Jueves 25 de abril 2024

¿Recuerdan el Club del Clan?

Redaccion Avances 19/03/2023 - 06.00.hs

El Club del Clan nació en la década del sesenta como salvavidas de la compañía RCA Victor. Cada sábado por la noche, ese grupo de jóvenes se reunía para cantar, charlar y divertirse.  

 

Faustino Rucaneu *

 

Allá por comienzos de la década del sesenta del siglo pasado -tiempo de los Winco y la novedad de los “Long Play”-, la compañía RCA Victor (sí, aquella del perrito que escuchaba atento) había caído en un bajo nivel de ventas de sus discos. Un directivo de la firma -y por lo que se sabe experto en promociones- el ecuatoriano Ricardo Mejía, fue encargado de darle un giro positivo a esa situación.
El hombre de RCA fue muy hábil y supo valorar y conjugar circunstancias sociológicas y musicales, condensándolas en una idea que, desde su misma eufonía, ya sonaba bien y novedosa: el Club del Clan. Además aprovechó ese constante afán imitativo de los latinoamericanos -obviamente también de los argentinos-, que se deslumbran ante cualquier moda musical, principalmente del norte desarrollado. Así “basado en programas musicales extranjeros, cada emisión mostraba a un grupo de amigos que se reunía para cantar, charlar y divertirse. Los sábados a las 20.30, antes de ir a bailar, era común que los chicos se apostaran frente al televisor para imitar las coreografías y cantar junto a sus nuevos ídolos, que lo hacían en castellano”.

 

Los nuevos ídolos.
El panorama musical del país era muy particular; se escuchaba mucha música latina y el tango, tan vigente a partir de la segunda década del siglo, comenzaba a pagar sus culpas en cuanto a la falta de renovación temática, poética y musical. Lo que sí asomaba basándose en la variedad y calidad de los aspectos señalados era la música nativa, llamada popularmente “folklore”.
La tarea de Mejía apuntó a un mayor consumo de una música más juvenil, más movida y portadora de una sutil sensualidad originada en ritmo y movimiento. La astucia de su creador y la propia inercia que iba generando el movimiento lo llevaron a la puesta en escena y consagración de artistas que tomaban como modelos a figuras de trascendencia internacional, encarnados por jóvenes hasta
ese momento desconocidos o de fugaz trayectoria. Así se crearon versiones “nacionales” de estilistas que arrasaban o trascendían en el Hemisferio Norte, caso de Johnny Tedesco, nutrido en el repertorio del entonces famosísimo Elvis Presley. Era el chico de los pullóveres variados, que se trasformaron en moda con la fama de su portador. Muchos lo consideraron el primer rockero argentino.
Por entonces en Italia marcaban el rumbo femenino Rita Pavone y Mina, la traducción de cuyas canciones pasó a interpretar Violeta Rivas; ¿Quien no recuerda “El partido de fútbol” y “El baile del ladrillo”?.
Eran tiempos en que la música tropical resultaba imprescindible; de ella se hizo cargo Chico Novarro quien, subido en lo que ya se había dado en llamar “Nueva Ola”, postergó su condición como compositor de música romántica y trascendió con temas simplistas y, por supuesto, pegadizos, caso de El orangután.

 

La astucia de Mejía.
La astucia y sentido comercial de Mejía parecía no tener límites: el escaso gusto por el tango que quedaba en la juventud lo aprovechó creando un romance entre Raúl Lavié (quien antes de entrar en el movimiento cantaba tangos con la orquesta de Héctor Varela) y la rubia Violeta Rivas… Una especie de mezcla de agua y aceite pero en un estuche de juventud.
El toque folklórico -que tampoco fue descuidado- corrió por cuenta de Leo Dan, quien popularizó la evocación de sus pagos santiagueños con aquel ritmo de Santiago querido, pero agregó Celia, que no carecía del todo de poesía y originalidad.
Había, claro está, otros representantes más pintorescos y menos populares, caso del apodado Nicky Jones, un morocho de aire hawaiano y vestido como tal, que daba un cierto toque exótico al grupo. También Lalo Fransen, que desempeñaba el papel del chico de clase alta ganado por el canto y Jolly
Land, cuya gracia y belleza -verdaderas- conquistaron al mismo Mejía, que se casó con ella. Las malas lenguas de la época decían que el auge de Jolly se debía a esa relación más que a su calidad artística.
La lista de integrantes seguía, pero ya con menos trascendencia que los nombrados. Hasta que llegó el hallazgo. Fue un muchacho intrascendente que hasta poco antes militaba en el conjunto de Carlinños y su bandita. Mejía percibió un segundo plano en aquel rostro y, según dicen, le ordenó: “usted no se ríe más”, y así surgió Palito Ortega, “el muchacho triste de las canciones alegres”.

 

Aparición de Palito.
Daría para un análisis mucho más enjundioso el por qué del arraigo que pasó a tener en la juventud, al margen, claro del apoyo publicitario que lo proyectó en discos, radio, TV y actuaciones en vivo. Sus canciones eran un dechado de simplicidad que a menudo rozaba el mal gusto pero pegaba en los chicos, casos de Camelia, Media novia, Despeinada o Niñera nueva ola.
Por allí hasta se intentó dotarlo de un aspecto socioreivindicativo al poner entre sus creaciones “El changuito cañero”, una pretendida -y falsa- evocación de su infancia y de la vida de los cortadores de caña.
Ramón “Palito” Ortega se mantuvo en el candelero por mucho tiempo, en tanto que varios de sus colegas desaparecían en el público más o menos rápidamente. Sus agentes publicitarios cuidaron de promocionar distintos aspectos de su transcurrir vital, empezando por su casamiento con una singular estrellita de entonces.
La expansión del movimiento tuvo tal magnitud que en 1964 “El club del clan” llegó a los cines, con relativo éxito.
Es que los tiempos musicales cambiaban con rapidez y Los Beatles se habían constituido en un fenómeno mundial que se expandía por encima de los idiomas sostenidos, además, por una particular calidad y originalidad de sus melodías y letras.
Las figuras del clan se desvanecieron más o menos rápidamente. La -digamos- vigencia de Palito Ortega se estiró, aunque con menos auge que en los primeros tiempos; de hecho llegó a presentarse en Santa Rosa no hace muchos años. Otro integrante que pareció comprender lo fugaz del panorama fue Leo Dan, que se radicó en México, donde se sostuvo como compositor.
El otrora famoso Club del Clan, que marcara una época sobre la juventud argentina, hoy es apenas un recuerdo amable de quienes rondan o sobrepasan los setenta. También, aunque no se comente, debe potenciar esa condición en la memoria de la RCA Víctor, cuyas arcas contribuyó a llenar con
largueza.

 

* Colaborador

 

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