Sabado 14 de junio 2025

Oscar Carrasco, carpintero, ebanista y luthier

Redacción 21/02/2010 - 01.11.hs
Un día quiso hacer un violín. Consiguió los planos de un Stradivarius de 1679 y puso manos a la obra. "Hermoso", "precioso", "genial", "maravilloso", dijeron sus amigos al observar la obra terminada. Pero ninguno ofrecía una opinión profesional, académica, nadie acertaba a satisfacer su necesidad de evaluar el trabajo. "Entonces me puse el violín bajo el brazo y viajé a Buenos Aires. Entré a un negocio y me presenté: soy luthier, vengo de La Pampa, quiero que mire mi réplica de Stradivarius, le dije al flaco que atendía". Con una sola mirada, el especialista le advirtió, "esto no es un Stradivarius". Luego tocó el instrumento, aprobó su volumen, el color, el sonido "algo nasal" y comenzó a enumerar defectos de construcción hasta casi desmoralizarlo. Finalmente preguntó: "¿y qué número es?" "Es el primero que hago, el número uno", respondió con timidez el visitante. "Ah! Entonces olvídese todo lo que dije, esto es fantástico", exclamó el porteño.
Entre las paredes de su taller, pobladas de instrumentos y herramientas, Oscar Carrasco recuerda esa anécdota y agrega que ese joven de Buenos Aires se llama Gervasio Barreiro y se ha convertido en su maestro. "Bajo su guía estoy haciendo una viola, viajo una vez por mes y aprendo la técnica". Cuenta que Barreiro estudió en Cremona, Italia, cuna de los mejores violines de la historia y en la próxima clase le enseñará "la técnica de lustre, tal cual se hacía hace 300 años, con resinas de árboles y tintas naturales". Muestra frasquitos con extractos rojizos de enebro, caldén y piquillín. "También llevaré una pasta tapa poros, preparada con clara de huevo, azúcar negra, goma arábiga, a baño maría, para que me enseñe a colocarla".
El "Negro" Carrasco es el único luthier de Santa Rosa, un fino carpintero que evolucionó en la ebanistería hasta convertirse en fabricante y restaurador de instrumentos. Rodeado de guitarras, violines, chelos y contrabajos recuerda que empezó a trabajar a los trece años, al terminar la escuela primaria, cuando su madre le fijó una única alternativa: "estudiás o trabajás". Nació en Longchamps (Buenos Aires), el 26 de abril de 1957 y a los 18 años se mudó a El Bolsón. "Había trabajado en una despensa, una cristalería, una metalúrgica, restaurantes, porque en casa no me permitían vivir sin trabajar. Si me echaban de un laburo al otro día tenía que buscar otro. Al cumplir 18 años me despidieron en una fábrica de cacerolas y resolví no trabajar más, quería estar de vago un tiempo. Pero mi vieja jamás lo aceptaría, me despertaba temprano para que saliera a buscar trabajo, me conseguía algunas changas, me traía los clasificados del diario. Entonces, con uno de mis hermanos nos fuimos de mochileros al sur. No tenía ni idea de qué era aquello, salvo por un tema de Miguel Cantilo, "El Bolsón de los cerros".

