Domingo 07 de diciembre 2025

“Un destino común”

Redaccion Avances 07/12/2025 - 12.00.hs

La publicación incluye el período 2009-2025, con charlas repartidas por distintos canales de Internet, con sus comentarios, vistas y recortes.

 

María Daniela Yaccar *

 

Uno de los títulos destacados de este año es, paradójicamente, un libro que nunca se escribió. Un destino común, publicado por Caja Negra y presentado en el marco del aniversario número 20 de la editorial, reúne conversaciones e intervenciones públicas de Lucrecia Martel en el período 2009-2025. Estas charlas se encuentran repartidas por distintos canales de Internet, con sus comentarios, vistas y recortes; no obstante, sería injusto e inadecuado decir que el libro no ofrece nada nuevo. Una señal es que está convocando incluso al fandom, a los que ya escucharon todo, o casi todo, lo que la cineasta dijo alguna vez. Hay un plus en el cambio de materialidad de sus palabras y en la compilación de lo aislado. Un libro no deja de ser una batalla contra lo efímero.

 

Para empezar a definirlo hay que hablar de lo que no es. Como era de esperarse, Un destino común no es un libro sobre cine. En la presentación, firmada por Martel en junio de este año, ella escribe: “En este libro no van a encontrar mucho sobre cine, sino sobre lo que nos hace querer algo en la vida”. Claro que su actividad es la plataforma de la que surge todo lo demás, pero este es más un libro sobre condiciones de percepción, cultura y política de una referente que un libro sobre cine de una artista. Y aparece una amplitud de temas, en más de 200 páginas de alto vuelo y densidad teórica.

 

Pueden ser cuestiones específicas del lenguaje de la realizadora, como tiempo y sonido -dos de sus grandes obsesiones-; la lucha contra la preponderancia de la imagen y las categorías de argumento y conflicto; su búsqueda en los diálogos; la “ausencia profunda de visiones de otras clases sociales que no sea la clase media alta blanca”. O bien reflexiones más filosóficas y contextuales, como lo angustiante que resulta al ser humano el avance de la IA, el presente político, la necesidad de activar la conversación con los que piensan distinto o de recuperar el espacio público, aunque más no sea para caminarlo.

 

“Uno hace una película para que la gente después hable de cosas que tienen que ver colateralmente con la película. Eso es la cultura: las cosas que hacemos que generan conversaciones y nos vinculan, y después se quedan en la memoria”, ha dicho la directora de La Ciénaga y Zama, quien este año presentó su primer largometraje documental en festivales internacionales, Nuestra tierra, acerca del asesinato del activista tucumano Javier Chocobar. En aquella frase resuena el espíritu del texto.

 

Caja de herramientas.

 

Los editores Malena Rey y Pablo Marín trabajaron dos años para compilar el material disperso y convertirlo en una “caja de herramientas para expandir algunos conceptos y volverlos insumos”. Cuentan en la “Nota a la edición” que decidieron dejar de lado entrevistas o charlas más centradas en películas para priorizar aquellas en las cuales los temas se despliegan con mayor libertad. Componen el libro diez textos estructurados en tres secciones. La segunda reúne conversaciones con César González, Carla Simón y Leila Guerriero.

 

En las primeras páginas están las ideas de la artista sobre el tiempo, la imagen, el sonido y el espacio; sus sanas discusiones con los parámetros establecidos. Este bloque está lleno de pasajes bellos, como este: “(…) Intuitivamente nuestro cuerpo sabe que hay un único tiempo, el presente, y es imposible engañarlo. Con líneas de tiempo o sin ellas, el cuerpo sabe que el tiempo es el presente, y que dentro suyo están abigarrados todos los otros tiempos, ya sea el recuerdo, el deseo futuro o la esperanza. El cuerpo es consciente de esa complejidad que puertas adentro hemos decidido que sea una línea vinculada únicamente a la visión”. Su apego al sonido -un tema apenas tocado en los libros de cine- en detrimento de la imagen tiene su origen en las siestas salteñas, momento en que su abuela le contaba cuentos con un arte que trascendía las historias en sí: abarcaba el ritmo, las pausas y un sonido que la envolvía hasta atraparla y retenerla en la cama. “Me interesa pensar en un esquema de tiempo que se relacione con el sonido”, se define y luego explica.

 

Varias veces aparece en su discurso su “perniciosa” educación religiosa, factor que explica su invitación a desarmar todo lo conocido, en una actitud desconfiada pero a la vez desafiante. Se distingue como referente porque nunca se para como alguien que pretende trasladar recetas o fórmulas. Con la metáfora de la incomprensión que sentiría un extraterrestre que llega a este planeta y detecta personas comiendo en las mesas de un restaurante y otras de un cesto de basura alude a la “mirada” necesaria para contar historias, cierto extrañamiento que “necesitan los escritores, los actores, los padres, las madres y los chicos”. Esa actitud de no dar nada por sentado no implica desarmar lo anterior solamente sino también, y sobre todo, inventar.

 

Falló el entusiasmo.

 

El seminario que dio en el Primer Festival Internacional de Cine organizado por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo y la carrera de Imagen y Sonido de la UBA tiene un tono de exhortación: insta a los jóvenes a inventar el cine argentino. Y ahí está la explicación del nombre del libro. “Es muy difícil aceptar que falló la cultura. No falló la economía; el problema más grave que tenemos no es la deuda externa. Falló el entusiasmo, la curiosidad por usar herramientas muy poderosas para entendernos entre nosotros (...)”, advierte. Luego de asociar el arte a la utilidad, una idea para nada habitual, expresa: “No estoy de acuerdo con que el cine implique ver tanto cine. El cine es ir a la calle, es hablar con los vecinos, caminar por la ciudad y hablar con la gente (...). Hay algo que pasa afuera que necesita de nuevas observaciones (...). Armar ese destino en común es la única tarea de la cultura. La cultura es un intercambio simbólico que sirve para armar un destino común, para inventar un mundo”.

 

Se siente parte del “fracaso” de la no construcción de una cultura que “contenga a todos”. Un clima apocalíptico sobrevuela las últimas páginas, por la descripción de un contexto que combina aislamiento, híperconexión, delegación de tareas a la IA y un sombrío presente político. Son generalizados el “desasosiego”, la “desazón”, un sentimiento de “inadecuación”, la sensación de “fin de época”, pero Martel conserva un “optimismo enfermizo” que logra contagiar. Es, también, por aparecer en un tiempo en que faltan brújulas, que Un destino común es un libro cuya existencia vale la pena.

 

* Página/12

 

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