La Justicia en Bob Dylan
Bob Dylan no dejó títere con cabeza en su país. Los jueces racistas y su forma de impartir “justicia” merecieron varias canciones. Dos de ellas son emblemáticas y revelan que sus ojos y oídos no discriminan a la hora de buscar temas que inspiren su arte.
Sergio Santesteban *
Qué más puede decirse a esta altura de Bob Dylan que no haya sido dicho. Seis décadas componiendo canciones inolvidables, amado por los músicos y poetas más destacados de todas las latitudes –entre ellos los Beatles–, Dylan es una celebridad con una obra artística monumental y, por si no bastara, con un Premio Nobel en su legajo.
Por estos días se puede ver en Netflix “Rolling Thunder Revue: a Bob Dylan story by Martin Scorsese”, un documental impactante sobre la gira que realizó en 1975 por buena parte del territorio de su país en compañía de artistas de la talla de Joan Baez, Joni Mitchell, Pati Smith, Sam Shepard, Allen Ginsberg entre otros y otras. Además del placer que significa sentarse a disfrutar de esa joya, la película ofrece la posibilidad de escuchar algunas de las canciones emblemáticas de Dylan, las que pertenecen a su primera época y están preñadas de su mirada ácida sobre la sociedad estadounidense. Y lo mejor para los que no dominamos el inglés es que las letras están subtituladas en castellano.
Poeta cronista.
Si bien en su extensísima obra no hay cuestión que no sea abordada, los convulsos años sesenta fueron testigos de un Dylan que maravilló por su talento poético puesto al servicio de retratar un país y un mundo que daba sobrados motivos para hablar de él sin piedad. La segregación racial, la guerra nuclear, la paranoia anticomunista yanqui, los que sufren hambre en una sociedad opulenta estuvieron presentes en las canciones de Bob al igual que, desde luego, el amor y el desamor, la muerte, las visiones proféticas, las ilusiones de un mundo mejor... En fin, “nada de lo humano me es indiferente”, podría decir sin faltar a la verdad el hombre nacido en el estado de Minesota y convertido a fuerza de escribir canciones fuera de serie en una figura reverenciada en todo el planeta. Pocos cantautores han logrado semejante nivel de reconocimiento por parte de sus colegas y del público sin distinción de países ni de generaciones.
Pero de lo que se quiere hablar aquí es de uno de los temas que desvelaron tempranamente a Dylan: la justicia de los hombres; o, mejor dicho, las imposturas de la justicia de los hombres. En varias canciones aborda el tema con su reconocida solvencia literaria y musical, apelando a la ironía pero también al señalamiento crudo de las convenciones sociales más hipócritas. Sus letras parecen crónicas policiales escritas para la prensa popular, no se andan con vueltas y van al hueso, pero el poeta saca sus garras para decirnos mucho más que lo que se ve a simple vista. Una sociedad no funciona bien si los que sentencian son, invariablemente, jueces varones, blancos, pertenecientes a clases sociales “respetables”, que condenan o absuelven según el color de la piel o el tamaño del bolsillo del reo.
¿De dónde salen estas historias? ¿De la imaginación del poeta? No; de las crónicas de los periódicos. Esa es la fuente que alimenta muchas de las canciones de Dylan, dos de las cuales presentamos junto a estas líneas. El poeta escucha a su corazón, pero también a la calle. Su radar no discrimina; la poesía está en todo el universo y él tiene su sensibilidad al servicio de atraparla y ponerle música.
Justicia racista.
En “The lonesome death of Hattie Carroll” (La solitaria muerte de Hattie Carroll), una mujer negra, de 51 años y madre de diez hijos, es asesinada a golpes de bastón por un señorito de alcurnia. La pena que al homicida le impone su majestad la justicia es: seis meses de prisión. En “Hurricane” (Huracán) un boxeador negro es apresado y le tiran por la cabeza una imputación escalofriante: lo acusan de un homicidio que no cometió. El juez no se detendrá en los detalles, golpea la mesa con su martillo de madera –el símbolo de la justicia terrenal en el país que imprime billetes con la leyenda “In God we trust”– y manda tras las rejas al inocente que paga así el alto precio de no ser blanco en la tierra del sueño americano.
Las dos canciones podrán ser catalogadas con desdén como de “protesta”, o “circunstanciales”. Los exquisitos de la lengua, los custodios de la pureza poética podrán decir que es arte menor; que la grandeza de Dylan está “en otra parte”, en obras dignas de la admiración por abordar temas “universales”, sin manchas de asfalto o de hollín. Pero si Dylan es grande es porque su obra lo es; y en ella se respira humanidad por todos los poros.
