Domingo 25 de mayo 2025

Santos Montesinos

Redaccion Avances 25/05/2025 - 06.00.hs

La infancia de Julio Domínguez, “El Bardino”, estuvo marcada por la soledad, las leyendas y los misteriosos personajes que aparecían por el puesto. El domador Santos Montesinos fue uno de ellos, a quien dedicó parte de su poesía.

 

Ernesto del Viso *

 

Aquel niño, que por cinco años, vivió junto a sus padres en el puesto del Lote 15, Dpto. Chical-Co, en el oeste de la provincia de La Pampa, inicia, a partir del fallecimiento de su padre Canuto Domínguez, a deambular por otros sitios. Otros rumbos con otros destinos, tal vez muy distantes a los que hubieran acontecido, de no ser que al pasar por Santa Isabel un día de junio de 1938, su papá se derrumbara interfecto.

 

Tan solo con 7 años, el niño Julio, empezaba a oficiar de puestero. Muchas veces a quedarse solito, en un sitio de la Estancia de don Abelardo García.

 

Allí, sucederán cosas que sus ojos y corazón, aprisionarán fuertemente, como para que la memoria le sea fiel y compañera, al tiempo de recordar.

 

El miedo le soplaba, potentemente, sus extremidades inferiores y sus manos. Le intimidaba la leyenda de la muerte de Camilo Pérez, que oía de los mayores. Donde el adulto relata en rueda o en coloquio solitario de materas, aquello que acaeció: la muerte de Pérez.

 

Dos almas turbulentas en razón de sus existencias, se enfrentan. El niño bardino desconocerá el pleito y su motivación. Pero imprimirá en su cabeza, lo horrible de aquel final mundano: el de Camilo, pretérito puestero de García.

 

¿Aparecerá en sus sueños? Nada sabemos. Pero la plancha del grabado recibió gran imprimación que hasta en los años maduros de Julio constaron en el recuerdo vívido del cantor.

 

Claro, aquellas eran épocas en que los niños nada debían interrogar sobre tal o cual emblema mundano, a los mayores.

 

 

Esas ramas cruzadas, donde supuestamente había caído muerto el antiguo puestero de don Abelardo, que no debía atravesar, sino rodear, le magnificaban la idea en su estatura pequeña, de infancia sin juguete ni papá que lo cobijara.

 

Ocasiones, el infante pone su oído al relato y lo amplifica, lo enhebra a su pequeño mundo, escaso de empirismo; “nova terra” en barbecho aún.

 

Virginal surco que germinará de a poco para construir ese montoncito de historias, que a manera de “chaquiras” conforman el collar de la vida señalada. Promovida.

 

 

Van desfilando, sobre su atenta mirada, inquieta mirada de niño que permanecerá incólume a través de los años, los hombres y mujeres del oeste pampeano. Sin premeditación alguna, han de constituir gran parte de su obra poética, su “libro mayor”, el que reunió una forma de vida y cultura de un territorio agreste, con su coloratura baya que nunca olvidó.

 

A veces un tratado de sociología, otras de botánica y geografía, sus canciones, sus poemas populares, nos acercan y nos llevan de viaje a una región pudorosa, de silencios, que otras voces, como la de Arturo Sol, “Nico” Zabala y Susana Cuello, actualizan en estos tiempos.

 

 

Le dio colorido al pago”

 

Vamos al encuentro de Santos Montesinos. Lo hacemos de la mano y memoria prodigiosa de Julio Domínguez.

 

Un señor de estatura más bien pequeña, de pocas palabras, llega Santos un día, al puesto de don Abelardo García, para domar caballos. El pequeño bardino, no cruza una sola palabra con el personaje, que le impresiona a tal punto que le hace decir: “A Montesinos lo nombro no por gusto de nombrarlo, sino porque su coraje le dio colorido al pago”. (J.D.)

 

Domínguez nos dice: “A Montesinos lo conocí, cuando él vino a domar unos caballos a lo de don Abelardo García. Yo tendría unos 6 o 7 años y me desempeñaba como boyero en ese campo de García”.

 

 

- Eduardo del Viso (EdV): ¿Cómo llegaste a ese lugar y dónde queda el campo de Abelardo García?

 

- Julio Domínguez: Como ya dije, yo era muy chico, cuando Abelardo García me toma como puestero. Pero primero habló con mamá, para ver si me podía tomar como puestero y pagarme 12 pesos por mes. Fue mi primer trabajo pago”. “El campo de don Abelardo, estaba ubicado a unas dos leguas y media de la localidad de Algarrobo del Águila, hacia el sur por el camino de la costa, orillando el río Atuel.

 

 

Nombrarlo a García, es desbocar recuerdos que como abrojos se le han quedado prendidos en la memoria más profunda del cantor, otrora pequeñín.

 

Desde esa estatura todo se magnifica, como verlo a don Abelardo andar siempre con pistola y unas balas en el cinto. También esbozar un retrato lo más fidedigno que el paso del tiempo no ha podido ocultar, por eso Julio habla de un hombre muy austero, muy serio. “Conmigo se comportó de una manera de patrón a peón, pero a veces nos invitaba a comer. Yo iba a la escuela con uno de sus hijos”.

