Jueves 25 de abril 2024

"Regreso a la esquina", de Mabel Pagano

Redaccion Avances 29/01/2023 - 12.00.hs

En esta nueva entrega de La Maga, Gisela Colombo trae un cuento de Mabel Pagano, una reconocida escritora. Con una amplia trayectoria de publicaciones y premios, la autora de Buenos Aires presenta “Regreso a la esquina”.

 

Gisela Colombo *

 

Salió a medias de un sueño que se le hizo muy breve, aunque alcanzaba para el reencuentro. Permaneció muy quieto en la cama, mientras la luz de la tarde empezaba a declinar más allá de la ventana de ese cuarto silencioso, empapelado de tenues flores lilas que él no veía, como no veía el resto de las cosas del mundo desde mucho tiempo atrás. Respiró aliviado al darse cuenta de que a pesar de que ya estaba despierto, el hombre seguía allí, sentado junto a él.

 

Era la segunda vez que se encontraban después de que puso el punto final de su cuento, terminando la relación que los había unido mientras lo escribía. En la ocasión anterior la visita había resultado muy turbadora por tener que decirle que no al pedido de su personaje. El hombre había aparecido una tarde - sin anunciarse y sin llamar siquiera - en su departamento, más precisamente sentado junto a él, en el sillón de la biblioteca donde le gustaba instalarse para escuchar música. Dando vueltas al sombrero entre sus manos y luego de algún titubeo, le había dicho: vea, don, a mí me gustaría tener otra historia ¿comprende? Él negó con la cabeza, quedándose en un silencio que el otro quebró después de nuevas vacilaciones, aclarándole que no se trata de sacarla a ella, por supuesto, porque a una mujer como la Lujanera uno la ama para siempre. Es otra cosa la que yo quisiera... Se quedó callado por un momento, mirándolo fijamente y como en espera de una palabra que lo impulsara a seguir. Él no habló, pero hizo un gesto con la cabeza, que pareció cumplir el efecto de animarlo porque se inclinó un poco hacia adelante y después de tragar saliva dijo, mire, días pasados andaba por San Telmo y vi hasta el lugar en el que desearía que nos ponga. Un corralón en la calle México, casi llegando a Bolívar, adoquines en la entrada y en el patio, techado con parras, galería, un par de piezas y una Santa Rita en la pared del costado ¿qué le parece? ¿No es un buen sitio para otra historia? Ahí, la Lujanera podría esperarme a las tardes, cuando volviera con el carro y traerme el primer mate, mientras yo desengancho al malacara y le doy un terrón de azúcar en la palma de la mano.

 

Él había entornado sus ojos, donde ya comenzaban a instalarse las tinieblas, para tratar de fijar un poco más la imagen del hombre que tenía enfrente. Pero no supo si era el Pegador, el Corralero o el que se hacía el chiquito -y le contó una vez lo del duelo de aquella noche-, quien le estaba haciendo el pedido. Sintió la ansiedad con que el visitante esperaba su respuesta y trató de ganar tiempo preguntándole ¿y cuál es la razón por la que quiere que le escriba otra historia? Porque ya no tengo ganas de andar con el cuchillo ni para sostener la fama de guapo ni para defenderla a ella de quienes no pueden dejar de mirarla. Y, además, porque yo también tengo derecho, como cualquier cristiano, a ser un poco feliz ¿no le parece?

 

Su respuesta fue: lo que usted me pide es imposible, amigo, porque esas cosas no se hacen. Uno se despide de sus personajes cuando termina el cuento y ya no vuelve atrás. Las historias son como son, o mejor, como el que las escribe cree que son, y ni él puede cambiarlas después de haberlas cerrado ¿comprende? Y se encogió de hombros, como disculpándose. Entonces, el hombre le había respirado hondo, con resignación, cerca de la cara y lo único que dijo antes de levantarse fue, para usted es fácil, pero no importa, don, ya se sabe que no se puede ir contra el destino. Y desapareció cuando la punta de sus dedos tocaban aún el ala del sombrero que había vuelto a ponerse.

 

No recordaba cuánto tiempo había pasado desde esa tarde en que su personaje lo había visitado, hasta ese momento en que él estaba en la última espera, acostado en aquel cuarto silencioso empapelado de flores lila. Decidió hacer lo mismo que la vez anterior, quedarse callado y esperar que el otro hablara. No fue muy largo el silencio. La voz le llegó interrumpida por un leve temblor y apagada en un cansancio tal vez demasiado largo. No se preocupe, dijo, no estoy aquí para pedirle que me escriba una historia con otro final. Los años pasan, la vida hace lo suyo y uno termina comprendiendo que es inútil buscar la felicidad. ¿Entonces, puedo saber por qué está aquí? se escuchó preguntar, levantando levemente la cabeza mientras apoyaba las manos abiertas sobre la colcha. Vine a invitarlo que se vuelva conmigo para allá. Nos esperan esos lugares que los dos conocemos tan bien y aunque le cueste creerlo, le puedo asegurar que está todo como cuando usted lo vio para contarlo.

 

Un suspiro agitó su pecho y el antiguo perfume de las madreselvas se le acercó a la nariz. Le gustó la idea de regresar a aquella ciudad que estaba del otro lado del mundo y a la que un río oscuro le lamía los pies. Caminar nuevamente por el Arroyo, acercarse temprano, una noche linda de estrellas, por el camino de Gauna y el Maldonado para ir al salón de Julia; meterse de nuevo en la milonga, tomar una caña, volver los ojos al filo de un cuchillo que relumbraba en el desafío de algún viejo conocido.

 

Decidió aceptar el convite y dejando en la cama lo que le restaba de aliento se paró frente a aquel hombre que ya lo esperaba de pie y tendiéndole la mano. Se fueron juntos para el barrio de callejones de tierra, faroles amarillos y zanjas barrosas, donde los aguardaba el ciego del violín que tocaba habaneras en la madrugada, el Inglés subido al pescante de su carro y la ventana alumbrada todavía por la luz de un amor desvelado. Con la voz apagada de la confidencia, su compañero le contaba de alguna muerte que debía, mientras iban a los barquinazos en el placero de ruedas pintadas de rojo, perdidos en un laberinto de charcos que le hacían de espejo a la luna. Por fin los acordes de una guitarra empezaron a guiarlos hasta el viejo lugar que continuaba desafiando los empujones del tiempo. Sus sombras llegaron a la esquina rosada, después de haber dejado atrás los perfiles irregulares del rancherío y la loma cruzada por un alambrado que, de tan finito, desaparecía en la débil luz del amanecer.

 

Regreso a la esquina” es parte del libro “Como un pájaro sin luz”, en proceso de edición.

 

Mabel Pagano nació en Lanús Oeste, Buenos Aires, el 6 de mayo de 1945. Tiene publicadas veinte novelas, dos biografías noveladas, dos biografías, nueve libros de cuentos para adultos, tres de cuentos para niños, y dos novelas juveniles. Participó en veinticuatro antologías, dos de ellas publicadas en EEUU, y otra en España. Ganó cien premios literarios, entre ellos el EMECE, el de los gobiernos de la Ciudad de Buenos Aires, de Córdoba y de San Luis, el de Editorial Atlántida, Fundación Fortabat y dos veces el del Fondo Nacional de las Artes. Por su trayectoria fue distinguida por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires y del Municipio de Lanús.

 

* Escritora y docente. Compiladora.

 

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