"¿Rusa?, yo soy más argentina que nadie"
Una partida puede ser una esperanza, pero seguro las imágenes de lo que dejan atrás deben quedar para siempre en el alma y la mente de quienes tienen que irse. Natalya se siente totalmente argentina.
Dicen que el desarraigo, sentirse lejos de la tierra que a uno lo vio nacer, suele ser para una persona algo extraordinariamente sentido. Todos conocemos a alguien que se fue a algún lugar lejano tal vez para empezar de nuevo, procurando mejor suerte, buscando un mejor destino. Y también, seguro, sabremos de alguien que habrá llegado de muy lejos pretendiendo mejores disfrutar de mejores momentos.
¡Cuántos inmigrantes llegaron un día de muy lejos para quedarse para siempre! Muchos nunca más regresaron a su tierra, y tampoco volvieron a ver a sus seres queridos.
Es probable que muchos partieron convencidos que era lo mejor, que había que empezar otra vida en otro lado, y no dudaron en dejar el pasado para una evocación que, tal vez, merecerá de vez en cuando una sonrisa, o quizás una reminiscencia momentánea.
El caso de esta joven es un poco de todo eso. Un día decidió que realizaría su destino muy lejos de esas montañas y de ese paisaje que fue su entorno natural. "Yo creo en el destino, y por eso estoy aquí. Me animé a venir y sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesta a aceptar lo que viniera... y no me arrepiento. Hoy soy feliz, muy feliz", dice en el inicio de la charla.
La mujer que vino de lejos.
Natalya Solovarová (38) es de Turkmenistán, y residió con su familia en Nevitdag (petróleo y montaña), hasta sus 25 años. Su padre Víktor, que hoy tiene 76 años, era chofer y llevaba y traía gente a los campamentos de compañías petroleras, y su mamá Elena era electricista.
Eran cuatro hermanos: Valery y Serghei, Natalya y la más chica Irina.
Natalya nació en Prichal (significa algo así como muelle), dice ser rusa pero que tiene también parte de una formación con cultura musulmana.
¿Cómo se vincula con nuestro país? Sucede que su esposo es un pampeano, Raúl Omar Morán -de los Morán de la zona de Ataliva Roca-, y tiene con él dos hijos, Franco (12) y Ariano (2), ambos nacidos en tierra argentina. Morán es ingeniero mecánico y trabajó muchos años en la industria del petróleo, actividad que lo llevaría a aquel remoto punto del globo.
Natalya tuvo en su patria una vida normal. "Hice los estudios primarios, la secundaria y después un terciario -así lo define- como maestra de lengua. Mi idea era poder dar clases, dedicarme a eso", me cuenta.
El trabajo y el amor.
Un día Natalya consiguió trabajo en una compañía petrolera. "Lo hacía en la parte de administración y allí conocí a Raúl. Él era jefe de mis jefes", cuenta con ese acento tan especial. Y agrega: "Entre nosotros había una relación bastante distante, porque era lo que correspondía entre un jefe y una empleada". Pero un día todo habría de cambiar... Natalya hace un gesto -chasquea sus dedos-: "Hubo un click", dice en un giro que me deja con un poco de asombro. Empezaron a salir, ella se lo presentó a sus padres y tuvieron lo que podría llamarse un noviazgo formal. Al principio Natalya había pensado que se trataba de un amor pasajero, pero no sería así: "Creo en el destino... hoy estoy aquí, contenta, vine a formar mi familia y lo logré y soy inmensamente feliz en esta tierra", repite.
"Él quiso que yo conociera su país y me invitó. Raúl trabajaba 40 por 40... es decir, 40 días corridos y el mismo tiempo de franco, así que aprovechamos y vinimos. Paseamos mucho y pude conocer Buenos Aires, Córdoba y algunos otros lugares, y por supuesto me encantó lo que vi", relata ahora.
Cuando regresaron a Turkmenistán habría un par de sorpresas. Ella se había ido de Argentina embarazada y Franco estaba en camino; y la otra fue que la empresa en que trabajaba Raúl cerró sus puertas.
Venir a vivir a Argentina.
¿Qué hacer? "Me propuso venirnos y yo dije enseguida que sí". Se instalarían primero tres años en Cipolletti, y otros dos en Rada Tilly, y desde hace seis años viven en Santa Rosa. Raúl se jubiló y ella disfruta de vivir en el país que aprendió a querer de tal manera que hoy la hace sentir que es"más argentina que nadie".
Natalya ofrece mate (¡!!), y sirve el agua del "samo bar" (cocina solo). Convida y advierte mi gesto: el agua está tibia, y la infusión es sino intomable al menos no favorecida por las manos de la cebadora. Se lo digo y pone un gesto de sorpresa: "¿Qué no son buenos mis mates? Son riquísimos... a lo mejor está algo fría el agua, pero me gusta así", se defiende. Y sorbe de la bombilla como si se tratara de una criolla de toda la vida.
Ni palabra de castellano.
Es joven, bonita, de mediana estatura, tiene el cabello rubio recogido, los ojos de un hermoso verde esmeralda, y una actitud desenfadada. Me habla y me hace acordar a la sueca de Lanata, ese personaje que apareció hace algún tiempo en televisión y empezó a desfilar por todos los programas. Su castellano es fluido, pero de vez en cuando cambia verbos y sustantivos de lugar y tiene una conversación algo graciosa. Es inteligente, vivaz... No parece para nada tímida y señala tener "una historia muy particular, muy interesante, señor Mario", expresa sin rubores.
