Jueves 01 de mayo 2025

Se marchó "El Paisano"

Redacción 25/09/2009 - 01.07.hs
Se marchó "El Paisano" Santa Juliana, el hombre franco y cordial, el mítico guitarrero de patios y boliches, el compadre de El Bardino, el músico talentoso. El que se ganó el respeto y la amistad de Juan Falú. El que con uno de sus estilos supo emocionar hasta las lágrimas a Hamlet Lima Quintana, una noche en Curü Hué.
POR MARCELO CORDERO *
Hijo de un guitarrero, y nieto de un correntino de Goya que se había afincado en Santa Rosa en los albores del siglo pasado, Carlos Santa Juliana nació en esta ciudad, en el año 46. Y aunque en su hogar la música era moneda corriente, su afición por la guitarra le llegó de hombre, porque a su padre no le gustaba que siguiera sus pasos. Pero ese encuentro tenía que darse, era el destino de la familia, ligada por generaciones a la música.
Contaba que siendo peón rural, en el campo de Eduardo Souto, en proximidades del paraje de El Durazno, a comienzos de los 60, don Alfredo Gesualdi, llegó con su camioncito para vender lo que siempre llevaba en sus habituales recorridas de mercachifle: ropa de campo, herramientas, yerba, utensilios y alguno que otro "lujo". Entre esos "lujos", una vez don Alfredo le ofreció a El Paisano una guitarra marca "Tango", instrumento modesto pero muy popular por aquellos días. "No tenía plata, pero don Alfredo insistió en que se la pagara al mes siguiente", recordaba.
Y así, con esa guitarra fiada, solo, pero guiado por una portentosa sensibilidad para la música se encontró con su destino de guitarrero y, más tarde, de compositor. Lo primero que sacó fue "Merceditas", el popular chamamé de Ramón Sixto Ríos. Los paisanos de "El Pampa" lo miraban como un bicho raro porque no podían creer que hubiera podido aprender solo.
Formado en el ejercicio de la cultura de la oralidad, era tanta su capacidad para recordar letras y melodías, que atesoraba en su memoria un amplio repertorio de viejos relatos por milonga, de ésos anónimos o de autor dudoso, con tono épico o sentimental, que parecen destinados a perderse inexorablemente con la partida de los últimos guitarreros.
Entre sus muchas anécdotas, recuerdo especialmente una que ilustra su increíble capacidad artística. Cuando era un niño de no más de diez años, le escuchaba a su abuelo correntino tocar en la acordeona una mazurca que había traído del Litoral. Nunca supo quién la había compuesto ni se la escuchó jamás a ningún otro, pero muchos años después, ya experimentado en el arte de la guitarra, pudo recuperarla con el solo recurso de su memoria.
"La mazurca del abuelo" llamaba a esa recopilación, y solía tocarla a menudo, con guitarra o acordeona, porque en los últimos años, tal vez nostálgico por el vívido recuerdo de aquel abuelo musiquero, había aprendido, otra vez solo, con la misma facilidad con que había dominado las seis cuerdas, a tocar el teclado de un viejo instrumento que le había comprado a un parroquiano de un bar de la calle Escalante.
Inexplicablemente ignorado por la cultura oficial, El Paisano cultivó su arte con una singular creatividad. Sus estilos y milongas se entrelazaron con las décimas de El Bardino para dar algunas de las mejores páginas de nuestro cancionero popular, como Jagüelerito bardino, Paso de los Algarrobos, Cañadón de las Horquetas, Estilo del cuchillo y Doña Juan Cabal. Y quedan aún otros, sin editar, entre ellos los instrumentales, como La tapera, Para don Antonio, El resbaloso, La candombé y Llovía en Quemú Quemú.
A la hora de cantar, prefería hacerlo entre amigos. No era cantor de andar con gorjeos raros, decía. Prefería aflojar la sexta para cantar bajito, con su particular entonación aspirada, genuinamente paisana, esos estilos y milongas que se parecían tanto a su alma sensible, sencilla y luminosa del viejo criollo.
Quizá el único, modesto, reconocimiento lo tuvo la noche en que subió al escenario del Teatro Español para recibir, de manos de su hijo Martín, el disco Amanecer bardino, que contiene algunas de las canciones que había creado con Domínguez. De bombachas, alpargatas, pañuelo al cuello, y con su eterna boina negra en la mano, era la misma imagen de la sencillez y la humildad.
A comienzos de los 80, El Paisano compuso con El Bardino la milonga Orillando la Avenida, un tema que surgió de una conversación que los dos tuvieron cuando volvían a Villa Parque por la Avenida Perón, una noche de luna. En estos momentos, consuela imaginárselo retomando aquel diálogo campero con Julio, mientras se recuerda el final de la milonga, que ahora, con su partida, alcanza un nuevo significado: No sé ni adónde ni cuándo / se fueron los aparceros; / vaya a saber qué brasero / calienta sus gruesas manos; / o en algún fogón pampeano / andarán de guitarreros".
* Escritor y docente.

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