Los pastizales merecen más atención
Los pastizales, al igual que los médanos, son ambientes a los que no le damos la atención que se merecen, a pesar de ser fundamentales para la ganadería de cría y la preservación de acuíferos, para la explotación ganadera y el consumo humano.
CARLOS SOUTO
Si queremos recuperar los pastizales se debería investigar sobre cómo era realmente el ambiente en estas tierras previo a la inmigración del hombre y la aparición del vacuno. Imaginarnos como era el ambiente de esta zona de transición hace 70 u 80 años atrás, es bastante sencillo y certero. Con un poco más de esfuerzo y margen de error, se puede imaginar el ambiente de más de dos siglos atrás.
Hay libros sobre este tema, mucho más de los que un principio creía, la mayoría no tratan de la flora pampeana en sí, solo la tocan como al pasar, son libros de historias o investigaciones sobre la población de una época.
Solo tomaré tres libros como ejemplos de lo que se puede investigar y conocer sobre la evolución, degradación y destrucción de los pastizales.
El primero, escrito por Enrique Stieben, editado por Peuser en 1946, “La Pampa, su historia, su geografía, su realidad y porvenir.” A mi parecer este libro es importante por la amplia bibliografía que el autor consultó.
En su primer capítulo hace referencia a escritos de expediciones al territorio pampeano desde 1604 en adelante, incluyendo un censo de los indios de La Pampa Norte de los años 1776 a 1779, básicamente el territorio de los ranqueles. El autor hace mención que estos escritos describen la flora y fauna de ese momento, lo más importante es la conclusión a que llega en la página 15, “En ningún momento nombran la pampa ni el caldén”.
¿Describir la flora ignorando al caldén? Solo si este no existía o fuese insignificante. Si hubiese existido, lo hubiesen dibujado o al menos descripto como un árbol imponente. Parece que nadie vio un hermoso y frondoso caldén en esa época.
El segundo libro, por cierto, bellísimo y atrapante, son las crónicas del coronel Lucio V. Mansilla unidas en un libro llamado “Una excursión a los indios ranqueles”. Escrito en 1870 en una misión de paz con los ranqueles, pedida por el entonces presidente Sarmiento.
Lo central del libro es por supuesto la misión de paz y las relaciones con los indios, pero en muchos pasajes de sus crónicas, va describiendo los paisajes del norte de La Pampa en esos años. Habla de montes aislados, de algarrobo, chañar y caldén. A este lo nombra siempre en segundo o tercer lugar sin ningún adjetivo de importancia como si describe los frondosos algarrobos el gran tamaño de un chañar. Lejos el caldén de ser el rey del monte como en nuestros días. También describió lagunas y médanos y guadales de la zona.
Dos cosas quiero destacar de este libro, primero cuando Mansilla va a visitar al cacique Baigorrita desde Leuvucó, la toldería del cacique Mariano Rosas, ubicada al norte de la actual Victorica, en la crónica XLII. De aquí se dirigió al sur, internándose más en la actual La Pampa en busca de los toldos de Baigorrita. Mayormente va por arenales y médanos cruzando a veces pequeños montes de acuerdo con su descripción
Estos montes los describe así “Eran chañares, espinillos y algarrobos. Estos últimos abundaban más”. Según sus crónicas, el caldén llegaba hasta Leuvucó, en el borde norte de La Provincia con San Luis. Al sur nada de caldén, coincidente con lo escrito por Estieben.
Camino a Leuvucó.
La segunda parte para destacar es cuando Mansilla entra a Leuvucó, la toldería de Mariano Rosas, en su crónica XX, describe el camino de Calcumuleu a Leuvucó, corriendo al lado de un monte, en estos momentos, el autor hace una descripción extraordinaria del deterioro del ambiente en esos momentos.
Estaban descansando en una zona abierta, y Mansilla escribe, “¡A caballo! -grité, montamos, nos pusimos en marcha, y pocos minutos después entrabamos al monte de Leuvucó.” “Sendas y rastrilladas grandes y pequeñas, lo cruzaban como una red, en todas direcciones. Galopábamos a las desbandadas. Los corpulentos algarrobos, chañares y caldenes, de fecha inmemorial; los mil arbustos nacientes desviaban la línea recta del camino, obligándonos a llevar el caballo sobre las riendas para no tropezar con ellos, o enredarnos en sus vástagos espinosos y traicioneros”
Mansilla, al pasar, describe la cantidad de arbustos nacientes, es el incipiente avance del fachinal sobre el monte alto y ralo y el deterioro de los pastizales por la aparición del vacuno, desparramando por doquier las leñosas, principalmente el caldén. Si los caldenes eran grandes, probablemente sean los primeros caldenes introducidos 80 o 100 años atrás por las primeras vacas orejanas proveniente de San Luis.
El caldén genera cientos de chauchas con varias semillas año tras año, pero ninguna germina bajo él. Esta característica es común en la naturaleza: las semillas no germinan con facilidad como una manera de proteger la especie, si nacieran, le harían competencia y moriría por falta de agua o por el fuego. Pasa lo mismo con el piquillín, y la yerba mate.