Su interés por la justicia es el interés por el dolor humano; que puede ser causado por el desamor, la muerte o la desilusión, pero también por el abuso de los poderosos sobre los débiles, por la explotación del hombre por el hombre, para decirlo en pocas palabras. Por otra parte no es un tema ausente en la “gran poesía” de todos los tiempos. Está en Shakespeare, Lope de Vega, Alighieri o Baudelaire; y entre nosotros en nuestro gran poema nacional, el Martín Fierro.
Así en la tierra...
En el arte, lo universal y lo popular no son antagónicos; lo sublime y lo inmundo, lo alto y lo bajo son solo espejismos; la perspectiva de los miopes puede generar falsas antinomias o prejuicios, de los que no están libres los que presumen de haber tragado bibliotecas enteras. Los que cuestionaron desde el pedestal académico el Nobel a Dylan son los mismos que despotricaron por el Nobel a Darío Fo, quien nunca fue considerado un “escritor” sino, apenas, un comediante, un autor de obritas satíricas para el teatro independiente. Y, para peor, italiano.
Lo cierto es que con un par de canciones Dylan se carga a la burocracia judicial clasista, impiadosa con los miserables y genuflexa con los poderosos. Y lo hace con tal maestría que un profesor en leyes universitario lo utiliza en sus investigaciones. Cuando estábamos finalizando este artículo, la docente e investigadora de la Universidad Nacional de La Pampa, Sonia Suárez Cepeda, a quien consultamos sobre la traducción de las canciones, nos alcanzó un dato impactante. Precisamente las dos canciones de las que se habla aquí, fueron analizadas por Michael L. Perlin, profesor de las universidades de Emory, en Atlanta, y Loyola, en Nueva Orleans. En su trabajo “Enredado con la ley: la jurisprudencia de Bob Dylan”, afirma que con solo estas dos canciones que aquí citamos, Bob Dylan tuvo “más impacto en la manera en que el público americano piensa sobre el sistema de justicia criminal que todos los profesores de derecho y procedimiento penal en USA”. Sin haber leído ese trabajo, a miles de kilómetros de distancia, en este modesto arrabal sudamericano llegamos a la misma conclusión.
* Periodista
“La solitaria muerte de Hattie Carroll”
William Zantzinger mató a la pobre Hattie Carroll
con el bastón que hacía girar como una sortija sobre su dedo
en un hotel de Baltimore donde se reunía la alta sociedad.
Llamaron a la policía y le quitaron el arma de las manos
mientras lo llevaban detenido a la comisaría
donde lo acusaron de homicidio en primer grado.
Pero ustedes que filosofan la desgracia
y critican todo temor quítense la mascara
de la cara, ahora no es momento para lágrimas
William Zantzinger que a los 24 años
poseía una plantación de tabaco de 600 hectáreas,
con padres ricos e influyentes que lo mantenían y protegían
y con relaciones con la alta política de Maryland
reaccionó ante su acto encogiéndose de hombros
maldiciendo, riéndose, burlonamente imprecando
en cuestión de minutos salió de la cárcel bajo fianza.
Pero ustedes que filosofan sobre la desgracia
y critican todo temor
quítense la máscara de la cara
ahora no es momento para lágrimas
Hattie Carroll era una mujer de la cocina,
tenía 51 años y dio luz a diez hijos,
levantaba los platos y sacaba la basura
y nunca se sentó a la cabecera de la mesa,
y ni siquiera habló alguna vez a la gente de la mesa,
tan solo recogía los restos de la comida de la mesa
y vaciaba los ceniceros de las otras clases sociales
fue asesinada de un golpe, matada por un bastón
que surcó el aire después de atravesar la habitación
condenado y destinado a destruir todo lo noble,
y ella nunca le hizo nada a William Zantzinger.
Pero ustedes que filosofan sobre la desgracia
y critican todo temor
quítense la máscara de la cara
ahora no es momento para lágrimas
En la sala del juicio el juez golpeó con su martillo
para demostrar que todos son iguales
y que los tribunales son honrados
y que también los ricos son tratados adecuadamente
una vez que la policía los ha perseguido y atrapado
y que el brazo de la ley no tiene límites
ni por arriba ni por abajo.
Miró fijamente al hombre que mató sin razón alguna
que simplemente tuvo el capricho de hacerlo
y habló grave y con distinción protegido tras su capa,
y castigó severamente para que sirviera de escarmiento y expiación
a William Zantzinger a seis meses de prisión.
Pero ustedes que filosofan sobre la desgracia
y critican todo temor
quítense la máscara de la cara
porque ahora no es momento para lágrimas.
“Huracán”
Suenan disparos a la noche en un bar
aparece Patty Valentine desde el pasillo superior
ella ve al camarero en un charco de sangre
y llora: “Dios mío mataron a mi amor”.
Aquí viene la historia del Huracán,
el hombre al que las autoridades culparon
por algo que él nunca había hecho.
Lo pusieron en una celda pero él pudo haber sido
el campeón del mundo.
