Pablo Gaiser, un médico como los de antes
Mario Vega
¿Qué idea tiene uno de un médico? Es probable que quién diga algo sobre el particular lo vincule a su relación personal, o la de su familia, con un determinado facultativo. La imagen que se me viene a la mente, en lo particular, es la de Guillermo Furst, un médico de familia que podía llegar a la hora que se lo convocara al más humilde los hogares, y que al cabo era el emergente de una forma de ejercer la profesión en tiempos en que las obras sociales recién iban apareciendo en el firmamento de la medicina; y cuando el plus era una palabra absolutamente desconocida.
Tiempos en que el médico era respetado, venerado como un profesional que se comprometía con la tarea de asistir a los enfermos más allá del honorario. Porque era cierto que muchos cobraban sus servicios en especias, y más de una vez el "doctor" recibía un par de pollos, algún lechón, u otro elemento en una suerte de trueque no oficializado; pero muchas otras veces solía recibir nada más que el agradecimiento del paciente, o su familia.
Recuerdo que mi papá, imprentero él, le imprimía recetarios -el papel en que se prescriben los medicamentos- que Furst tomaba gustoso a modo de retribución por las visitas que hacía cuando cualquiera de nosotros estaba enfermo.
Todo cambia.
Claro, los tiempos cambiaron, para todos, y también para la profesión de quien ejerce la medicina. Pero aquellos recuerdos, del doctor Furst u otros de su época, seguramente deben perdurar en muchos santarroseños. Pasado el tiempo se modificaron las condiciones, aparecieron las obras sociales, muchos más profesionales, y también especialistas de distintas ramas de la medicina. También cabe decir que antiguamente lo normal era acudir al médico sólo cuando uno no se encontraba bien; hoy los chequeos son habituales, y el trato con el profesional se puede considerar más frecuente.
Podría decirse que, en general, la idea que uno tiene de quien ejerce la medicina es que se trata de personas de una gran sensibilidad, consustanciados con el juramento hipocrático que prestan cuando reciben su diploma, y por el que se comprometen a ejercer dentro de los cánones de la ética y responsabilidad profesional.
Pablo Alejandro Gaiser (39), es nacido en Río Gallegos pero afincado en La Pampa desde los 8 años, "y desde entonces un santarroseño más. Resulta que mi papá, Isidoro, era piloto de avión -por muchos años tripuló el de la Provincia-, y por eso mutaba bastante de lugar, así que me tocó nacer bien al sur. ¿Mi mamá? Ana María, era empleada del Instituto de Seguridad Social, y tengo además a mi hermana Erika, menor que yo, que hoy trabaja en el Congreso de la Nación", cuenta.
El episodio que cambió su destino.
Casado con Alexandra tienen dos hijos, Jazmín (10) y Augusto (8), que completan "una familia hermosa. Soy muy feliz, en mi profesión y en mi vida en general", define sin eufemismos Pablo. Sentado en un consultorio de la clínica Faerac, donde permanecerá de guardia toda esa noche, el joven facultativo habla con singular pasión de su vida, y de la profesión que un día decidió abrazar, casi como un gesto de reconocimiento a una vivencia que cambiaría su existencia para siempre. "Yo en realidad quería estudiar Ingeniería, pero pasó lo que pasó y aquí estoy, y muy contento de poder ejercer como médico", resume.
Es que después de haber completado los últimos grados de la primaria en la Roger Valet; y mientras hacía el último año del secundario en el Colegio de la Universidad, una circunstancia entonces desgraciada -de qué otra forma calificarla- habría de modificar su rumbo. Lo cuenta como algo que está completamente superado, casi con naturalidad:. "Teníamos todo listo para el viaje de fin de curso a Bariloche cuando hice una insuficiencia renal. Por supuesto no viajé, aunque había sido uno de los organizadores, y recuerdo que mis compañeros estuvieron hasta el momento de subirse al micro en mi habitación, porque me pasó sólo algunos días antes de partir".
