Martes 06 de mayo 2025

Todo está en los detalles

Redaccion Avances 07/07/2024 - 12.00.hs

En este artículo, el autor realiza una breve reseña del libro “El amante extremadamente puntilloso”, de Alberto Manguel. En esta novela breve, el escritor abre la puerta a una historia socavada entre investigaciones dudosas.

 

Alberto Di Francisco *

 

Hacía un buen tiempo que perseguía un libro; el título me había resultado llamativo, y los comentarios que había leído de algunos lectores, mas una que otra reseña favorable encontrada en internet, me decidieron a comprarlo. Lo cierto -lo tristemente cierto- es que la magia de todo ejemplar nuevo, y el cosquilleo de desandar sus hojas con fervor me duraron apenas hasta el primer capítulo. A mitad de su lectura, ya era decepción, y arribando al final, bronca por el dinero malgastado.

 

A raíz de esta mala experiencia, evité por unas semanas la proximidad con las librerías, como quien víctima del desamor, no quiere pasar por esos lugares que nos traen a su recuerdo, no quiere volver a ese ambiente en el que todo llama a su presencia. Pero, como es sabido, en la vida a veces el asombro nos vuelve desde las cosas inesperadas y humildes.

 

El feliz hallazgo.

 

Esa moda que los últimos tiempos ha ido ganando terreno, en la cual en los supermercados se comenzó a comercializar libros, hizo a la ocasión. Me detuve a mirar, más incrédulo, o desconfiado, que otra cosa, la variedad de títulos que se ofrecían; allí, obras aclamadas compartían espacio con otras de menor rango. Textos de autoayuda junto a novelas románticas, thrillers trepidantes conviviendo con literatura infantil, y escuetos libritos para colorear junto a novelas históricas. En la confusión de títulos, así, sin preverlo, sin pensarlo (de hecho, cuando el objeto de mi búsqueda no era siquiera de libros, sino de otros alimentos), y al poco tiempo desde aquella mala experiencia, me topé con una obra breve -de menos de 100 páginas- cuya reseña en la contratapa me sedujo lo suficiente, y su irrisorio precio de venta terminó de convencerme a comprarlo. Me lo llevé, de nuevo ilusionado y pícaro como un niño.

 

“El amante extremadamente puntilloso” es el resonante título que su autor, el argentino-canadiense Alberto Manguel, eligió para contarnos, a modo de crónica biográfica, la singular historia de un tal Anatole Vasanpeine. En esta novela breve, magistralmente descrita y ambientada, principalmente por el equilibrio que en todo momento sabe encontrarle entre misterio y realidad, Manguel nos abre la puerta a una historia socavada entre investigaciones dudosas, que hacen aún más grande el mito de nuestro extraño protagonista. Confieso aquí que los personajes que por alguna característica -psicológica, en mi gusto- se salen del estereotipo, me cautivan en sobremanera, por lo cual sumé de inmediato a mi imaginaria lista de preferencias a este curioso espécimen.

 

Un mundo fragmentado.

 

La historia se centra en un joven introvertido y solitario que vive en una pequeña habitación en la ciudad de Poitiers (centro de Francia) a principios del siglo XX, cuya vida transcurre entre su trabajo en los baños públicos (bains-douches) y su creciente pasión por la fotografía. En ese contexto y circunstancias comienza a desandarse una aventura de amor y de tragedia, por la cual el escritor nos lleva de la mano con la destreza y el oficio de su pluma. Inteligente y erudito, Manguel comienza a tejer de manera casi borgeana la historia de este joven, con un preámbulo donde además de presentarnos algunas particularidades que el protagonista ya evidencia desde su niñez, nos asoma tanto a la técnica romana del mosaico -pequeñas partes cuyos detalles se conjugan para una obra más grande-, como también a esa forma poética llamada blasón, que se caracterizó por ponderar la sensualidad del cuerpo en sus partes (como el cabello, los senos, los ojos, etc.); ambas expresiones, estas, que tuvieron por denominador común la importancia, o la consagración, de lo particular por sobre lo general. Entre datos poco precisos, un supuesto diario personal de Vasanpeine, e informes dudosos de un historiador, el autor descorre el velo para mostrarnos la curiosa vida de su protagonista. Contrario a la ley gestáltica, este joven pondera el detalle -aquí, del cuerpo humano-, exalta hasta el paroxismo la parte por sobre el todo. Así, atendiendo a los ocasionales clientes que se acercan a usar los baños públicos donde trabaja, se siente cada vez más fascinado por aquellas formas, manchas, colores, y texturas que el fugaz intercambio le permite captar con su ávida mirada. Vuelve a casa, tras cada jornada laboral, con un abanico de imágenes en la memoria que lo extasían; una cicatriz, una mancha, la llanura de la piel de una mano, o la forma alargada de unos dedos -por citar algunos ejemplos- son detalles que avivan su fuego en un erotismo que el protagonista aun no comprende cabalmente, son el objeto -tristemente fugaz- de su deseo. Aquello que resulta interesante de Vasanpeine, es que se sale del lugar común, no estamos ante un simple voyeur (mirón) en su acepción más vulgar; para él no hay diferencia si es mujer u hombre (características estas en las que no se detiene) si lo que de pronto admira es un pubis femenino, o las arrugas en el nudillo de una mano varonil. El objeto de su fascinación está en la perfección que encierra ese detalle, indiferente con el Todo al que pertenece. El refugio del muchacho es su vasto mundo interno, y pareciera que la manera que encuentra para acercarse, lidiar, interactuar y digerir la vastedad del mundo externo no es sino a través de fracciones de este, como si la realidad fuera un vino, a cuyo sabor se llega tomando de a pequeños sorbos.

