Domingo 07 de diciembre 2025

Vecino bostero

Redaccion Avances 07/12/2025 - 15.00.hs

La llegada de un nuevo vecino puede generar buenas expectativas y emoción al pensar quiénes serán esas personas que llegan al barrio. A veces, éstas se cumplen; otras veces, hubiese sido mejor que la casa permaneciera tapera.

 

Juan Aldo Umazano *

 

Cuando hacía los mandados pasaba por esa casa que estaba tapera.

 

Una mañana, serían las ocho cuando paró un auto y se bajaron dos hombres y una mujer; el hombre que venía de acompañante, sacó una llave y abrió la puerta de entrada. Seguramente querían saber sus comodidades y el estado del baño y la cocina. Las paredes de afuera estaban pintadas de azul y blanco. Esos colores serían porque el dueño anterior era hincha de Racing.

 

Si era hincha de Boca, seguramente la hubiese pintado de amarillo y azul. En las últimas elecciones, la casa la habían alquilado utilizándola como local para llevar gente a votar.

 

Cuando se camina por la misma calle todos los días, hay un acostumbramiento que suele aburrir, porque se sabe quién vive en esta casa, y en esta otra, en qué trabaja. Después de una hora, cuando volvía con el carrito lleno, vi una mujer y un hombre que miraban la casa y hablaban del patio. Al día siguiente, el hombre sacaba yuyos con una pala, y la mujer rastrillaba. No eran muy jóvenes. Tampoco viejos. Estaban en una edad donde podían hacer ese tipo de tarea.

 

Cuando yo pasaba para ir a mi casa el hombre recibía un mate de la mujer, y me dijo fuerte:

 

-¡Adiós vecino!

 

- Adiós-, lo saludé.

 

 

Donde terminaba la pared de la casa, estaba la entrada para el auto. Digo auto, porque una camioneta no entraba.

 

Apenas llegué a mi casa le comenté a mi señora de los vecinos nuevos, y que nos habíamos saludado.

 

Pasaron algunos días, y el hombre estaba parado en la ochava, donde tenía una puertita con alambre tejido por donde se entraba al patio del frente.

 

Después de saludarnos les pregunté señalando esa especie de cochera abierta:

 

-¿Ahí entrará el auto?

 

-Podría, pero le daré otra utilidad.

 

Me pareció demasiado curioso preguntarle. No hacía mucho que nos conocíamos. Después de un silencio, me comentó que ese sería el lugar de sus perros galgos y unos dogos. Lo miré, porque escuché lo que yo menos esperaba. Creo que eso es lo que recibió de mi silencio y agregó, que como estaba jubilado, sus ocho hijos le pagaban el alquiler poniendo cada uno una parte, y le habían dicho que ya había trabajado mucho, que ahora se dedicara a lo que él siempre había querido hacer: dedicarse a la caza.

 

Yo, que no se ni como se carga un arma, no tuve ganas de preguntarle qué animales cazaba. Pero sí recordé a Don Atahualpa Yupanqui, cuando dijo: “Siempre mata palomitas cualquiera que anda cazando”. Después me di cuenta que lo recordado no era coherente; con perros no se caza palomitas. Por lo tanto, no le pregunté si tenía permiso o no. En ese momento, uno de sus hijos llegó con una camioneta llena de perros, los bajó, y los puso en ese estrecho lugar. Cuando cerraron el portón me di cuenta que se podía ver hacia adentro. Al otro día, el hombre, su señora y los perros, no se vieron más. La casa se llenó de silencio. Pensé que el nuevo vecino se había ido de caza. Y su mujer estaría con algunos de sus hijos.

 

Yo seguí con mi mandado diario, y cuando regresaba me di cuenta que estaba, porque en la calle frente al portón había una montaña de yuyos y basura. Lo primero que pensé que en cualquier momento lo sacaría. Me pareció normal esa espera. Si bien para pasar por la vereda había que esquivarla, no era una molestia porque se estaban instalando. Todo a su tiempo. Cuando regresó, dándose cuenta que estorbaba, me dijo haber pedido una máquina a la municipalidad, para que la llevara.

 

 

Apareció una motoniveladora, la paró, y le dijo al conductor si podía llevar esos yuyos, y dejarlos en medio de la cuadra donde había un bajo, que cuando llovía se formaba una laguna. El hombre lo hizo. Lo que no sabía, era que los yuyos cubrían desde plásticos: latas, botellas rotas, varillas de hierro retorcidas, pedazo de alambres de púa, maderas que ya no servían, y las desparramó en el bajo.

 

Los frentistas de esa cuadra nos sentimos invadidos, violados, porque todos cuidábamos las veredas, que, aunque eran de tierra, ese verde se integraba al verde que tenían en el patio de su casa. Todos los frentistas se sintieron molestos. Una mañana, escuché por radio lo que había hecho la motoniveladora municipal. Vinieron de un diario, sacaron fotos de ese pequeño basural. El responsable del mantenimiento de las calles y los espacios verdes, se acercó para ver lo mal hecho. En ese momento yo pasaba y le dije: -Vio lo que hizo, vecino.

 

-Yo no lo hice, lo hizo la máquina.

 

-Porque usted le pidió al maquinista.

 

- Cuando me levanté esta mañana, ya había pasado.

 

-Pero usted le dijo que la corra más adelante, donde está el bajo.

 

-No, yo no le dije.

 

-Me lo contó usted.

 

 

Me lo volvió a negar.

 

Al darse cuenta que le había descubierto su mentira, cuando yo pasaba, miraba hacia otro lado haciéndose el distraído. Sólo me saludaba cuando nos encontrábamos de frente y no me podía esquivar. Si trabajaba en el patio, directamente se hacía el que no me veía; tomaba el rastrillo y se iba a la otra punta del terreno.

 

Hablando con el otro vecino que comparte la medianera, me puse a levantar la bosta con una palita de plástico para meterla en una caja, y la llevara el basurero. Con esa recolección de bosta, le mostré al vecino cómo era el dueño de los perros. Después, en silencio, di por terminado el desparramo de tanta bosta, aunque no podía dejar de pensar que al vecino le funcionaba de otra manera al cerebro. Todo lo feo: lo negro, lo oloroso; entraba en su cabeza donde había con seguridad, otro tipo de estiércol.

 

Una mañana se lo llevaron los hijos; Dios sabe dónde vive con sus perros.

 

* Escritor, titiritero, dramaturgo, actor

 

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