Ana, dos veces le dio la vida.
Dos años estuvo con diálisis. "Llegué a pesar 53 kilos -hoy está rondando los 80-, y fueron momento difíciles. Porque me dializaba cada tres días, y después me costaba uno más recuperarme. Pasaron dos años hasta que mi mamá, Ana María, me donó un riñón y todo cambió para siempre. Por eso digo que me dio la vida dos veces... aunque el día de la madre reciba de mi parte un solo regalo", se ríe Pablo.
Toda esa situación lo marcaría definitivamente. "Desde entonces tenía claro que iba a tratar de ayudar a los que quedaban en diálisis. Lo tenía decidido desde un principio cuando me recibí. Porque yo tuve la suerte de ser trasplantado y poder vivir, pero tengo siempre presente que todos los que se dializaban cuando a mi me tocó hacerlo murieron, y eso es muy duro. Por eso me decidí a ayudar: porque el trasplante no sólo da vida, sino que da una gran calidad de vida", sostiene, desde esa convicción con la que dedica sus esfuerzos a ayudar a personas con el mismo problema que alguna vez hizo peligrar la suya.
"Yo había sido paciente del doctor Eduardo Meneguzzi, y él siempre me decía que cuando me recibiera viniera a trabajar a su clínica, y aquí estoy". El 31 de julio se habrá de cumplir el primer año de su participación en un primer trasplante: "Fue a María Torres, una señora de Victorica; y por estos días le dimos el alta a Daniela Bustos, a quien su hermana Valeria le donó un riñón, y también fue una gran satisfacción, porque se trata de una paciente mía de consultorio por más de cinco años, y poder ver que puede empezar a vivir normalmente me produce una gran alegría", sostiene Gaiser que no puede evitar emocionarse. "Sabés que pasa, que cuando alguien recibe un trasplante, como yo, tiene mucho que agradecer: a la vida, a la medicina y a los médicos".
Cuando la profesión duele.
Pablo es una persona vital, que gusta de los deportes, que goza de su familia y de todo lo que le toca, y afirma seguro que "es un tipo feliz. Claro que sí, soy afortunado por lo que me toca, no tengas dudas", corrobora. Sin dudas tiene que tener una contención especial alguien que, como él, podría decirse que de alguna manera trabaja con la vida y con la muerte. "Uno como médico tiene que estar seguro de que hizo todo lo que estaba a su alcance, pero a veces es verdad que una muerte te golpea, porque se trata de personas con las que a través del tiempo vas estableciendo una relación. Están cuatro horas en diálisis tres veces por semana, así que se producen conversaciones que hacen que ellos sepan todo de mi vida, de mi familia, y lo mismo yo con ellos. Estos días atrás me pasó: falleció una señora que venía atendiendo hace bastante tiempo, y mi esposa me preguntaba qué me pasaba... y era eso. Salí a caminar un rato y traté de despejarme, pero uno no es inmune a esas situaciones y la contención familiar es muy importante", enfatiza.
La ciencia y Dios.
"¿Si creo en Dios? Sí, claro que creo en Dios. Me ha pasado alguna vez de situaciones casi misteriosas, cuando todos los indicativos de la ciencia daban por cierto que un paciente estaba complicado, que la muerte aparecía como inexorable, que ha experimentado una mejoría que no se podía explicar. Es más, cuando uno está ante un contexto complejo a veces le pide a Dios que lo ayude... uno hace todo lo posible desde la ciencia, pero a veces...", reflexiona sobre un tema por lo menos espinoso.
Esa noche, como otras dos veces más en la semana, no dormirá en su casa. La familia lo sabe comprender y lo apoya, y él estará encantado de su destino porque como dice papá Isidoro, tiene "la enorme suerte" de poder hacer lo que le gusta. Feliz de tener esa perseverancia para estar siempre listo para ayudar.
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