Viernes 23 de mayo 2025

Oscar Christensen, el inefable personaje

Redaccion 09/01/2021 - 21.27.hs

No pocos lo deben relacionar solamente con ese militante del peronismo -siempre vinculado al marinismo-, aunque tiene mucho más para contar: es periodista, y fue bancario, músico, barman y disc jockey.

 

MARIO VEGA

 

Nunca fui muy afecto a la noche -esa que lleva a las personas a largas jornadas noctámbulas para concluir casi cuando el sol está saliendo al otro día-; pero además tampoco la comida o los tragos son mi debilidad; y aunque me gusta la música lejos estoy de ser un experto conocedor de intérpretes, grupos y géneros; ni fui frecuentador -salvo esporádico- de boliches de moda en mis tiempos juveniles. Aunque obviamente son todas esas aficiones comunes a mucha gente…
Y diciendo lo que digo, claro, cualquiera podrá concluir en que soy un aburrido -y no faltará el gracioso que exprese para qué vivir sin todo aquello-… Y bueno… cada uno transcurre la existencia de la forma en que le viene bien, o en que las circunstancias se lo permiten. Igual, no me quejo…
Y ciertamente no creo ser un pelmazo, aunque habrá quienes sin conocerme demasiado lo piensen, y en todo caso me justifico -insisto- diciendo que cada uno vive de la manera que mejor le plazca y pueda hacerlo…

 

El periodismo como vínculo.

 

Esta introducción-confesión tiene que ver con que aún moviéndonos en distintos círculos sociales -por aquellas circunstancias apuntadas por ejemplo- las personas nos interrelacionamos y podemos de igual manera llevar adelante una amistad o simplemente un trato de aprecio por múltiples razones. Y eso me pasa con Oscar… el inefable «Ruso» Christensen (67) para mí, porque es el «Ruso» desde que lo conozco…
Lo frecuento desde que éramos pibes, cuando los dos transitábamos las aulas del Colegio Comercial, pero empezamos a cimentar una cierta simpatía, más cercanía, hace mucho tiempo. Algo que se consolidó cuando ambos -en distintos medios- nos aferramos a esta profesión tan única que es el periodismo.
Si bien el Ruso trabajó en medios gráficos, y sostiene que es la rama que más le gusta, me parece que alcanzó su mejor momento con algún programa televisivo que marcó una época en Canal 3, hace ya varios años. También fue dueño de una radio que armó desde sus inicios, y que más tarde iba a vender; y hasta tuvo una revista, «Pluma» -muy bien editada- que como tantas otras publicaciones parecidas terminó naufragando y más allá de haberse dado el gusto lo comprometió financieramente. Allí escribían Juan Carlos Matilla, Pali Cuchiarini, Cristian Affonso y algunos otros.

 

Descendiente de dinamarqueses.

 

Hoy, en la etapa del sosiego, Oscar se presta a una charla café por medio (¡que esta vez increíblemente pagó él!) -con alguna que otra intervención de Norma, su esposa y compañera desde hace 50 años (¡!!) que algo acotó-, y cuenta aspectos de su vida que, incluso para mí, resultaban ignorados.
«Soy nacido y criado en Santa Rosa… mi viejo era encargado de un campo en la zona de Cereales y mamá Noemí era ama de casa, pero más adelante trabajó en la Universidad Nacional de La Pampa donde se jubiló. Hoy tiene 89 años», sintetiza.
Y sigue: «Papá se llamaba Sven y era descendiente de dinamarqueses que habían llegado corridos por la primera guerra mundial. Al principio mi abuelo compró un campito en la zona de Riglos, pero la crisis del ’30 se lo llevó puesto».

 

En Santa Rosa.