 

 

- ¿Cómo fue tu estadía en el puesto de García?

 

 

- Yo vivía en un ranchito chiquito, casi al lado del corral de las chivas. Las puertas de esa morada no cerraban bien, pues no acechaba ningún peligro, pero yo a la noche tenía mucho miedo. Claro a veces cerraba la puerta del lado de adentro con los perros como compañía, lo que me permitía dormir bien. Era un chico de apenas 7 años.

 

 

No solo la noche exponía a esa criatura a un presente de perturbación, sino también la leyenda de ese Camilo Pérez otrora encargado del puesto, muerto en despareja pelea a cuchillo. “La casa de Camilo, relata Julio Domínguez, estaba del otro lado del Atuel. Unos dicen que le pusieron 17 puñaladas, otros como don Ohaco, comisario de territorio de la zona, me contó que directamente le pegaron un tiro. Ocurrido esto, le sucedió Juan Ascorra, que estuvo un tiempo y se marchó a Algarrobo del Águila. En eso llegué yo, un niño que iba comiendo de puesto en puesto y fui una especie de puestero”.

 

 

Y de palenquear clinudos…”

 

La médula de la historia, el encuentro con ese tal “Santos Montesinos”, se nos llega con la frescura que la emoción rebela ante la evocación de una señal grabada a fuego. Aquella poca feliz niñez, vivida con el corazón siempre a la intemperie de territorios desolados por dentro y otros tantas por fuera, va cultivando pensamientos, paisajes con hombres que modelan ese horizonte nuevo de su porte, que le dictaran toda una obra literaria y sonora sobre el oeste de su nacimiento.

 

Es verano. El sol chirria al rozar las arenas y los cuerpos de esa gente que trabaja el campo ajeno, y de penas propias al decir de Yupanqui.

 

 

- ¿Cómo llega Montesinos al campo de García?

 

 

- Don Abelardo García contaba con un buen capital, lo que le permitía llevar una vida de buen pasar. Tenía una tropilla de caballos grandes, a los que se les llamaba frisones. Me han contado que así se les llama pues provienen de la región de Frisia, una provincia de lagos, de Holanda, una de las doce provincias que conforman el “Reino de los Países Bajos”. Se hicieron para ser caballos con una gran capacidad de tiro. Son caballos de mucha fuerza.

 

En los tiempos de seca se les daba una primera monta. Esto sucede porque cuando el Atuel traía agua, la tropilla escapa al monte y baja de noche a beber las aguas y se hacen salvajes. Entonces cuando hay seca, la tropilla no tiene otra que arrimarse al jagüel y es ahí donde se debe dar la tarea del domador.

 

 

Estos caballos no eran fácil de domar, más bien eran de temerle. No eran potros de un año, sino más bien de cuatro o cinco años. Don Abelardo empieza a buscar domador. Habla con don Juan Hurtado, muy buen domador de arriba de la barda, pero le dijo que no y así se encontró con similares respuestas con otros habilidosos domadores del departamento de Chical-Có. Con este panorama declarado realmente, dará lugar a que entre en escena el domador de esta historia: “Entonces don Abelardo decidió mandarlo a llamar a Santos Montesinos, que era famoso, como domador y jinete, por la zona de Gral. Alvear (Mendoza). Recuerdo que encerró la tropilla a la tarde y en eso llegó don Santos, lo saludó a García. Venía a la usanza bardina, es decir de negro. Esa forma de vestir de los bardinos que siempre me ha preocupado; debe significar algo, pero no lo sé”.

 

“Santos cuando hablaba con García, los chicos estábamos aparte. Yo me acuerdo que Montesinos cortó del lado gordo y se llevó el bocado de carne a la boca con el cuchillo, y le chorreaba la grasa. En un momento le miré la cara al Santos, y vi que era bien morocho”.

 

“Al terminar de comer, el domador, pidió le señalaran el más malo de la tropilla que estaba en el corral. Al resto de la tropilla se le soltó, por pedido de él”.

 

 

El estío no escondía su acoso de horno al aire libre. El corral contenía la bravura de ese animal bellaco e indomable, en ese momento atado al palenque. Ahora solos el frisón y el jinete / domador: frente a frente. Lejos de querer ser un espectáculo para vistas ajenas, don Santos oficiará de mediador en esa distancia que obra entre la bravura y la mansedumbre. Lo hará de a poco, hablando con el animal en un lenguaje que nadie escucha y que solo atiene al hombre y el yeguarizo.

 

Desde lejos, el pequeño Julio, continuaba avistando al domador: “Su recado era de una tremenda pobreza. (“Virolas no conocía / su recado de paisano…”) Tenía una cincha de lona que para domar no sirve, pues se corta, salvo que sea una lona muy buena. No recuerdo si tenía cojinillo. En fin, en Montesinos, todo era pobre, menos la destreza que tenía”.

 

 

Por el oeste, señala el poeta, a este tipo de jinetes, dotados de una gran maestría, se les llama: “jinete sin agüela”.