Carpintero, ebanista y luthier.
Cansado de pasar penurias en Bariloche su hermano regresó poco después a Buenos Aires, pero el "Negro" resolvió seguir hasta El Bolsón porque allí "podía conseguir trabajo en los aserraderos". En el camino lo levantó "el concesionario del club Andino" y le ofreció trabajo. "Llegamos de noche. A la mañana, cuando me levanté y me encontré frente al Piltriquitrón no lo podía creer. Me encantó el lugar. Después empecé a ver hippies que andaban en caballo, vivían en chacras y me fui con una pareja a una cabaña en la zona del Mallín". La construcción de otra cabaña, íntegramente de madera, fue su primera incursión en la carpintería. "Me gustó mucho trabajar con la madera, los troncos, el hacha", dice.
En el sur permaneció dos años. Al regresar a Buenos Aires comenzó a preocuparse: "no encontraba mi vocación, nada me gustaba, salvo la música, pero escucharla, ni siquiera tocaba un instrumento". Su madre era modista y tenía una máquina de coser a pedal, que él había aprendido a usar. Cierta vez, cuando era adolescente, había confeccionado un par de zapatillas de lona. "Apenas duraron una tarde, pero las hice", recuerda.
Concluyó que era la única tarea que le producía satisfacción. "Resolví estudiar para sastre y me puse a buscar un trabajo para pagar los estudios. Me contrataron en una fábrica de muebles de algarrobo, donde se trabajaba de una forma bastante burda. Estuve seis meses, hasta que ingresé a trabajar en una carpintería a la vuelta de mi casa". El oficio lo apasionó tanto que jamás inició sus estudios de costura.
Su patrón era "un gran ebanista" y fue su maestro durante cinco años. "El me transmitió todo el oficio y me enseñó muchas de las técnicas que utilizo hoy con mis instrumentos".
En 1982 volvió a El Bolsón, donde conoció a Nancy, una pampeana. "Nos casamos y vinimos a vivir a Santa Rosa". Aquí nacieron sus tres hijos, Juan, Lucía y Flor. Mantuvo el oficio de carpintero, pero su talento para las tareas delicadas lo acercó cada vez más a la ebanistería. El altar que construyó para la iglesia del barrio Butaló resultó una obra maestra y es imposible no maravillarse al observarla. "Con ese trabajo me recibí de ebanista. Hasta entonces era apenas un carpintero", dice.
De a poco, casi sin pensarlo, comenzó a reparar instrumentos. "Es una tarea de carpintería y yo la desmitifico ante todos los luthiers. El violín es un mueblecito de madera, requiere trabajo de carpintería fina y ebanistería, con incrustaciones, tallados, calados, torneado, pero no es ninguna ciencia oculta", advierte, mientras lija suavemente la viola y sonríe. Sus primeros contactos con instrumentos fueron restauraciones para músicos conocidos: "empecé con algunos arreglos para Roberto Sessa, Carlitos Schulz, algunos amigos que veían mi trabajo de ebanistería y como no había quién reparara instrumentos, me traían violines, alguna guitarra". Le acercaban instrumentos que otros habían arreglado "con poxipol, masilla de aserrín y cola, reparados con buenas intenciones pero sin oficio".
Sin embargo, él no se consideraba luthier. "Empecé a reparar violines, guitarras, pero yo decía que era ebanista. Hasta que construí mi primer instrumento, un contrabajo, en 2003, entonces sí, me convertí en luthier". Camina hasta un rincón y muestra ese instrumento primordial: "lo vendí antes de terminarlo pero ahora lo traje para arreglarlo un poco, porque el contrabajista de Alejandro Mederos lo usó en el recital que ofreció aquí el año pasado y lo dejó todo rayado. Toca de una forma inverosímil, le pega de todas las formas posibles al instrumento. Después me enteré que ni sus amigos le prestan el contrabajo", reveló.

 

Alma de violín.
El primer instrumento que cayó en sus manos fue un violonchelo, en 1982. "El padre de Nancy necesitaba una reparación. Se le había caído el alma, un pequeño palito que lleva dentro, una pieza que va calzada entre el techo y el piso, sin pegamento". El hombre le indicó cómo hacerlo: "tenía que volver a colocarlo en un punto exacto, sin abrir el violín. Trabajé con dos hilos atados al alma, me llevó un tiempo, hasta que lo conseguí". Pero fue sólo un incidente aislado y el "Negro" siguió con su trabajo de carpintero muchos años más.
De todas maneras, ahora sabe que a los violines se le cae el alma con frecuencia. "Es uno de los arreglos más usuales, al igual que el puente, así como en las guitarras lo más común son reparaciones del diapasón, cambios de trastes, rectificaciones".
Desde hace casi seis años está dedicado exclusivamente a la restauración y fabricación de instrumentos de cuerdas. "Yo lo siento como una evolución. Dejé la carpintería por completo y reformé el taller", explica. Aunque resulta un oficio de notable precisión y calidad, siempre fue autodidacta. "Hice un curso de construcción y reparación de violines en 1992, pero la mayor parte de las reparaciones son de guitarras, porque es el instrumento más abundante".
"Este oficio tan curioso alcanza para vivir, e incluso me permite hacer cosas que antes no podía". En su taller también trabaja su hijo Juan, como ayudante, aunque por ahora el luthier no mantiene muchas esperanzas de traspasarle el oficio. "El quiere ser baterista, y ojalá pueda concretar ese sueño" advierte. Tanto ha crecido la demanda para su trabajo que anda en busca de un aprendiz. "Me parece que voy a hacer un casting", asegura entre risas, pero más en serio que en broma.
Por ahora, sólo fabrica instrumentos por encargo. "Vendo cosas que no existen: cuando llega el cliente no hay nada para ofrecerle pero tiene que dejar un adelanto. Ya debo tener algún prestigio, porque siguen viniendo", agrega. Por estos días construye pacientemente una viola "para un músico de Trenque Lauquen" y ya comenzó la elaboración de un violín, que también tiene dueño. "Vendo cosas que no existen", reitera, con otra sonrisa.
"Los violines se elaboran en madera de abeto y arce exclusivamente" y Carrasco utiliza gubias, rasquetas y cepillos diminutos fabricados por él mismo. La singularidad de su oficio lo obliga a extremar la creatividad y gran parte de sus herramientas son de invención propia, como un micrómetro diseñado especialmente para medir el grosor de las maderas que usa, o una pequeña chapa en forma de S con la que reemplazó a aquellos hilos primitivos para colocar el alma de los violines.