 

A medida que la crónica se desarrolla, avanza en Vasanpeine esa obsesión; hay como un in crescendo (si cabe esta designación) cuando el personaje, desatendiendo su puesto de trabajo, se cuela progresivamente en los baños para espiar a los clientes a través de algunas ranuras que hay en las paredes, táctica con la cual su deseo no hace más que agigantarse. Recostado sobre su cama, evocando luego en el teatro de la memoria aquellas imágenes que han sido su placer, se lamenta sin embargo por la volatilidad de las mismas, puesto que no son más que recuerdo de un instante, como pompas de jabón siempre sujetas a la brevedad. Es entonces cuando acude al auxilio de otra de sus pasiones: la fotografía. Asomando ahora, en vez del ojo, la cámara a las grietas de los baños por donde espía a los clientes, dispara sin objeto, dejando al lente la libertad de capturar esas partes que las grietas le dejan ver, partes y detalles la mayoría de las veces indescifrables e impersonales, que lo seducen y lo erotizan. Ya no depende entonces del concurso del frágil recuerdo; los objetos de su deseo se vuelven así tangibles y duraderos en el papel, son ahora imágenes asequibles en todo momento, de modo que en breve tiempo el muchacho termina por acumular fotografías a cantidades, que lo trasladan a un éxtasis nuevo. Hay aquí una escena cúlmine en la historia, que es el punto en que Vasanpeine retoza con todas ellas en la cama, encumbrado de fetichismo. Sobre las fotos de esas partes él halla los evocadores de todo un sinnúmero de placeres; las instantáneas son el ancla, le traen el recuerdo vívido de ese océano de minúsculas seducciones, como el vello de una entrepierna, un mechón de pelo rojizo, o las curvas de una oreja.

 

El Todo.

 

Para mencionar el final sin aventurar su desenlace, recordaré unos versos de Borges, que en su poema titulado “Baltasar Gracián”, reza: “(…) ¿Qué sucedió cuando el inexorable sol de Dios, La Verdad, mostró su fuego? Quizá la luz de Dios lo dejó ciego en mitad de la gloria interminable. (…)”

 

Vasanpeine se topa, en un día como cualquier otro, lejos de sus bains-douches, y sin ninguna premeditación, con el arquetipo de su amor (de su obsesión). Le es dado mirar de frente a ese “sol”, pero en la peligrosa consumación de todo deseo, en esa proximidad con la perfección, hay algo que lo supera, lo anula, y ya no hay regreso posible a la cordura.

 

Los pocos pesos que pagué por el libro son meramente anecdóticos, y definitivamente no reflejan el inmenso placer que acaso supo darme su lectura. Me aventuro a pensar que Manguel, a través de Vasanpeine, y allende el perfil psicológico -real o imaginario- del caso que expone, nos deja abiertas numerosas puertas para reflexionar, algunas más terrenales, algunas meramente lúdicas o anecdóticas, y otras quizá más filosóficas; yo -desde toda la subjetividad de mi lectura- me detengo en aquello que creo importante resaltar, sobre todo en el marco de la caótica y despersonalizada vida moderna, que es: el reconocimiento de la belleza. La belleza (vamos, como el placer, como el arte) ¿reside en las cosas, o está en los ojos que la miran? ¿O acaso ella nace del contacto entre ambas, como la música que surge del encuentro entre la mano y la cuerda? Inclinados hacia el lado del asombro (de ese asombro del niño, que vamos perdiendo con los años), de pronto ella nos vuelve desde las cosas inesperadas y humildes. Quizás la belleza, como tantas otras cosas, esté ahí, esperándonos, al solo alcance de nuestra predisposición a encontrarla.

 

* Colaborador

 

'
'