La enseñanza de los peces
La escritora monta un universo desde la cosmovisión de la familiapez que se vincula y superpone, al modo del Yoknapatawpha de Faulkner, en el territorio pampeano, con la problemática del agua como eje, que es resignificado a través de la ficción y la ciencia.
Sergio De Matteo *
Toda lectura de un libro implica una interpretación, sea de carácter lúdico o pedagógico. La intervención del lector o lectora completa el trabajo del autor o autora. Se da una especie de proceso dialéctico, en donde, tanto el placer del texto como el aprendizaje, entran en juego. Como sabemos el texto es una unidad semántica orientada a comunicar, pero a su vez es una unidad sintáctica hecha de frases, párrafos y cláusulas. Esa tipología textual, de alguna manera, intercede entre diferentes cosmovisiones del mundo, y dicha comprensión tiene una afección subjetiva, donde lo individual se relaciona con lo colectivo, considerando que el discurso, el relato, es un hecho social.
Desde tal perspectiva aprehendemos el libro Divagues de un pez de río (7 Sellos Editorial, 2024), de María Elena Noguerol; porque es una obra ficcional contaminada de referencias científicas, no solo en la trama de sus cuentos, sino que se adosan e incorporan en el prólogo/portal de la docente e investigadora Beatriz Dillon y en el glosario final.
Intertextos.
Un aspecto a destacar es el fenómeno intertextual, para ello apelamos a la definición que aporta, entre otros, Julia Kristeva: “todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto” (1973: 190); es decir, una obra se refiere a otra obra, la adopta, la modifica, la parodia; siendo, a la vez, en el trabajo textual en donde un autor o autora referencia a otro autor u autora. En este caso las influencias quedan remarcadas tanto en las citas como en los acápites que se referencian en autores de diferentes regiones o países, distintas temáticas literarias, como Morisoli, Cazenave, Arreola, Kerouac, Pastor Mellado, Benedetti, Carver, Galeano, Cavafis, Peri Rossi, Capote, Gibran y Murakami.
Pero además de la intertextualidad, debemos acentuar el trabajo interdisciplinario, no sólo con el conocimiento científico, sino con otras disciplinas artísticas, sea la música, a través de Juani De Pian (fragmento de la canción “Tal mar”) o Joaquín Sabina (citado dos veces), o las artes plásticas, que, en este caso, ilustran la portada del libro y cada uno de los relatos que lo componen, por medio de las creaciones de Rosa Balaguer, Mariela Campo, Fabio Llanos, Pamela Díaz, Raquel Pumilla, Maite Delgado Franco, Estela Benedetti, Mima Coronel, Carola Ferrero Alonso, Progenie.
En la literatura pampeana podemos destacar algunas rupturas importantes del canon legitimado, que amplían y modifican el registro representativo, los imaginarios y la lengua misma. Si consideramos como válidos los programas de las vanguardias y su diseminación por el mundo, en nuestra región la pulsación más alta de esa exploración creativa ha sido la de Juan Carlos Bustriazo Ortiz, con la invención de los neologismos y de una nueva lengua dentro de la lengua existente. Otro punto de inflexión es la novela El monstruo en la laguna (1992), de Alberto José Acosta, que deja atrás la novela de la tierra y sienta las bases de la novelística de carácter urbano. Por último, cabe nombrar a Miguel de la Cruz, cuya obra tantea diferentes experiencias expresivas que saltan el cerco de la concepción regional, además en su metodología de composición ha incorporado -entre otras- el conflicto de autor, es decir, el libro El sendero sin bordes (2002) no fue escrito sólo por Miguel de la Cruz, sino que participan otras voces que suman su discurso en el texto, constituyendo un enunciado polifónico, que se articula entre el género poético y prosaico; en sus páginas el lector va adentrándose en las poéticas de Mara Robledo, Leandro Vaz o Tulio Sandoval.
En esta línea explorativa la escritora María Elena Noguerol va a sumar a esa literatura existente un nuevo matiz, un ejercicio sobre el propio lenguaje, así como lo hiciera Bustriazo. Va a inventar, dentro de los imaginarios conocidos, una prosapia o progenie emergente, es decir, una generación o familia de la cual se origina o desciende una persona, un oficio, etc. Es así que en Divagues enuncia: “Voy a presentarme, quizás alguno me conozca, pero por las dudas, quiero contarles: soy un pez de río. Me llaman Flecha de plata o Pejerrey. No vivo en cualquier río, mi hogar es único, lo llaman ‘Coli leuvú que en lengua mapuche, significa río colorado’”. El protagonista, mutado como el personaje de La metamorfosis de Kafka, irá presentando el territorio y, a su vez, actuando en cada uno de los relatos, donde se acentúan una serie de neologismos en los que la autora logra “recuperar y fortalecer la identidad hidrosocial”, como señala Betty Dillon. En consecuencia, la matriz hídrica, aquella que deviene de la toponimia (Chadileuvú, Curacó, Coli luevú) y creencias de los pueblos originarios (leyenda de Trentren y Kaikai, del Arümkó, de Neré-filú), de “La Pampa es un viejo mar”, de Nervi, del “Cancionero de los Ríos”, de las investigaciones teóricas (Beatriz Dillon, Andrea D’Atri, Walter Cazenave, FUCHAD), podríamos interpretar esta continuidad de una cultura y un territorio con y sin agua. La Dra. Andrea D’Atri señala en el artículo ¿Si falta el río, cómo lo contamos: “El conflicto por los ríos en la provincia de La Pampa, Argentina, se ha instalado en la sociedad pampeana generando desde estudios científicos hasta expresiones culturales y artísticas, manifestaciones con repertorios diversos y posicionamientos políticos. También imaginarios y mitos. Es decir, produciendo narraciones mediatizadas por la participación masiva de la comunidad” (Imaginación y barbarie, 2018: 65-72).