 

Cicatrices de la vida.
Algunos clientes llegan con instrumentos en muy mal estado. Pero no importa cuán deteriorados estén, el "Negro" los devuelve a la vida. "Me traen cada cosa... una vez, al desarmar una guitarra encontré una rama de sauce colocada para evitar que se hundiera la tapa, con corteza y todo. Otra tenía un pedazo de contramarco de ventana como soporte y a un contrabajo lo habían pintado completamente con esmalte sintético". Mientras relata sus peripecias muestra un viejo violonchelo destruido y agrietado que parece definitivamente muerto contra una pared. "Lo voy a dejar como nuevo", promete.
Muchas veces es necesario colocar parches en las maderas gastadas. Aunque podría ocultarlos fácilmente y no se notarían, el luthier los deja sin teñir porque considera que así luce mejor su trabajo. "Las cicatrices son la clara señal de que uno ha vivido y no hay por qué ocultarlas", reflexiona.
Y cuenta la historia del violín calcinado en un incendio. "Los trajo una mujer desde General Pico. Era de su padre y estaba totalmente destruido, pero ella quería conservarlo y pretendía que yo lo armara de nuevo, con alguna madera terciada, para colgarlo en una pared. Me negué porque yo fabrico instrumentos, no adornos, pero le propuse restaurar el instrumento. Ella no quería porque nadie tocaba el violín en su familia. Le respondí que alguna vez un hijo o un nieto podrían dedicarse y no habría nada mejor que el violín de su antepasado. Finalmente la convencí y lo dejó en mi taller. La restauración me llevó seis meses y para retirarlo vino su hijo. Seis meses después me encontré con el muchacho y le pregunté por el violín. Me sorprendió su respuesta: "no sabés lo bien que suena". Resultó que su madre había contratado un maestro y estaba aprendiendo violín. Y pensar que quería colgarlo de un clavo", concluyó.

 

Hacedor de laúdes.
Luthier proviene del vocablo francés luthérie, que hace referencia al arte de construir instrumentos de cuerda y actualmente se utiliza en varios idiomas para denominar al artesano que construye instrumentos. El nombre se relaciona con los primeros luthiers y proviene de la palabra francesa luth, a su vez procedente del árabe laúd, que designa a un instrumento específico. En la actualidad su significado fue ampliado a quien construye cualquier tipo de instrumento de cuerda.
En gran parte de los países de habla hispana el término es traducido como "laudero" o "lutero", que proviene de laúd. En forma genérica, los árabes denominan Al'ud a "la madera".
La variante alemana de luthier (luther) ha devenido en apellido (Martín Lutero) y en nombre (Martin Luther King).
En Argentina, el término se usa por extensión al constructor de todo tipo de artefacto musical (idiófonos, membranófonos, cordófonos o aerófonos) y así lo acepta la Asociación Argentina de Luthiers, a la que pueden asociarse los constructores de cualquier instrumento.
La Real Academia Española ha adoptado el galicismo como "lutier" y el Diccionario Panhispánico de Dudas advierte que está permitido emplear el término "violero" para definir a los constructores de instrumentos de cuerda.
De todas maneras, en su acepción más correcta un luthier es la persona que construye, ajusta o repara instrumentos de cuerda frotada y pulsada. Esto incluye violines, violas, violonchelos, contrabajos y violas da gamba y todo tipo de guitarras (acústica, eléctrica, electroacústica, clásica), además de cuatros, laúdes, archilaúdes, tiorbas y mandolinas.

 

"Stradivarius, el mejor de la cuadra".
Entre los siglos XVI y XVII, en Cremona, tres familias reinventaron el violín moderno y actualmente hay allí museos y escuelas para luthiers. Carrasco recuerda una de las anécdotas más repetida de esa ciudad italiana. "Cuentan que en una calle había un cartel que decía "Luthier Amati. Acá se fabrican los mejores violines del país". Unos metros más adelante, en la vereda de enfrente, apareció otro cartel: "Luthier Guarnerius. Acá se fabrican los mejores violines del mundo". Finalmente, unos pasos más allá un tercer cartel rezaba: "Antonio Stradivarius, luthier: acá se fabrican los mejores violines de la cuadra".

 


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