Lunes 22 de abril 2024

Cuando el destino nos va llevando

Redacción 20/11/2022 - 00.07.hs

Eran chiquilinas y lustraban los botines del fútbol de Belgrano. Luego otro deporte direccionó sus vidas, se recibieron de profes y ahora una vive en Santa Teresita, y la otra está afincada en España.

 

MARIO VEGA

 

Emigrar es, se me ocurre, una determinación que no todos nos animamos a afrontar. Algunos por la firme convicción que nos permite decir que nunca dejaríamos nuestro terruño _y ni siquiera nos lo planteamos_; otros no se han ido porque quizás no tuvieron la oportunidad... Pero sí, emigrar es una decisión enorme, y no para cualquiera.

 

Cuando alguien se va hacia algún lugar es probable que no lo haga pensando en que puede fracasar, aunque pudiera suceder. En todo caso supongo lo hará ilusionado que le irá de la mejor manera.

 

En estos tiempos sabemos de cientos de casos de amigos/as y conocidos que un día decidieron que se iban. Que emigraban buscando nuevos horizontes, pretendiendo tal vez mejores perspectivas; o sólo por el deseo de hacer una experiencia, algo distinto que le pusiera un sabor especial a sus vidas.

 

Aquí, de este lado, nos quedamos muchos que somos familiares, o quizás amigos, con esas ausencias que a veces duelen en el alma tratando de entender por qué se fueron…

 

Las Otermín.

 

Y a lo mejor la explicación es más simple que los interrogantes que nos hacemos. Porque en la era de las comunicaciones, de la posibilidad del contacto directo, de la instantaneidad para hablar e incluso vernos con quienes están del otro lado del mundo, el tema de la distancia y la nostalgia podrían aparecer como una nadería para una mente práctica.

 

Las hermanas Nora y Liliana Otermín _deportistas hasta la médula si las hay-, tenían por lo menos hasta su adolescencia su vida en Santa Rosa. Hijas del matrimonio que conformaban Osvaldo Otermín y Leonor Urban, las chicas se dedicaron plenamente a diversas disciplinas, aunque finalmente el sóftbol las atraparía para siempre.

 

Del cesto al sóftbol.

 

Así las conocí, después que Mario Toldo _jugador en esos tiempos_, en medio de un torneo argentino masculino de sóftbol en el Estadio Municipal, invitara a un grupo de pibas que estaba entre el público a sumarse a un incipiente equipo femenino. Y aparecieron todas juntas: ¡Un plantel completo de cestobol!: Nora y Liliana Otermín, Dina Brunello, Sonia Bidegain, Flavia González, las hermanas Gabriela y Verónica de La Sota, Mónica Iparraguirre, Marcela Chapalcaz y Soraya Cabral; que se sumaron a las históricas Rosa Mata, Mari Acevedo y Patricia Ustares; más Adriana Fernández, Mónica Carabajal, Lorena Regis Y Laura Muñoz, entre otras pibas que fueron llegando. Muchas de ellas lamentan aún haber dejado “en banda” a la querida Zoraida Parada -histórica de la pelota al cesto-, que era su entrenadora. Aunque no se arrepintieron del camino que habían elegido.

 

Campeonas argentinas.

 

Y por cierto hicieron un gran equipo de sóftbol, respetado en todos lados y que incluso ganó un campeonato argentino (entrenado por Héctor Esquisatti), catapultando a varias de ellas al Seleccionado Nacional.

 

Precisamente las Otermín fueron las que más vistieron la casaca argentina, aunque un poco más Liliana. Y así disputaron torneos sudamericanos, panamericanos e incluso mundiales defendiendo los colores celeste y blanco, algo que las enorgullece cada vez que lo recuerdan.

 

A estudiar a Buenos Aires.

 

Pero las Otermín, que de ellas hablamos, con poco tiempo de diferencia se trasladaron a Buenos Aires a estudiar Educación Física en el “Romero Brest”, que funcionaba en las instalaciones del Cenard (Centro de Alto Rendimiento Deportivo). Y ya entonces, aunque volvían periódicamente, se fueron adaptando a la gran ciudad, y de tal modo que no regresarían a residir aquí. No obstante esa situación, en muchas oportunidades integraron equipos pampeanos en torneos de orden nacional.

 

Pero se fueron… y sus visitas a Santa Rosa se fueron tornando más esporádicas. Hicieron sus vidas en otros sitios, aunque queden por aquí sus más gratos recuerdos.

 

La vida de Nora.

 

Hoy Norita reside en Santa Teresita, partido de la Costa; y antes lo hizo en Miramar durante cinco años.

 

El fin de semana anterior me reencontré con ambas, porque fueron a Buenos Aires a participar del Torneo de las Eternas que reúne a las glorias del sóftbol femenino del país; y del que también participó una de mis hijas, Celeste. Y por supuesto mate de por medio llegaron las evocaciones de tantos momentos compartidos.