Este equilibrio lo rompe el vacuno que a través de su aparato digestivo hace que la semilla germine con facilidad y siembre alrededor del viejo caldén naciendo infinidad de renuevos, que luego facilitará que el fuego alcance al algarrobo o caldén grande matándolo. Esta fisonomía de ambiente deteriorado se observa en las rutas del oeste, especialmente en la Ruta de la Cría a causa del desmanejo de los pastizales por parte de los ganaderos en el siglo pasado.
Zona central.
El tercer libro es una tesis escrita por Juan V. Monticelli en 1930 “Anotaciones Fitogeográficas de la pampa central” publicada en la Revista de Botánica del Instituto Miguel Lillio en 1938. Este escrito, para mí, no tiene desperdicio. Describe el ecosistema de la zona central pampeana de una manera increíble y lo que el describe, incluso apoyado con fotografías, no tiene nada que ver con el ecosistema actual.
Por ejemplo, describe el Valle del Tigre con caldenes sobre las pendientes y las planicies que lo limitan eran pastizales completamente limpios de leñosas. Hoy gran parte de estas planicies están sucias de caldenes, lo peor que nuestros gobernantes por ley dictaron que esos son bosques nativos, cuando lo nativo era los pastizales, destruidos por el hombre. Si alguien quiere volver a los pastizales nativos, no puede. La Ley lo prohíbe.
También estudió la edad de los caldenes, estos eran apenas centenarios y la función de los médanos en la formación de acuíferos.
Hay un estudio de Richard Stappenbeck, que estudia el agua subterránea de La Pampa en la primera década del Siglo XX. Describe como bajaron las napas en Santa Rosa por la vegetación y como subieron las napas en el campo de un tal Gómez Ortiz, 13 metros, por la tala de un bosque en su campo entre Toay y el Valle de Cachirulo.
Por ahora, Según la bibliografía a la que yo tuve acceso, el caldén no existía 400 años atrás en suelo pampeano. Este apareció con la araucanización de la zona y el comercio vacuno con Chile. Dudo que haya bibliografía o estudio científico serio que afirme lo contrario
Por lo pronto estamos perdiendo el poco pastizal que nos queda, por un mal manejo de la ganadería, y una posverdad sobre el caldén originario de La Pampa. Con la protección de los “bosques nativos” no solo estamos perdiendo el valor económico de los pastizales realmente nativos sino el valor que tenían los antiguos montes abiertos, aunque no sé si nativos, hoy quemados, muertos y ocupados por un fachinal.
Además de los libros, hay fotos familiares donde uno puede observar la vegetación en un lugar determinado y compararla con la actual. La Pampa fue fotografiada íntegramente a principio de la década del 60 en forma aérea por el Instituto Geográfico Militar. Estas muestran una realidad muy distinta a la actual. Comparar esas fotos con la realidad 60 años después, produce una gran tristeza.
Otra cosa fundamental es que aún hay gente viva, mayores de 70, inclusive de 90 que tienen en su memoria como eran los campos cuando eran niños y como fueron ensuciándose los pastizales y bosques abiertos y limpiones, transformándose en montes bajos y fachinales impenetrables con esqueletos de grande arboles quemados décadas atrás.
Conciencia.
Recuperar los pastizales requiere conciencia de los pampeanos para buscar la verdad y una solución, dedicación, mucho tiempo y recursos económicos de los productores y cambio del marco jurídico actual. Hoy, recuperar un pastizal como corresponde, muchas veces es ilegal y pasible de fuertes multas.
Como revertir el deterioro de los pastizales, cuando los pampeanos estamos confundidos, por no decir engañados, con los bosques nativos. No puedo asegurar que los caldenes no existían en La Pampa, como las escrituras sugieren, pero lo que sí está claro que los reyes eran los pastizales y no los bosques.
Duele y mucho, el daño que nos estamos haciendo. Una cosa es perder un hábitat porque otro te cortó un río, otra cosa es perderlo por culpa nuestra, creencias erróneas, intereses ideológicos o políticos, o peor, por desidia, ignorancia y/o falta de coraje de no querer cambiar las cosas para bien.
Como decía Jose Ingenieros, solo los hombres superiores desean mejorar las cosas, por ello sufren, pero la inmensa mayoría son hombres mediocres, que solo quieren ser felices, y ellos, como mayoría, son los que eligen los gobernantes, y estos gobiernan para ellos, con lo cual nunca estaremos mejor, a esto lo llamó mediocracia, la que destruye la generación de riqueza y el desarrollo de la sociedad.
No veo en nuestra Universidad, ni en el INTA y muchos menos en nuestros gobernantes, intención de cambiar esto, solo nos queda alertar y educar a los jóvenes sobre la verdad ambiental de los pastizales pampeanos.
Necesitamos jóvenes con altos ideales que busquen la verdad. No podemos seguir creyendo que, a la quema indiscriminada de petróleo, la solución sea el bosque pampeano, que probablemente no sea ni siquiera nativo, a costa de deteriorar los pastizales y los acuíferos, y con ello castigar a una sociedad que vive de eso, y no tiene alternativas, salvo el éxodo.
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