Los Doctores del motor
Los hermanos Luengo conforman una sociedad que es de las más conocidas y respetadas de la provincia a la hora de rectificar un motor. En su taller santarroseño acumulan décadas de trabajo en una minipyme que da empleo a nueve personas.
En la sala de cirugías cada instrumento está ordenado y listo para hacer su tarea cuando se lo ordenen. Hay organización, prolijidad y pulcritud. Las máquinas y la tecnología se multiplican en los distintos espacios y cada eslabón del engranaje cumple el rol asignado, bajo la mirada experta de quienes dirigen el equipo de trabajo. Ese plantel que compuesto por cirujanos de la mecánica restablece lo que dejó de funcionar o se dañó. Pero que no son arterias sino fierros, que no es sangre sino aceite, que no son pulmones sino pistones y tapas de cilindro que tras el trabajo adecuado, vuelven a rodar y a rugir. Es lo que hacen a diario en “Rectificaciones Luengo”, donde cada motor que ingresa sale con el corazón renovado. Y a pura marcha.
“Es un oficio que nos gusta mucho y siempre nos dedicamos a esto con pasión, hemos pasado la vida metidos en un taller. Por supuesto que a esta edad hay días en los que te levantás y por ahí no tenés tantas ganas de arrancar o pensás en viajar y otras cosas, pero después se te pasa porque es lo que sabés hacer y te gusta”, reflexiona Robel en un alto del trabajo en el taller que el año próximo va a cumplir 30 años ubicado en la calle Leguizamón 1456 (el WhatsApp es 2954-801816), en el populoso barrio santarroseño de Villa Santillán.
Robel tiene 74 años y Jorge 67. Comparten el apellido, el lazo sanguíneo y juntos acumulan “unos 50 años trabajando” a la par arreglando motores. Porque en “Rectificaciones Luengo” trabajan con motores nafteros y diesel. Livianos y pesados. Además de realizar mantenimiento técnico rural y ofrecer repuestos para todo tipo de vehículos.
“Soy de Miguel Cané, de una familia de raíz muy trabajadora, que vivía con lo justo y a los 13 años me vine a Santa Rosa al internado de un colegio industrial. A esa edad conseguí mi primer trabajo que fue en un lavadero de autos, de Meluso, que estaba sobre la avenida Luro donde después hubo mucho tiempo una estación de servicio Esso. Al poco tiempo vino mi hermano y alquilamos una pensión y en el ‘74 ya se trasladó toda la familia. Terminé los estudios y salí del secundario como técnico electromecánico. Y a los 18 entré a trabajar a la rectificadora de Luis Giles”, recordó Jorge en una charla con LA ARENA en una mañana habitual para el taller de los Luengo, donde una pizarra detalla los 24 turnos, con nombre y apellido y modelo de auto y de motor, que en estos días están en el “quirófano” o en los “prequirúrgicos”.
Emprendedores.
“Después de la etapa con Giles entré a trabajar en Rectificaciones Santa Rosa y en el ‘96 nos enteramos que Morada cerraba el taller y nos ofrecieron alquilar unas máquinas. Un conocido nos ofreció este galpón y así fue que el 1 de marzo de 1996 abrimos las puertas. Y quiero destacar los gestos que tuvo Norma Pló, que era la pareja de ‘Chiquito’ Morada, y que nos vendió las primeras máquinas y nos esperó porque sabía que estábamos arrancando, la situación no era nada fácil pero nos dio una mano grande”, remarcó Jorge mientras Robel se acerca y de inmediato se sube al hilo de una charla que recorre la historia de dos emprendedores incansables.
“No hay forma de que se quede en la casa, a eso de las 9.30 ya anda por acá y se queda trabajando”, dice el más joven de los Luengo acerca de la rutina del mayor. “Entre un trabajo y otro ya hace 50 años que andamos juntos, y la verdad que uno le ha puesto toda la pasión. Los fierros y los autos es algo que nos apasiona, estuvimos muy metidos en el automovilismo; con la Fórmula 4, el TC pampeano, el Supercar. Y hoy el gran desafío es la tecnología, no te podés quedar porque sino te pasa por encima”, reconoce Robel y muestra uno de los tesoros que alberga el galpón donde habitan, entre otras muchas herramientas, 17 máquinas para rectificar.
“Tenemos una biblioteca repleta de libros y manuales de motores, nos pasamos mucho tiempo leyendo y estudiando lo que sale porque es la forma de estar actualizado. Nosotros no hacemos mecánica del automotor, no recibimos autos, nos dedicamos específicamente a rectificar motores”, aclaran los Luengo rodeados de un plantel que conforman siete empleados del área de taller y dos empleadas en la parte administrativa; entre ellas Carolina (42).
“Carolina es mi hija y ella maneja todo lo que es administración, es una parte clave para tener un orden y ser prolijos”, dice Jorge con orgullo respecto a la tarea que desempeña su hija junto a Paola. Ambas están en el negocio contiguo al taller y allí ofrecen distintos tipos de repuestos, otro de los servicios de la rectificadora de los hermanos.
Comunas.
En “Luengo” también reciben vehículos y maquinarias de distintos municipios de la provincia. Tienen las tarjetas del Banco Pampa como posibilidad a la hora de pagar y los hermanos son conocidos por actitudes de solidaridad hacia quienes más lo necesitan.
“Robel junto a mi mamá tenían un centro solidario acá en el barrio y más cercano en el tiempo quizá sonó un poco más nuestro apellido porque ayudamos a Guada (por Guadalupe de la Cruz, la niña que tras una larga enfermedad falleció días atrás) cuando tenía que viajar para hacer su tratamiento. Es una forma de devolver un poco todo lo que nos ha dado la gente, siempre estamos muy agradecidos a nuestra clientela, a ese boca a boca que nos dio la posibilidad de siempre tener trabajo y estar ocupados”, valora Jorge.
Los hermanos recuerdan algunas anécdotas, invitan a una recorrida por las distintas áreas de la planta, muestran los manuales de lectura, las herramientas de trabajo y posan para las fotos. En cada frase y en cada diálogo la satisfacción por lo que hacen se enciende como un motor recién rectificado. De esos que tras pasar por las manos de “los doctores” Luengo, vuelven a latir en búsqueda de más caminos por recorrer.
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