La solidaridad viene de la mano del rugby
He recorrido este barrio y sus potreros desde que era un pibe, porque por allí viví toda mi vida. Jugar a la pelota en cualquier baldío era la pasión que en nosotros -entonces chiquilines- ganaba todas nuestras horas por fuera de las obligaciones escolares; aunque obviamente también los recreos eran el momento propicio para retozar, con una de cuero, o simplemente con la pelota de trapo que hacíamos con medias que les robábamos a nuestras madres.
Este barrio, Villa Tomás Mason tiene mucho que ver con mis afectos de pibe, y también el Oeste -que se ubicaba allí cerquita-, pero del "otro" lado de las vías del ferrocarril (un espacio que tenía "portón" de ingreso por lo que hoy es Sarmiento y Ayala); y además las inmediaciones del caserío del Epam que se levantaba al ladito del Molino Werner, eran los dominios de nuestras correrías de chiquilines.
"Si hasta supimos jugar al fútbol en los corrales del embarcadero (estaba en 1º de Mayo y Antártida Argentina, y desde allí se subía la hacienda a los trenes de carga), y las tranqueras abiertas nos servían de arco", recordó esta misma semana Coco Mainetti, un vecino de toda la vida del lugar. Como que con su familia vivían exactamente enfrente de los corrales, bien pegadito a las vías.
Un baldío de rugby.
Pero como los años pasan, porque los años siempre pasan, será por eso que tanto me sorprende ese contexto con un montón de chiquitos en el terreno que está en 1º de Mayo y Stieben, casi frente al mismo Molino Werner. Es que ellos no juegan al fútbol: corren y se divierten detrás de una pelota ovalada, y disfrutan, y ríen... y se los ve felices.
Se sabe, y quienes lo practican desde siempre lo tienen claro, que el rugby fue siempre catalogado de elitista, se dice que lo practica gente acomodada, con un buen estandar económico, y en el que casi no hay lugar para los pobres. Suena casi triste decirlo así, pero hay que aceptarlo porque es la pura verdad.
Estos pibes que corretean contentos, risueños, recibiendo indicaciones de un instructor son de condición humilde. Se puede ver en sus remeras que no tienen el logo del cocodrilo, ni de la pipa, ni el de los dos caballitos... nada que ver. Un purrete luce una vieja camiseta de Ríver, más allá otro la de Boca, y en general todos usan cualquier vestimenta. Tal vez en algún caso la única que tienen: para ir a la escuela, para jugar, para andar todos los días de su vida.
Una oportunidad.
¿Si hubiera que hablar de un emblema del rugby argentino a quién habría que mencionar? La respuesta surge rápida: primero a Los Pumas, y enseguida a quien fue su capitán durante muchísimos años, Hugo Porta. ¿Y cuál es la particularidad? Que casi todos los integrantes del elenco nacional provenían de familias con buen nivel económico y, además, que muchos tenían una profesión, o estaban ligados a alguna actividad que les hacía tener una vida con un buen pasar, aunque de igual manera tuvieran que hacer un gran sacrificio para llegar al nivel de excelencia que hubieran alcanzado. En el caso de Porta creo que era arquitecto, y llegó a ser Secretario de Deportes de la Nación.
Estoy convencido, seguro, que no será el caso de alguno de estos pibes, aún si tuvieran la oportunidad de llegar a una primer nivel de esta actividad deportiva. Pero quién sabe si lo que les están ofreciendo, y lo que están aprendiendo, no les estará abriendo una puerta para conocer "otro" mundo. Aunque ellos hoy no lo sepan, ni lo comprendan.
Trabajo social.
Fui esta semana a ver qué hacen, qué aprenden, y también para estimar para qué puede servirles. Y de verdad, en alguna manera me vi conmovido. Por mi propia experiencia en ese barrio, y porque observé allí un trabajo social importante de un grupo de personas que no tienen ninguna intención de trascender, ni de ser candidatos a nada... que sólo ofrecen algunas horas de su tiempo porque ellos sí creen que la vida los ha privilegiado. Entienden que pueden ayudar a un sector de la sociedad que está excluida de determinados beneficios, aún de los más elementales.
Esta historia comenzó hace unos tres años. Algunas personas se dijeron que podían aportar, intentar "devolver" algo de lo que la vida les dio. "Somos un grupo de amigos que nos conocimos jugando rugby y que más de 20 años después seguimos juntos. Sabemos que más allá de los esfuerzos particulares el deporte nos dio valores y disciplina para encarar nuestros proyectos. El rugby puede ayudar, porque te da diversión, educación y relaciones", dijo días atrás en una cena realizada para recaudar fondos Fernando "El Ruso" Fernández, uno de los impulsores de la iniciativa.
Devolver lo que la vida nos da.
Esta semana Mauricio Piombi, otro activo colaborador confió: "Se sabe que todo lleva tiempo, y plata que siempre sale del bolsillo de algunos, para pagarle a los profesores o hacer alguna actividad".
Piombi es fiscal en la justicia provincial, y en pocos días será designado juez, pero no olvida sus orígenes. "La verdad es que este deporte que tanto me gusta no lo puedo jugar más, y por eso si a uno de estos chicos lo puedo ayudar entiendo que es la mejor forma de devolver algo". Y fue concreto en la idea: "Mi viejo, aún hoy, arregla heladeras, y mi mamá fue empleada administrativa, y yo me eduqué en la escuela pública (Escuela 180 y Colegio Nacional), y para estudiar abogacía tuve una beca... decime si no soy afortunado y tengo mucho que devolver", reflexiona.
