Hugo, un laburante de buena madera
Alberto Hugo Alduncín tiene 69 años y se dedica a la venta de piquillín desde hace 45. Hoy cuenta con su negocio propio sobre la calle Rivera, una de las arterias principales de Toay. “Fui diariero, albañil y desde hace más de cuatro décadas vendo leña. Trabajé de lo que se imaginen para tener esto que tengo”, dijo con cierta resignación y mucho de orgullo.
Con el primario sin terminar y una infancia repleta de carencias, Hugo aprendió que de la pobreza “se sale trabajando” y ese es su lenguaje. “Lo primero que aprendí de chico, es a ser honesto, vendo leña de calidad y a un precio adecuado, quizás por eso no hago plata”, remarcó entre risas.
Trabaja de lunes a lunes de 9 a 21 horas. Al llegar los clientes palmean las manos y Hugo sale al encuentro. De fondo se ve la impactante pared con más de 100 toneladas de piquillín, que según relató, le alcanzará para las ventas de todo el 2025. “A mí me conocen todos y me compra muchísima gente, casi te diría que le vendo a la mayoría de los toayenses”, se jactó en la entrevista con LA ARENA.
“Me doy el gusto de vender mi leña a un precio bueno, no lo regalo ni los engaño. Hago valer mi producto”, señaló Hugo. Y agregó: “Cuando nunca tuviste nada, aprendés a cuidar y multiplicar eso poquito que tenés”.
Se abastece de proveedores, que le traen la leña de diferentes puntos de la provincia y junto a sus empleados, acomoda y apila su mercadería en una pared infinita. “Por semana vendo entre 150 y 200 kilos”, afirmó con precisión. Con lo que recauda paga a sus empleados, las cuentas y compra más piquillín a quienes se adentran en el monte pampeano para buscarlo.
“Sinceramente de la leña se vive al día, no sobra mucho”, admitió. Consultado por cómo vivencia la realidad económica actual, analizó: “La cosa se está poniendo difícil para todos y cada vez será peor”. Sus dividendos le alcanzan para una vida modesta. “En lo único que no reparo, es en la comida. Trabajo 12 horas de corrido y cuando toca comer, se come bien”, en una respuesta que no deja lugar para la repregunta.
Reparto.
La rutina de Hugo comienza a las 9 de la mañana. Como tiene la camioneta lista con la leña que le encargaron, sale a repartirla y finaliza a las 9 de la noche cuando finalmente se retira a cenar y a descansar para volver a comenzar al otro día.
En sus ratos libres aprovecha a cocinar, leer y conversar sobre sus creencias con allegados. Se autodenomina creyente y curioso. “No conozco más que Toay y Santa Rosa, pero conocí el mundo a través de la lectura”, expresó orgulloso de su cultura general. Junto con la finalización de la Escuela primaria, las clases de guitarra se transformaron en su asignatura pendiente. Y no le avergüenza decir que ha sido un verdadero autodidacta para las matemáticas y la lectoescritura. “Era analfabeto, pero mi curiosidad por aprender me llevó a adquirir conocimientos generales”, detalló Alduncín.
Las jornadas pasan rápido, Hugo se entretiene, lleva una vida tranquila y aconseja ser paciente y trabajar para conseguir algo de abundancia. “Soy rico: tengo familia, un trabajo, mi camioneta y millones de neuronas”, señaló riendo.
“De acá a diez años no me imagino cómo será mi vida, sí me reconforta saber que algún día me reencontraré con mamá”, aseguró un laburante de sol a sol.
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