 

El niño puestero, está encandilado no con el sol que le azota la epidermis, sino con ese coraje que poseía el domador, que era de un brillo tal que le llamó poderosamente la atención, por eso en el poema que antecede a la Corralera por Santos Montesinos, dice: “…sino porque su coraje le dio colorido al pago”.

 

 

Con los años, aquella criatura, ya hombre, formula un juicio pleno de lírica sobre lo que percibió en aquel oeste pampa: “Por esos instantes, don Santos, con su paleta imaginaria de gran pericia, en el oficio de domar, pintó de bravura y audacia. El horizonte cargaba un rojo intenso de arrojo y denuedo. Los pastizales bramaban en declarado silencio, aquella actitud manifiesta del picador. Montó entonces el más malo y no sé…para mí que le hablaba al animal, lo que no hacía con los hombres: ‘…con los hombres poco hablaba pero si con los caballos’”.

 

“Le tocaba el lomo al caballo y éste temblaba todo. Le puso las caronas, la rastra, la cincha, lo montó y salió al campo. A qué hora regresó, no lo sé, el caso es que volvió montando el caballo y mansito. Así lo fue haciendo con el resto de la tropilla”.

 

“Montesinos, tenía dos caronas solamente, pero le sobraban agallas. Como era chiquito, le escuché decir a alguno de los paisanos que miraban la situación: ‘Cómo siendo tan chiquito ese hombre, se puede sostener arriba de un potro?’”, sentencia al final de retratarlo al señor.

 

 

La “Corralera por Santos Montesinos”, antes de ser cantada, le antecede el recitado del poema “Montesinos” (4 sextinas y una estrofa final de ocho versos) que también escribió Julio Domínguez. En los años 80 del siglo pasado, la grabaron, aunque el registro permanece inédito, los “Cultrum” de Guatraché, conjunto formado por Humberto Urquiza, quién recitaba “Montesinos”, Luis A. “Tuchi” Herzel y Nelson Ernesto Dukardt. También hay un registro de Argentino Luna, en que vendría a ser el anteúltimo disco de Luna, titulado “La copla es canto del Pueblo” (año 2010 – GLD Distribuidora SA), allí grabó el poema “Montesinos”, bajo el título de “Santos Montesinos”, al que Luna musicaliza, coronando su interpretación con este verso: “La vida nos fue llevando / por diferentes caminos/ pero aquí está su milonga / Julio Domínguez, bardino. / Estoy cantando pa’usted / y pa’Santos Montesinos.”

 

 

P.D: La foto que ilustra esta nota, en la que aparece Santos Montesinos, me la cedió Rubén “Cacho” Evangelista, quien me ha expresado, que hace muchos años, pasó el Bardino por su oficina, y le dejó este retrato fotográfico, aduciendo de que se trata de aquel domador que conoció de chico en lo de Abelardo García: don Santos Montesinos.

 

 

* Músico.

 

 

Montesinos”

 

 

A Montesinos lo nombro

 

no por gusto de nombrarlo,

 

sino porque su coraje

 

le dio colorido al pago.

 

Fue jinete el hombre, es cierto,

 

aunque de escaso recado.

 

 

Para embozalar clinudos,

 

él era como mandado,

 

pero siempre lo hizo solo,

 

no cuando estaban mirando.

 

Con los hombres poco hablaba,

 

pero sí con los caballos.

 

 

Y no faltó alguna boca

 

que dijera que don Santos

 

andaba ausente de amores

 

y no podía domarlos,

 

que al hombre lo sostenía

 

el diablo sobre el recado.

 

 

Y se perdió Pampa adentro

 

nunca más pude encontrarlo;

 

a veces con mi guitarra

 

salíamos a buscar rastros:

 

ni los puesteros más viejos

 

saben dónde anda Santos.

 

 

La vida del domador

 

transcurre de pago en pago,

 

así lo ha visto mi Patria

 

como símbolo de el llano.

 

Por eso es que a Montesinos

 

no lo nombro por nombrarlo,

 

sino porque su coraje

 

le dio colorido al pago.

 

 

Poema de Julio Domínguez

 

 

Corralera por Santos Montesinos”

 

 

Anduve hace un tiempo atrás

 

y espere que yo les cuente

 

de un tal Santos Montesinos

 

por el lado del oeste.

 

Virolas no conocía

 

su recado de paisano

 

y de palenquear clinudos

 

el hombre en mi canto ha entrado.

 

 

Lo habrá chuzeado el amor

 

de alguna moza puestera

 

o en algún pago olvidado

 

andará gastando yerba.

 

 

Lo habrá tragado el olvido,

 

su fama la llevó el tiempo

 

pero a mí me gustaría

 

de nuevo volver a verlo.

 

 

Vaya Santos Montesinos

 

por usted esta corralera

 

que se ha metido al recuerdo

 

como piche por su cueva.

 

 

Venga un trago si es preciso

 

festejando la alabanza,

 

vengan jinetes mejores

 

para probar si lo igualan.

 

 

Letra y Música: Julio Domínguez

 

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