El club, en realidad un grupo de amigos, está integrado por Fernando "Ruso" Fernández, Fito Molas, Matías Traba, Mario Cuccolo, Juan Cruz Cabral, Mariano Alomar, Miguel Bravo, Fito Robledo, Julio Moreno, Carlos Chapalcaz, y "El Gringo" Dizitti y Mauricio Piombi. Y también por fuera hay muchos otros colaboradores."Por suerte hay gente que comparte la idea", completa.
El grupo de profes dedicados específicamente al rugby son Maxi García y Martín García; y las clases de apoyo las dan Maria Monica Peñonori. y María Cabral
La "sede" del Calfucurá.
"Es un apoyo, un inicio, tratar de inculcarles las ganas de ser algo en la vida. En nuestro caso no tenemos dudas que el rugby nos ayudó. Nuestros amigos son los mismos desde los 13 años, y aún nos encontramos con quienes jugábamos... algunos son profesionales, comerciantes o empleados. Lo que sea, pero buena gente. Todavía nos une ese sentimiento que te da este deporte, en el que prevalece el equipo por sobre la persona, lo colectivo por sobre lo individual. Entre muchos se logra lo imposible", continúa Mauricio.
El club no tiene sede, y el punto de encuentro es ese terreno de 1º de Mayo y Stieben, propiedad del SOEM (Sindicato de Obreros y Empleados Municipales), que lo presta para la actividad. En ese mismo lugar hubo siempre una canchita de fútbol, para lo que la Comisión Vecinal del Barrio Almafuerte puso hace mucho tiempo los arcos.
Coco Mainetti, quien vive pegado al inmueble, recuerda que al predio "después lo tomó el SOEM, pero más allá que se jugaba al fútbol los que nunca falta en este terreno es la basura. En aquella parte --señala el sector norte- se tiraba y se sigue tirando desperdicios... es increíble, pero hay gente que viene con sus autos y tira la basura ahí", se enoja.
El predio donde juegan.
El hombre también colabora y ha ofrecido el agua para que se puedan regar las plantas que pronto serán colocadas. "Ahora no hay lugar para cubrirse, y si bien el invierno se hace muy duro; también se sufre el verano porque la sombra es escasa", dicen los directivos.
La actividad se realiza dos veces por semana, y en medio de la práctica se ofrece una merienda, sobre una mesa y bancos de hormigón ubicadas en un costado.
Los organizadores insisten conque "la educación es la herramienta que cualquier persona puede tener para abrirse camino en la vida y por ello llevamos adelantes humildes programas educativos e intentar evitar la deserción escolar. Se incentiva a los pibes no sólo con charlas a ser mejores en la escuela, y a quien se destaca se lo premia con la cinta de capitán, con viajes, con acceso gratis al gimnasio si no se llevan materias... y si se las llevan se les dan clases de apoyo", explican.
Un aporte, uno más que viene de la mano del deporte. Hay que ver esas caritas para entender que cuando se trata de los chicos y el deporte, casi no importa que la pelota sea redonda... u ovalada. "Tenemos que devolver algo a la sociedad, no podemos ser espectadores esperando que las cosas cambien o mejoren, tenemos que ayudar a mejorarlas". El Ruso Fernández, y el resto, dice y actúa en consecuencia.
Hijos de familias muy humildes.
Mientras los chicos corrían y se divertían con la ovalada, al costado de la cancha un pequeño grupito de personas mayores miraba. Unos andaban a pie, una señora se movilizaba en una motito aguardando por los suyos; y en un par de vehículos otros esperaban a algún nieto, o tal vez a un sobrino.
Gustavo Bejare y Milton Guerra esperaban a sus sobrinos. Ya lo decimos en el cuerpo de la nota principal: en el CASI, SIC o GEBA, en Buenos Aires, muchos jugadores y directivos son profesionales -situación que obviamente no hace mejores ni peores a las personas-, pero en el caso de Gustavo es albañil y vive de changas, y Milton trabaja de mozo en una cantina de Toay. Son vecinos y vienen desde el barrio Plurianual, distante varias cuadras.
Ezequiel lleva los días de práctica a un sobrino y mamá Alejandra, empleada doméstica, a dos de sus hijos. "Está bueno, porque sacan a los pibes de la calle, les dan merienda y apoyo escolar y se relacionan con chicos de otros lados de la ciudad. Además, es gratis, porque no podría pagarles la actividad", confiesa la mamá.
Y hay que decirlo, el gesto de los mayores que organizan la actividad es encomiable. Ellos, casi todos, gozan de una posición -hay abogados, integrantes de la justicia, algún empresario, trabajadores comunes y también docentes-, y tienen por sobre todas las cosas la voluntad de hacer un aporte.
"Somos un club de rugby que tiene por objeto promover la integración, y estamos convencidos que con esta actividad y con educación podemos darles a los chicos una herramienta más para que puedan abrirse camino en la vida", sostienen.
El tercer tiempo.
Muchas veces el grupo de más de 40 chiquitos que participan de la escuelita del Club Calfucurá han debido jugar de visitantes, en Estudiantes o Santa Rosa Rugby. Otro "ambiente", sin dudas. "Al principio costó un poquito, pero hoy su comportamiento es excelente, y lo bueno es que los chicos de esos clubes los reciben de la mejor manera. Y lo mismo pasa cuando son esos equipos los que tienen que venir a jugar a 'nuestra`' cancha", dicen los entrenadores.
Es el momento en que el deporte los junta, más allá de la competencia. Allí no hay distinciones, ni de barrio ni de colores... y está bueno.
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