Y vaya si es particular que una jovencita decida un día venirse del Asia Central a la Argentina, sin hablar una sola palabra de castellano. "Yo hablaba ruso y también turkmenistano, porque era maestra de idiomas, pero nada de nada de español. Me manejaba por señas, trataba de 'pescar' alguna palabra, y lo que me ayudó mucho fue la televisión. Por allí llegaba mi esposo a la noche y me decía de dónde había sacado un término que utilizaba. Al principio fue difícil, pero me las arreglé. Los otros días me puse muy contenta en una despensa de aquí a la vuelta porque había una pareja que hablaba ruso ¡y me agarró una emoción! De a poquito me fui acercando y cuando quisieron acordar estaba hablando con ellos. Se extrañaron mucho porque la verdad, en este país no debe haber nadie de Turkmenistán... En La Pampa seguro soy la única", casi parece alegrarse por sentirse algo exótica.
Las costumbres.
Más allá de la natural nostalgia por la lejanía de su familia, Natalya tiene que haber soportado de alguna manera las diferencias en las costumbres, las que tienen que ver con el trato diario, con las comidas, con la música. En definitiva tener que vivir una cultura diferente.
"Algo de eso pasó al principio, pero me adapté. Y hoy puedo decir que esta es mi cultura. En donde vivía, en Turkmenistán, la dieta tiene mucho que ver con el pescado, porque no se olviden que estaba al lado del Mar Caspio, que no es un mar, sino el lago más grande del mundo", aclara.
"Allá comíamos el valic, una especie de jamón crudo pero sobre la base de pescado (¡!!), y también mucho caviar" (para nosotros un manjar carísimo que obviamente no comemos en nuestra pampa). La milanesa, por ejemplo, la conocí aquí. ¿El asado? Bueno, allá comemos algo parecido, pero hecho de otra forma. No me preguntes cómo... ¿Y sabés una cosa? En estos días es mi cumpleaños y les prometí a mis compañeros del gimnasio de karate que les iba a llevar algo típico para comer:: Vareniki y Polimeni... son como los ravioles de aquí, pero tienen distinto relleno. Es una pasta rellena, y seguro se van a chupar los dedos", expresa en un dicho tan argentino que me sorprende.
Es que hace un tiempo empezó una actividad que la mantiene fascinada. "Me gustan mucho los deportes, y ahora estoy haciendo karate. Recién empiezo y tengo cinturón violeta; pero en mi tierra hacía natación, que también me gusta mucho".
La nostalgia por la familia.
Aunque está totalmente adaptada, y muy contenta de vivir entre nosotros, naturalmente hay momentos en que no podrá dejar de recordar a sus seres queridos que quedaron allá, en el centro de Asia Central. "Papá vive, tiene 76 años, y una de las cosas que me gustaría es poder traerlo, mostrarle cómo vivo, que estoy bien, que soy feliz". Por primera vez no sonríe, se pone seria y se emociona, aunque trata de disimularlo.
"Con él y con mis hermanos hablo por teléfono muy seguido... y claro que me gustaría verlos. pero no puedo viajar para allá". ¿Por qué? "Porque no estoy casada con Raúl, y no porque no quisiéramos... pero resulta que entre Argentina y Turkmenistán no hay relaciones diplomáticas, y tengo algún temor que pueda haber alguna complicación, así que prefiero no ir. Sí, ahora esta es mi tierra, para siempre".
Más argentina que Maradona.
Natalya está tan asimilada a nuestra cultura que se muestra dispuesta a aprender a tocar la guitarra, y cuenta que está decidida a interpretar zambas, chacareras, chamamé "y lo que venga. Me gusta toda la música argentina, y sobre todo El Chaqueño Palavecino", revela.
Pero no sólo eso, sino que agrega que se le anima a bailar tango y también se entusiasma con la cumbia.
Es tan fanática de todo lo argentino que no duda en reivindicarse como fervorosa hincha millonaria. "Me gusta Ríver, y más cuando jugaban Ortega, Saviola y Francéscoli. Me encantaba, y también ese muchacho que fue a Rusia y después volvió, Cavenaghi se llama", recuerda de pronto.
"Sí, me cargaron bastante cuando nos fuimos a la B. Pero por suerte en nuestra familia somos todos gallinas y lo soportamos bien. Y en cuanto a los seleccionados soy fanática de la camisera celeste y blanca. ¿Messi? Por supuesto que es el mejor del mundo", afirma mientras se acerca y acaricia una bandera con nuestros colores que tiene colgada en el living.
Mientras posa para las fotos, con algún aire de modelo, sigue hablando de su apasionamiento por nuestro país. "Al principio tenía el documento del Mercosur, pero ahora tengo la libreta celestita", se entusiasma mientras vuelve a afirmar: "Adopté a este país, y esta es ahora mi propia cultura. Sí, soy más argentina que nadie", reitera.
Le gustan los deportes y señala que le encantó "haber estado presente en la Fiesta de entrega de los Caldén de Plata, Me sorprendió muchísimo que hubiera tantas disciplinas y tantos deportistas. La verdad que esa vez pasé una noche hermosa", concluye.
¿Qué es Turkmenistán?
Oficialmente la República de Turkmenistán es un país situado en Asia Central, sin salida al mar. Limita al noroeste con Kazakistán, al norte y noreste con Uzbekistán, al suroeste con Irán, al sureste con Afganistán y al oeste con el Mar Caspio. El desierto de Karakum ocupa la mayor parte del territorio. Fue una de los países que constituyeron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas hasta su disolución en 1991. Los musulmanes son el 89% de la población, mientras que el 9% de los habitantes son seguidores de la Iglesia Ortodoxa Oriental. El 2% restante se declara como no religioso.
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