 

Vivió en el campo sus primeros años, y luego la familia compró una casa en la calle Córdoba entre San Jorge y Santa Fe. «Tengo un recuerdo de eso que tiene que ver con la historia de la ciudad: cerca había un enorme chalet de una manzana completa donde vivía la viuda de Alonso, cuyo esposo había donado esas tierras y por él lleva el nombre el barrio. Un día había mucho movimiento y fui a ver qué pasaba: había muerto la señora y la llevaban en un carro tirado por seis caballos negros que me parecía enorme y bellísimo -todo un misterio para mí-, y el cortejo también eran todos carros tirados por caballos. Había mucha gente y creo que estaba hasta el gobernador, en tanto los vecinos salían a la vereda para verlo todo. Yo tenía 5 ó 6 años y no entendía nada», rememora.
«Luego papá Sven tuvo una chacra en sociedad con un veterinario en la zona sur oeste de la ciudad, más o menos en Valerga y Anza; y después de vivir allí volvimos a Villa Alonso… En esa época comencé el primario en la Roger Valet, y también catecismo en la parroquia de Fátima. Era otro barrio muy distinto al actual y con mucha actividad», rememora.
Finalmente el padre de Oscar -y de Eduardo, su hermano- «compró un terreno en Villa Elvina, sobre la calle Sargento Cabral casi Guayaquil y construyó la casa él mismo. Era la primera en esa zona».

 

Estudios y fútbol, un poco.

 

Después empezó el secundario en el Colegio Comercial y también el fútbol en All Boys… «El ‘Indio’ Labriola me pasaba a buscar en bicicleta para ir a entrenar en la cancha de la Spinetto, cosa que no me gustaba mucho pero Walter Guzmán que era el técnico era muy exigente. Jugué en 4ª y en 3ª… de wing derecho, y era ligerito pero vago. Prefería los boliches y la música y ahí murió el futbolista», sonríe en la evocación.
Llegó la adolescencia y con ella «se iniciaba una etapa de aspiraciones personales y sociales… Me creía casi un marginal y yo quería pertenecer a la sociedad santarroseña, que siempre fue muy cerrada y discriminatoria: si venías del barrio o la villa no eras bienvenido al centro», sostiene.
«Sabés… siempre recuerdo las horas en que me sentaba en la vidriera de la disquería Crespo para escuchar música y conocer jóvenes de mi edad para compartir pensamientos y, tal vez, conocer alguna piba que me diera bola. Eso me llevó a conocer amigos que eran de buena ley: Luis Carrizo, Lito Cenizo, Mono Hualde… y otros que hoy ya no están. Fueron tiempos de felicidad y libertad», reflexiona.

 

«Ruso» siloísta.

 

«Eran momentos en que estaba latente una suerte de rebelión como muchacho que era, y fue ahí que me reencontré con un compañero de la secundaria a quien aún hoy quiero mucho: Alejandro Andrada me conectó con Miguel Gómez y comencé mi experiencia en ‘Poder Joven’, que era un grupo que seguía los principios de Mario Rodríguez, más conocido como Silo y que tenían una filosofía de vida muy humanística».
Pero Oscar no se convencería del todo «y con la base peronista de la familia y muchos amigos integrantes de la ‘gloriosa JP’ me incliné por la militancia allí a mediados de los 70».
El padre, Sven, fue secretario adjunto del gremio de los no docentes de la Universidad. El 26 de marzo cuando se presentaron a trabajar lo declararon prescindido por «subversivo».
«Había trabajado durante veinte años… fue un año intenso, tuvo que vender la casa de la Sargento Cabral, puso una despensa para sustentar a la familia, pero al año siguiente falleció. Un cáncer fulminante se lo llevó el 29 de marzo de 1977… el 4 de mayo del 77 nació Kevin, mi primer hijo y su primer nieto que no pudo conocer», se le nubla la mirada al volver atrás.

 

Camionero y «plomo» de Clan 5.

 

Hay que decir que el Ruso hizo un poco de todo: «En esa misma época me convertí en camionero… trabajé con la familia Forte en los camiones y en el rubro de frutas y verduras. Éramos todos muy jóvenes y con ganas de vivir: Paco Forte, Gerardo, Estela, Susana, Norma, el Vasco Laborde, el Mono, los mellizos y muchos otros habíamos armado una barra de treinta o cuarenta pibes que andábamos por bailes y boliches, siempre juntos. Y seguíamos a un grupo musical que se llamaba ‘Clan 5’, que tuvo momentos de buen suceso».
Ese fue el acercamiento a una aspiración de subirse al escenario: «Dicen que el burro no gana por lindo sino por insistidor y esa fue mi estrategia… Me convertí en el ‘plomo’ del grupo, y más tarde con las clases del Gringo Zorzi aprendí batería y un poco de bajo por las clases del Negro Mansilla», cuenta sobre sus comienzos con la música.

