “no aplastar el suelo” la obra parece hacerse lugar, incorporarse al paisaje, sin anular árboles, sin interrumpir el curso de agua, apoyándose suavemente en ambas márgenes del arroyo, dejando libre la mayor parte del área, “ganando el suelo para la humanidad” según otro de sus lemas.

 

Simplicidad de las formas.

 

El edificio se presenta al visitante como un simple prisma rectangular apoyado en el arco que salva el arroyo. Sin revestimientos ni decorados, con toda intención, queda a la vista el hormigón armado como principal componente de la estructura; sólo lo interrumpe una faja continua de ventanales que recorre perimetralmente casi toda la estructura superior.

 

A la casa se puede acceder desde ambas márgenes del arroyo por escaleras visibles desde el exterior, las que variando las medidas de sus escalones recorren el arco por su parte media, adaptándose casi imperceptiblemente a la curvatura del mismo a medida que se asciende.

 

Ya en el interior se aprecia como las escaleras y gabinetes dividen longitudinalmente a la casa en dos mitades, un amplio sector público, orientado al norte y sin divisiones, es separado del privado –dormitorios, baños y cocina– que dan vista al sur, al terreno aguas arriba del arroyo. Hacia el oeste, allí donde estos sectores parecen integrarse, una puerta plegadiza, original diseño de Williams, separaba sutilmente y de ser necesario, el comedor del estudio musical, zona que fue una de las más afectada por el incendio. Como se ha hecho notar en distintas ocasiones, afloran en esta diagramación interna reminiscencias de la arquitectura tradicional de nuestro país como la casa criolla con su extensa galería o la típica “casa chorizo” de ámbitos más urbanos.

 

En general el ingenio y la dedicación puestos por el arquitecto Williams y su esposa en la obra parecen estar presente hasta en los menores detalles: en los curiosos diseños de aberturas, en los elementos de iluminación artificial, en las escondidas banderolas de ventilación e iluminación natural para los ambientes orientados al sur, en el curioso diseño del hogar o hasta en el austero decorado y muebles originales que complementaban los espacios interiores. Pero de todo, los amplios ventanales perimetrales sean quizás una de las características más maravillosas para quien habita la casa; el contacto inmediato de cada dependencia con el mundo natural nos da la sensación de vivir en la copa misma de los árboles; los cambios diarios y estacionales del bosque con sus colores, movimientos y sonidos, sumados a los del arroyo, pasan a formar parte de la rutina diaria del sitio.

 

La inexplicable decadencia.

 

“Fue una obra para mi padre y él la vivió y fue muy feliz en ella”, diría orgulloso en un reportaje el arquitecto Amancio Williams en sus últimos años. Para entonces la casa ya había iniciado su decadencia.

 

Al fallecer el músico en 1952 la propiedad fue heredada por una de sus hijas quien la vendió en 1968, instalándose en ella una emisora de radio. Esta radio fue clausurada en 1977 y con el posterior fallecimiento del propietario el edificio entró en un lamentable período de abandono y deterioro. De nada valieron las distintas declaraciones como el decreto 262/97 que la declaró Monumento Histórico Nacional; sucesivas ocupaciones, robos, vandalismos e incendios la redujeron hacia el año 2004 prácticamente a su estructura de hormigón.

 

Recién hacia 2012 al lograr la Municipalidad de Mar del Plata la propiedad del sitio se inicia el lento y costoso proceso de recuperación del edificio y del sector del arroyo mismo, para entonces entubado en la mayor parte de la ciudad. En general los resultados de la desidia y del incomprensible abandono de tantos años quedaron de manifiesto en irreparables daños de las piezas originales de los baños y cocina, en el cedro y nogal de los revestimientos, placares y aberturas, las que en conjunto con el piso de adoquines de algarrobo daban al ámbito la calidez, gracia y estilo apreciable en viejas fotografías de la época y que apenas podía imaginarse tras el velo dejado por las secuelas del fuego y de una irrespetuosa cobertura de grafitis que se extendía por el hormigón y por los restos del delicado laminado de cedro del interior.

 

La ciudad deshumanizada.

 

La Casa sobre el Arroyo fue una de las pocas ideas de Amancio Williams que tuvieron concreción, por ello se lo ha referido a menudo como un arquitecto sin obras. Si bien sus proyectos aparecen como futuristas o adelantados a la época siempre responden a la inquietud de un vanguardista, según sus palabras, preocupado constantemente por “la ciudad que necesita la humanidad”; frente a problemas fundamentales y aún no resueltos por una sociedad que persiste en modelos antagónicos con la naturaleza, él mismo se definía como un realizador, un estudioso de una nueva y apremiante arquitectura, para nada utópica o idealista. “Las ciudades –decía Williams en el diario La Nación– deben devolver a los hombres lo que les quitaron: la luz, el aire, el sol, el goce del espacio y del tiempo” y estas afirmaciones siguen tan actuales, o más, que en su momento.

 

Hoy en día no sólo sus ideas siguen vigentes, a más de medio siglo muchos de sus mismos proyectos siguen siendo valorados y considerados por sus colegas actuales; quizás el caso más conocido sea el del británico Norman Foster para quien ideas como las del “Edificio suspendido de oficinas” (1946) o el de aquellas “Bóvedas cáscaras” (1948) que tempranamente Williams desarrolló e incluyó en varios de sus proyectos, han sido seguramente motivo de inspiración. De igual manera el reciente proyecto saudí llamado Mirror Line trae inmediatos recuerdos de aquellas ideas que desarrollara durante sus últimos años en “La ciudad que necesita la humanidad”, una alternativa de Williams a la ciudad tradicional.

 

En nuestro ámbito más inmediato, aquí en Santa Rosa, así como en el diseño de la Casa de Gobierno de La Pampa aparecen claras influencias de Le Corbusier, tanto en el inmediato paseo semicubierto como en el primitivo techo de la terminal de ómnibus diseñado por Clorindo Testa pueden apreciarse claras similitudes con aquellas referidas “bóvedas cascaras” presentadas por Williams en 1948.

 

En referencia a sus estudios, el propio Williams no podía dejar de sentir un merecido orgullo por medio siglo de investigación en pos del bienestar humano: “todos, absolutamente todos, –decía en uno de sus últimos reportajes al diario La Nación en 1981– han dejado una enseñanza, una huella mucho más profunda que millares de obras construidas, conformistas, rutinarias, que han contribuido a congelar una estructura urbana que no parece servir al hombre, su destinatario, sino, antes bien, agredirlo”.

 

* Colaborador

 

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