Es perceptible en los relatos el sentido de lugar, la experiencia de lugar, además que la representación simbólica e imaginaria de los ríos en la poesía, narrativa, cancionística y teoría, implica un ejercicio de lectura (y relectura) que transita sobre huellas, trayectos, direcciones, márgenes que forman parte de la construcción espacial que propone e interpela el texto. Por lo tanto, en la relevancia de la episteme y en la construcción de imaginarios, así como en el lenguaje se sopesan tanto el significado como el significante, es interesante la invención de estos neologismos que ahora fluyen por el cauce de la memoria y lo real (ríopaís): bibliotecapez, biografíapez, poetapez, madrepez, tíopez, jovenpez, feministapez, sabiapez, familiapez, investigadorapez, amigopez, doctorpez, cardiólogopez, Sabinapez, padrepez, amorpez, hijapez, pueblopez, cielopez.
Didáctica.
Habíamos enunciado el carácter lúdico y pedagógico de la escritura como de la propia lectura.
Divagues de un pez de río nos permite hacer esa doble lectura, el reconocimiento de símbolos e imaginarios en ambos terrenos. De acuerdo al recurso pedagógico en que se convierte el libro, en dicho correlato debemos destacar que la Didáctica de la Literatura es una ciencia social de composición interdisciplinar que se caracteriza por centrarse en los procesos cognitivos de aprendizaje comunicativo de la literatura, y articulando con la obra de Noguerol, se debe agregar que se potencia y multiplica en sus efectos al añadirse en la ficcionalización discursos que manifiestan toma de posición sobre los recursos naturales o los derechos de las mujeres, por ejemplo.
La lengua, la palabra, el discurso, o el relato, que se constituye desde un mundo material introyectado en la subjetividad a partir de lo sensorial, de la propia lectura, además de la experiencia en carne propia, queda transparentado en las incrustaciones teóricas que amplían el registro de interpretación de un cuento como mero acto lúdico.
Nos ilustra Beatriz Dillon: “Luchar contra la rapacidad de un capitalismo violentogénico que provoca el agotamiento de los recursos, la desertización, la contaminación del agua, la pérdida de todo bien común y la desposesión cultural de una forma de vida ancestral”. La autora (María Elena Noguerol) a través del narrador (pez de río) nos demanda e interpela: “Nos queremos vivas libres y sin miedo. Nadamos sin bitácora y a contramano para poder abrazar, besar con ganas y tirar las culpas al río. No queremos ver esfumarse nuestros derechos, ya no pueden silenciarnos porque el grito es colectivo. Van a tener que detenerse a escuchar”; y nos enseña: “El sistema político y económico ha transformado el agua en otro de los bienes de consumo que se transa en el mercado. Esto ocurre sin los más mínimos escrúpulos, se creen poseedores de derechos sobre la gobernanza del agua, con la cual lucran […] el agua debe ser entendida siempre y en cualquier circunstancia como un bien público, accesible para todas las personas en igualdad de condiciones, bajo el estatus de derecho humano”.
Adenda.
En este mismo suplemento de cultura recomendábamos al Gobierno Provincial que “Lápices, un musical con memoria”, del grupo Lápices La Pampa, “ante el resurgimiento galopante en el mundo del fascismo y el neonazismo, que Lápices debe integrar la agenda cultural de todos los municipios de la provincia de La Pampa”. Hoy diría que Divagues de un pez de río, de María Elena Noguerol, no sólo debería estar en todas las bibliotecas populares y escolares, sino que se tendría que presentar en toda escuela del sistema educativo para continuar concientizando sobre nuestra historia, nuestra cultura y, además, para la defensa de nuestros ríos.
Monólogo de un pez.
No es tan fácil la vida de un pez en el río, en un tiempo en que se experimenta demasiado revuelto y con la incertidumbre de haber sobrevivido a la peste. Yo me pregunto: ¿Habrá sido una prueba para valorar lo familiar, el abrazo, lo cercano? Yo creo que la mejor corriente fue refugiarme en el amparo y el abrigo de los míos.