 

La novia de toda la vida.

 

A Oscar es habitual cruzarlo siempre acompañado por Norma, su compañera desde hace nada menos que 50 años. «Fue en esa reconocida barra de los Forte que la conocí». Y relaciona el encuentro «también a Clan 5. Hubo un concurso juvenil organizado por el sello musical Odeón, que se hizo en el Club Estudiantes conducido por Mario Boschi. El grupo fue el ganador y el premio era grabar un disco en Odeón en Capital Federal. Allí fuimos, yo era un simple ‘plomo’ pero era parte del grupo y no me lo iba a perder… Cuando volvimos los jóvenes que seguían al grupo nos preguntaban, y allí estaba Norma… Fue en la esquina de Yrigoyen y Gil que la vi la primera vez y es el amor de mi vida y la madre de mis hijos», dice con firmeza.

 

Músico y bancario.

 

Desde allí la música sería un camino que lo llevaría por distintos lugares y objetivos. Vino el Ruso batero, y el bajista… y fue también representante, disc jockey, musicalizador, presentador, y tiene cientos de anécdotas… «algunas muy lindas y otras no tanto», admite.
Fue disc jockey en Tijuana, un boliche de General Acha; y en Santa Rosa en Capri y en Kokeshi. «Y en Las Brujas que era un boliche que pudo ser una trampa mortal en esa época: estaba ornamentada como cuevas hechas con cartón y engrudo… si alguien con un cigarrillo lo prendía nos moríamos todos… estaba ubicado donde hoy está el Banco Río, y luego donde estuvo Kascote», precisa.
El 2 de mayo de 1974 Oscar ingresó como empleado al Banco de La Pampa, «gracias a la recomendación de ‘Picholo’ Vendramini, un docente y dirigente peronista de la Villa Santillán y muy amigo de mi viejo que me hizo rendir el curso de ingreso que en ese momento presidía el doctor Alberto Conchez. Estuve hasta el ’81 que me pasé al por entonces Banco Ganadero; y más tarde fui al Río… hasta que en 1983, cuando Rubén Marín es gobernador me designó Jefe de Ceremonial de la Provincia».
Cabe decir que durante todo el tiempo en que fue bancario siempre trabajó en algún medio gráfico o radial de la época.

 

El periodista.

 

Vuelve atrás en el tiempo Oscar y habla de su condición de periodista: «Mi primer trabajo fue en el diario La Reforma, en la agencia Santa Rosa, donde estuve dos años hasta que Nelson Nicoletti me llamó para ir a La Capital. Fue un diario histórico que acababa de comprar el Mofepa para usarlo en la campaña electoral que se venía… el gobernador era Ricardo Telleriarte».
Desde allí le tocaría cubrir la guerra de Malvinas, de la cual tiene varias historias: «un día de febrero de 1982 estábamos en el cierre del diario con Nicoletti, Pinky Pumilla y Luis Salvetti tomando mates, cuando alguien lanzó una propuesta: Hay que escribir sobre Malvinas y la necesidad de recuperar las islas antes que se cumplan los 150 años».
«El 2 de abril estuvimos hasta las 2 de la mañana, y el título al día siguiente fue ‘Recuperamos Malvinas’. Me tocó estar en la Casa Rosada el día que el Secretario de Estado de EE.UU. Alexander Haig se reunió con (Leopoldo Fortunato) Galtieri y (Nicanor) Costa Méndez. Fuimos enviados por el diario para cubrir la movilización de Plaza de Mayo. El fotógrafo era Tito Evangelista y los dos cubrimos lo que pasaba en Casa de Gobierno y la conferencia de prensa de Haig y el canciller argentino, mientras que la plaza la cubría Emigdio Fragassi».

 

Apertura democrática.

