Domingo 18 de mayo 2025

Otoño en colores, en primera persona

Redaccion Avances 18/05/2025 - 15.00.hs

Ana Martín escribió un nuevo libro luego de pasar por una grave enfermedad que la alejó de su profesión de psicoanalista. En ese tiempo, la escritura se convirtió en terapia personal.

 

Alberto J. Acosta *

 

Con “Otoño en colores”, Ana Martín ha escrito el libro que todos deberíamos intentar a cierta edad en la vida. Claro que, para escribirlo, primero hay que desarrollar un estilo, como el que la autora ha venido aquilatando a lo largo de sus numerosos ensayos ya publicados. También es necesario un ejercicio de la generosidad, para compartir con el lector los entresijos de la propia trayectoria. Y, en definitiva, hace falta valentía, para abrir esa peligrosa ventana a la mirada de los otros.

 

Ana no se refiere a este libro como sus memorias. Cuando habla de él, cuenta que es la primera vez que usa la primera persona del singular en el relato, a diferencia del tono académico y distante que se impone en la escritura académica de sus libros anteriores. Acaso por timidez, prefiere señalar un detalle de estilo antes que confesar el carácter personal del material con que lidió en este caso.

 

Pero tampoco es simplemente una autobiografía. A la manera de “Verdad tropical” de Caetano Veloso, los jalones de la propia vida sirven, también aquí, como pretexto para observar fenómenos sociales y culturales más amplios, y reflexionar sobre ellos.

 

El disparador en este caso fue una grave enfermedad que atravesó la autora, que la mantuvo ocupada -y angustiada- durante un período prolongado, y que motivó el fin de su práctica como psicoanalista. La escritura se inició, así, como una terapia. Como una forma de poner en palabras el duro proceso de la enfermedad, para darle sentido y para sanar.

 

Como las cuerdas de un instrumento, que vibran por simpatía, los episodios en consultorios médicos y laboratorios traen a la memoria distintos momentos de la vida: la infancia en Bolivar, Provincia de Buenos Aires. El carácter de sus padres, de sus hermanas. La experiencia del campo y de la ciudad. La del oficio de pintora, de escritora, de terapeuta, de mujer y de madre.

 

Por momentos, la autora pone el cuerpo, escribe desde el cuerpo insomne. Desde los padecimientos de la enfermedad, hasta el descubrimiento de que el peso de los años la ha llevado a caminar más lento, “como perdonando al viento”. Pero también está el cuerpo gozoso, el del encuentro con los otros, el de la fruición del trabajo manual. Son estos momentos los que entregan esas frases memorables como perlas: “Mi padre no acostumbraba a las expresiones corporales de afecto, pero dejaba que le acariciara su cabello blanco, grueso y ondeado cuando estaba sentado en la mesa leyendo el diario, antes de la cena. Nunca dudé de que éramos lo mejor que tuvo. Nunca olvidaré su mirada celeste”.

 

La escena es de una belleza tan intensa que hasta da pudor el lugar de lector, de ajeno.

 

Los capítulos se van encadenando, titulados con ingenio. Uno de los más duros, acaso, sea “Diagnóstico por imágenes”. Y es que todo el libro está atravesado por las imágenes, como era de esperar en quien no sólo ha cultivado la palabra, sino también las artes plásticas. Y las imágenes son la clave a descifrar.

 

Como la imagen de tapa, que en su biografía y su forma resume de algún modo el contenido del libro. Es una vieja sábana, traída de la casa natal tras la muerte de la madre. Un trapo viejo que, no obstante, la autora se afanó en intervenir, luego, con su pintura. Y ahí quedó, como metáfora perfecta del otoño, ese momento en que el viento impiadoso barre las hojas del verano; y sin embargo, también ese momento en que realmente comienza el año, con las clases, los proyectos, los materiales de trabajo y sus colores.

 

Tras su ordalía, Ana contempla, interroga a su cuerpo, y se pregunta cuánto es capaz de soportar (“los cuerpos de mujeres que sobreviven al derrumbe de sus varones”). Por lo visto, después de haber dado tanto a lo largo de su vida, todavía tenía para nosotros el regalo de este libro.

 

El agradecimiento se impone. Esa emoción tan perfecta, tan constructiva, tan sanadora.

 

* Colaborador

 

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