El que me susurra siempre al oído es el miedo. Cada tanto circula, me confunde y marea. Aunque yo sé que hay otros peligros más letales que un microorganismo. ¡Qué extraño el tiempo de encierro y la amenaza de un virus que ni conocíamos! No soy un pez muy importante, pero solo sentía que tenía que sobrevivir. Yo sabía que todo peligro y milagro estaba aquí… en mi río.
“A veces, el destino se parece a una pequeña tormenta de verano que cambia de dirección sin cesar. Y tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote. Y esto se repite una y otra vez. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte los ojos para que no se llenen de arcilla e ir atravesándola paso a paso. Y una vez que la tormenta termine, no recordarás cómo lo lograste, o como sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro si la tormenta ha terminado realmente. Aunque una cosa si es segura, cuando salgas de esa tormenta, no serás el mismo que entró en ella”. A este fragmento de “Kafka en la orilla”, del Poetapez Haruki Murakami, lo recitó mi Tíopez en su versión, antes de irme de mi Pueblorío.
Cada tormenta es un comienzo, una historia que nace otra vez, un aprendizaje que se repite y que tiene como principio conductor, el deseo de encontrarnos alguna vez completos con lo que somos.
Esto lo entendí mucho después.
¿Cómo hago para irme de los lugares vencidos? Lo emergente nos interpela y, a veces, ciertos errores acarrean un acierto, un cambio de rumbo o incluso una revelación.
¿Quién soy en el mientras tanto? ¿Cómo acerco mis distancias, cuando todo en mí no es tan claro?
“Cuando el río no canta, cuando apenas trae un hilito de agüita mansa, no esperes más que barro”, me dijo mi Tíopez. Cada uno con su historia, realidades y remiendos; hacer con arcilla lo que se puede o lo que nos sale.
Aprendí que el silencio es también un río a contramano, a veces necesario, para volver a algunos comienzos; y en ellos, volver a empezar. Que puede ser refugio, pero también ahogo y que la diferencia solo está en el tiempo que permanecemos sumergidos en él.
Arribar a un hallazgo diferente de la manera en que busco, que dejar de lado lo que late por dentro, es obedecer a formas que me alejan de mí. Sentir que el único orden es ser coherente con mi deseo, mi pensamiento y mi acción.
Ya hace tiempo que me extravío y me deslumbro a la vez. Le hago espacio a la corriente del río para que me ponga el mundo patas para arriba y pueda surgir la libertad de ser, de dudar, de cambiar, de elegir en el Riopaís donde quiero vivir.
Conozco su origen de arroyo, sus trazos de piedras y arcillas y todo su lecho de adversidad, la explosión de creciente voraz cuando se agitan sus aguas; la dignidad de su cauce.
Sentir que el significado del Colorado no sólo como un color, sino un lugar donde habita nuestro espíritu y corazón. Un río que no es sólo un río, es nuestro hogar. El Colorado de mi río, es el origen y destino.
Recuerdos que vienen a mi mente donde me reconozco en la historia vivida en sus aguas. Todo flota en la memoria herida de un río desesperado.
He tenido que esquivar las piedras, morir un poco, hasta cruzar el puente sin que me partiera en dos y la bendita manía de verte en el reflejo del río donde hay un puente. Aguas en las que nado en sueños para alcanzar la orilla, al pasado del pez que ya no soy.
¿Estarán los hijos del río para defenderlo? No quiero un lugar inhóspito con tiempos de injusticias boqueando derrotas.
Marcho en el río que serpentea hacia el vértigo del abismo rumbo al mar. El amor del pez de agua dulce y el encuentro en el mar que me arrastra, hasta el fondo para saber quién soy. ¿Sobreviviré a la mordedura del escorpión? ¿Seremos náufragos capaces de regresar intactos a la orilla que nos está destinada? Caigo en la tentación a veces, océano de lloros, amargo custodio.
Llegan ríos de historias al mar. Ojalá que los ríos vayan a donde sueñan. Y ante el mar pregunto: “¿Qué historias cuentan las aguas del Colorado?”
Miro hacia atrás, hacia el lecho recorrido y puedo reconocerme sabiendo quien soy, de donde vengo, recordando mi juventud y locuras de enamorado, mis aventuras en el mar, mis viajes a la capital de los peces, lejos de mi orilla; ser un sobreviviente y sentir que lo pierdes todo. Sufrir el embate de los que contaminan, cortan, embalsan y construyen puentes. No entender el cambio climático que seca los ríos. Arrastrarme con mis escamas en el cauce sin hoja de ruta y ver la fragilidad del mundo que nos rodea. Con el tiempo aprendí a amigarme con los humanos.
No queda otra que nadar en la corriente, hay algo en mi aleteo que tengo claro: “Que la verdad sea dicha… que luchar por los derechos sea mi cauce elegido… que la naturaleza (mi río Colorado), sea mi refugio y mi destino”.
* Colaborador
Artículos relacionados