 

La Guerra -su catastrófico resultado- iba a terminar con el gobierno militar. «Los que teníamos posición ideológica definida comenzamos a insertarnos en los partidos y yo, por supuesto, viniendo de familia peronista fue reafiliarme porque con el golpe de Estado se había anulado la actividad política».
Después de su paso por La Capital, y luego de ser funcionario de Rubén Marín, Oscar empezó con la producción, realización y conducción del informativo diario de Canal 2 de CTV, que estaba en la calle Escalante. «Es algo que tengo que agradecer a ‘Peca’ Eyheramono, los hermanos Guibelalde y el ‘Piojo’ Domato. Allí estuve hasta marzo de 1992 cuando pasé a Canal 3 con el programa Primer Plano que estuvo hasta 1993 con una audiencia histórica».
Y es verdad. Primer Plano fue un magazine que iba los mediodías, y fue un éxito de audiencia porque estaba muy bien producido -Gustavo Laurnagaray se encargaba de eso-, y realmente tuvo una amplitud que cabe reconocerle: «Iban todos… Pablo Fernández, Claudio Pérez Martínez, Oscar Nocetti, Francisco Torroba, Pacheco Berhongaray… y por supuesto todos los ‘nuestros’. No tenía condicionamientos en eso», explica.

 

La política.

 

Del ’76 al ’82 encontró refugio en la música y el periodismo: «Escribir era una especie de catarsis que me permitía una comunicación con la gente y con mis compañeros y amigos.
Cuando se produjo la apertura en el PJ se oficializaron cuatro listas para elegir para gobernador: la Blanca de José Regazzoli, la Naranja de Rubén Marín, la Verde de Néstor Ahuad y la Azul de Esteban Rolando. En la interna se impuso ampliamente la Naranja y la fórmula fue Marín-Baladrón y Eduardo Molteni para intendente de Santa Rosa. Yo venía de la Blanca y Rubén me llamó para ser Jefe de Ceremonial», expresa.
Y sigue: «La lealtad es el mayor capital de los peronistas… y yo fui siempre leal a Rubén Marín, porque él a su vez tenía lealtades hacia abajo. Hoy en día sigo junto al hombre que me enseñó todo de la política. Estuve en su gobierno del ’83 al ’87».
«¿Por qué nunca fui candidato? Pensé que sería más útil desde un ámbito menos formal… Me gusta lo partidario, y hacer docencia sobre la doctrina peronista… Hoy acompaño la gestión de Mariano Fernández, con quien venimos militando juntos desde hace 24 años, siempre en la misma línea», completa.

 

«Un gran gobernador».

 

Oscar deja otra opinión: «Dije aún antes que (Sergio) Ziliotto fuera candidato que sería un gran gobernador. He compartido con él gestión partidaria y sé de su compromiso con el peronismo y con la gente y seguro con su gestión La Pampa pegará un salto de calidad en cuanto al desarrollo y el crecimiento… Sergio va a dejar su impronta en la provincia», opinó.
En lo nacional -aludiendo al macrismo- pide que «los responsables del desastre político, económico y social mejor se callen la boca».
En cuanto a Luciano Di Nápoli considera que «se diferenciará de lo anterior y con el apoyo que recibe de Provincia irá acomodando la ciudad. Igual creo que hace falta un poco más de humildad porque hay funcionarios que no entienden que deben tener contacto directo con el vecino», completa.
Vuelve sobre su familia y dice que «es muy unida y sólida, aunque yo no soy muy demostrativo, me cuesta demostrar mis sentimientos, me derrito por mis nietos y mis hijos. Estoy felizmente casado con Norma, y lo digo muy en serio… Tenemos dos hijos: Kevin que es abogado y funcionario judicial en General Acha y tiene un hijo varón; y Roy, licenciado en Turismo, que vive en Buenos Aires, y tiene con su esposa un nene y una nena», puntualiza.
Oscar Christensen. De cuerpo y alma…

 

«Me gusta la buena vida».

 

Una vez -hace bastante- en algún lado leí que Oscar Christensen se reivindicaba como sibarita… y aunque el término había sido expresado en forma más o menos peyorativa -como si serlo significara una falta-, él se hizo cargo: «Si quiere decir que me gusta la buena vida… sí, y lo sigo siendo», ratifica ahora.
Hay que explicar que la palabra refiere a una persona que tendría gustos inclinados al lujo. Y etimológicamente se remonta a la ciudad de Síbari (en la región de Cretona, Italia, hoy en ruinas), que fue una colonia griega en la que sus habitantes tenían un alto estándar de vida.
Oscar confiesa que sí, que le gusta comer bien, los vinos buenos, y también que es amante de «la buena música. Y sí… lo soy, pero conozco muchos que no lo dicen», se ríe ahora. Porque lo cierto es que en su momento fue un modo de atacarlo y le ocasionaba «mucha bronca».
«Pasa que por mi cercanía con Marín me pegaban… como esa vez que publicaron que Rubén me dio una plata para pagar una deuda mía en la AFIP, o algo así… y eran mentiras. Como tantas otras», completa.