Tres cuerpos tirados es lo que Patty ve
y a otro hombre llamado Bello
moviéndose misteriosamente.
“Yo no lo hice” dice y levanta las manos,
“solo estaba robando la caja registradora
espero que entiendas”.
“Los vi salir” dice y se detiene
“uno de nosotros debería llamar a la policía”.
Patty llama a los policías, y ellos llegan
a la escena con las luces rojas iluminando
la noche calurosa de Nueva Jersey.
Mientras tanto, lejos, en otra parte de la ciudad,
Rubin Carter y un par de amigos están dando un paseo,
candidato número uno para llevarse la corona de los peso medio
no tenía idea del tipo de mierda que le iba a llegar
cuando un policía lo detuvo en la carretera,
igual que la vez anterior, y la anterior a esa.
En Paterson es así como las cosas funcionan,
si eres negro es mejor que no salgas a la calle,
a menos que quieras llamar la atención de la policía.
Alfred Bello tenía un compañero y él tenía algo
para inventarle a la policía. El y Arthur Dexter Bradley
solo estaban merodeando.
El dijo: “Vi a dos hombres huyendo y parecían de peso medio
se subieron a un auto blanco con matrícula de otro estado”.
Y la señora Patty Valentine solo asintió con la cabeza.
El policía dijo: “Esperen un minuto, muchachos, este no está muerto”.
Así que lo llevaron a la policía y aunque este hombre apenas podía ver
le dijeron que podía identificar a los culpables.
Cuatro horas después arrastraron a Rubin
lo llevaron al hospital y lo subieron por la escalera.
El hombre herido lo miró por su único ojo moribundo
y dijo: “¿Por qué lo trajiste aquí?, este no es el tipo”.
Esta es la historia del Huracán,
el hombre al que las autoridades culparon
por algo que él nunca había hecho, lo pusieron en una celda
pero él una vez pudo haber sido el campeón del mundo
Cuatro meses después los ghetos están ardiendo
Rubin en Sudamérica está peleando por su título
mientras Arthur Dexter Bradley aún está en el negocio de los robos
y los policías lo están presionando, buscando a alguien para culpar.
¿Recuerdas aquel asesinato en el bar?
¿Recuerdas que dijiste: “Sí señor, vi un auto escapar”?
¿Crees que te gustaría cooperar con la ley?
¿Crees que pudo haber sido aquel boxeador
el que viste huir esa noche? No olvides que eres blanco.
Arthur Dexter Bradley dijo: “la verdad no estoy seguro”.
Los policías le dijeron: “a un pobre chico como tú
le vendría bien un descanso. Te conseguimos un trabajo
en un motel y estamos hablando con tu amigo Bello. Ahora
no tendrás que volver a la cárcel, sé un buen chico.
Le estarás haciendo un favor a la sociedad,
ese hijo de puta es bravo y se pone más bravo,
queremos poner su culo en las rejas, queremos
culparlo a él del triple homicidio.
El no es ningún caballero, Jim”.
Rubin podía vencer a un hombre con un solo golpe,
pero a él no le gustaba mucho hablar de eso.
“Es mi trabajo”, decía, “y lo hago por dinero,
cuando se acaba yo sigo mi camino hasta algún
paraíso donde las truchas fluyen en la corriente
y el aire es agradable, y poder montar un caballo
a lo largo de un sendero”.
Pero ellos lo llevaron a la cárcel,
en donde tratan de convertir a un hombre en un ratón.
Todas las cartas de Rubin estaban marcadas de antemano,
el juicio fue un circo de cerdos, nunca tuvo una oportunidad.
El juez hizo que los testigos de Rubin fueran
borrachos de los barrios marginales para los blancos
que lo veían como un vago revolucionario.
Y para la gente negra él solo era un negro loco,
nadie dudaba de que había apretado el gatillo,
y aunque no pudieron encontrar el arma
el D.A. dijo que él era el único que lo había hecho
y todo el jurado de blancos estuvo de acuerdo
Rubin Carter fue falsamente juzgado,
el crimen fue cometido por solo una persona,
adivinen quién testificó.
Bello y Bradley, y ambos mintieron muy mal,
y los periódicos, todos, se unieron al circo.
¿Cómo la vida de un hombre puede quedar en manos
de unos tontos para hacerlo ver como el obvio culpable?
No puedo evitar sentirme avergonzado
de vivir en una tierra en donde la justicia es un juego.
Ahora todos los criminales en traje y corbata
son libres de beber martini y ver el amanecer
mientras Rubin se sienta como Buda en una celda de diez pies,
un hombre inocente en un infierno viviente
Esta es la historia del Huracán,
pero no habrá terminado hasta que limpien su nombre
y le devuelvan el tiempo que ha perdido.
Lo pusieron en una celda pero una vez
pudo haber sido el campeón del mundo.
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