 

«Nada que ver con Matzkin».

 

También desmiente haber tenido vinculación con una red de canales de tevé por cable que habría tenido la familia Matzkin al sur de Córdoba y San Luis. «Y lo cierto es que nada que ver… Es más, con el ‘Toto’ nunca coincidimos demasiado, aunque los dos éramos de Convergencia. Y agrego: sí les vendí mi radio, pero al tiempito me llamó Miguel Loggia para hacerme una nota y al otro día lo hizo de nuevo para avisarme que los nuevos dueños no querían que saliera al aire… Así que nada que ver», ratifica.
Igual algo «fantasma» sos, le digo para pincharlo. «No, soy como soy… otros a lo mejor son iguales y no lo muestran», contesta.

 

El impactante auto amarillo.

 

Recuerdo que allá por 1998 el Ruso se compró un impactante auto coupé Megane color… amarillo. Imposible no verlo, era único. Pues bien: me invitó a cenar (otra vez pagué yo) y cuando terminamos -era una noche muy cálida- pasamos por el centro que estaba atestado de gente. Dimos una vuelta y vimos que en La Recova había mesas ocupadas de los dos lados en las veredas… todos miraban el auto y Oscar parecía muy satisfecho… En un momento, sobre Yrigoyen vio un hueco para estacionar… «No vas a parar aquí…», le dije pudoroso ante tantos ojos que nos miraban. «Por supuesto…», no dudó. Nos bajamos casi en una mesa ocupada, con todos observándonos… yo un poco avergonzado, Oscar orondo y sacando pecho: «El auto es mío, lo pagué y nada tienen para decir», me murmuró por lo bajo.

 

El día que pareció un prócer.

 

Una más. Cuentan que el 5 de marzo de 1976 se casó con Norma Martínez por Civil, y al día siguiente en la Catedral fue la ceremonia religiosa… «Fue una boda concurrida porque se corrió la bola de que nos vestíamos raros… no fue tan así: yo usé un esmoquin celeste y una capa bordó (¡¡!), y Norma un vestido blanco muy lindo», se acuerda.
Dicen muchos que lo vieron que Oscar -con una camisa de shavuot, con pliegues y volados en el pecho- esa noche estaba muy parecido al General Manuel Belgrano.
Se ríe al recordarle su parecido de aquel día con los próceres de los albores de la patria…
«Lo cierto es que nos fuimos de viaje y cuando volvimos estaba a las puertas el golpe de Estado más sangriento de la historia argentina, el 24 de marzo de 1976. Después vinieron días muy tristes», agrega.
El Ruso afirma que tiene «dos grandes pasiones que trato de administrar: mi fanatismo por River Plate y mi absoluto peronismo… después de mi familia claro», concluye.

 

El record que no fue.

 

Al Ruso un día se le ocurrió que quería aparecer en el libro de los record Guinness: «Sí, le dije a Miguel, uno de los dueños de Kascote, que quería hacer récord de permanencia en la cabina pasando música, y lo convencí… Un miércoles a las 8 de la mañana arranqué… estábamos con Norma que ya era mi novia, un mozo del boliche, el doctor Véliz que controlaba mi salud, el escribano Maraschio y mis grandes amigos Beto Leguizamón y Osvaldo Rivas», rememora.
A las 2 de la tarde el lugar estaba repleto de pibes de las secundarias que se hacían «la rata». Se sabía porque LA ARENA y La Capital habían publicado sobre el evento.
Le gusta volver a aquello: «Fueron cuatro días extraordinarios, con la juventud llenando el boliche con alegría y expectativas de poner a Santa Rosa en las noticias del mundo. Pero el sábado a la tarde cometí el error de poner rock and rooll y me puse a bailar… me cansé mucho y al llegar la noche estaba agotado, hasta que me desmayé. Tenía 150 pulsaciones y el médico dijo no va más… Me faltaron sólo 5 horas para batir el récord internacional… pero me quedó aquello para siempre…», sonríe con nostalgia.

 

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