 

Y cuenta ahora Nora: “Nací en Colonia Barón. Mi papá estaba jugando al fútbol en el Club Cultura Integral y ahí conoció a mi mamá. Cuando tenía un año mi papá pasó a jugar a General Belgrano y ahí nos mudamos a Santa Rosa; y a los pocos meses nació Liliana. Tengo otra hermana por parte de mi mamá que se llama Alina, que ahora está viviendo en General Pico, con la cual nos llevamos muy bien y estamos siempre en contacto”.

 

“Mi profesión me llena el alma”.

 

Nora está casada con Daniel Colosimo, comerciante: “Estamos juntos desde el 2000, y tenemos a Agustín, le dicen ‘Colo’, tiene 17 años y está en 5to año de la secundaria, y por ahora no sabe qué carrera va a seguir”.

 

Nora y Liliana hicieron primaria en la Escuela Provincial 401, lo que ahora es la Escuela N°6, y el secundario en el Normal. “Tenía la idea de estudiar Educación Física, pensando en darle a mis viejos un título que uno suponía más importante como el de médica o abogada. Pero hubo dos cosas que me decidieron: comencé a jugar sóftbol y fuimos a jugar a Buenos Aires… nos alojamos en el Cenard donde funcionaba el profesorado. Me pareció un lugar maravilloso, lleno de deportes por todos lados; el club Ciudad ahí cerquita: otro lugar alucinante... y entonces pensaba que sería genial estudiar en el Cenard y jugar sóftbol en el Club Ciudad, todo ahí cerquita en el barrio de Nuñez. Lo segundo fue que me hice el Test de Orientación Vocacional, con una psicóloga que daba clases en el colegio Normal y que brindaba ese servicio a los alumnos de 5to año. Ella me dijo 'ni lo dudes'. Y la verdad es una profesión que amo, que volvería a elegir sin dudarlo ni un segundo. Ahora que estoy cerca de la jubilación me doy cuenta que educar a través del juego, del deporte, del movimiento es sencillamente maravilloso: me divierte, me gusta, me llena el alma...", concluye Nora.

 

Vivían en el Club Belgrano.

 

Las dos recuerdan que mientras su padre jugaba al fútbol, la familia vivía "en una humilde casita que estaba dentro del club. Mi mamá lavaba la ropa de los jugadores y nosotras le ayudábamos a lustrar los botines. Yo tenía 4 años y sabía a qué jugador pertenecía cada par y cuál era el número de camiseta de cada uno. Les preparábamos todo en una bolsita de tela: ‘El Sapo’ Argañaraz, Luisito Cora, Orfel Blanc, Julio Ibarra... son algunos de los que hoy recuerdo. Ahí comenzó el vínculo con el deporte... hacíamos atletismo a modo de juego con Dardo Pacheco, un gran profe que a mitad del entrenamiento nos dejaba ir a ver 'Meteoro' en la tele y después volvíamos a entrenar. Hablo en plural porque siempre iba con mi hermana Liliana, con la que nos llevamos apenas 1 año y 2 meses; e hicimos casi todo juntas. Y era una ventaja: en cualquier grupo que entrábamos, de movida ya éramos dos, siempre compinches y muy unidas".

 

A la Victorio Pesce.

 

Ya en la primaria se mudaron a la casa propia, en Colonia Escalante, en la calle Victorio Pesce. “En ese tiempo empezamos con pelota al cesto en Belgrano de la mano de otra grande, Zoraida Parada. Teníamos una asidua competencia, tanto local como provincial y estando en la categoría Mini viajé a Necochea a un Nacional representando a La Pampa. Con este deporte formamos un grupo un poco especial: éramos muy distintas pero super unidas… una tarde de aburrimiento dijimos: qué podemos hacer. Y Marcela Chapalcaz, que tenía un vínculo por su familia dijo que estaban jugando un campeonato argentino de sóftbol en el Estadio Municipal. Y allí fuimos en barra", rememora.

 

Y sigue: "Fuimos todas, y aunque no entendíamos nada de ese juego tan raro nos súper divertimos en las tribunas alentando al equipo de La Pampa con nuestros cantitos de pelota al cesto. Llamamos la atención porque nadie gritaba y

 

nosotras parecíamos unas locas. Ahí nos invitaron a jugar y a la semana siguiente ya estábamos entrenando: cesto y sóftbol, corriendo desde la canchita frente a la plazita Tomás Mason al Club Belgrano. De a poco fuimos dejando el cesto para dedicarnos a ese deporte raro".

 

Lo que vino.

 

Nora se retrotrae a aquel tiempo que tiene siempre bien presente, aunque volver y radicarse aquí sea hoy una utopía. Las remembranzas revolotean su mente porque aquellos fueron momentos inolvidables… “Nuestros padres eran bastante estrictos en cuanto a las salidas, y no éramos de salir mucho. Nuestra vida social giraba en torno al deporte, encontrarnos después de los entrenamientos, de los partidos, los viajes… Eso fue en los años ‘85 y ‘86; y en el ‘87 me fui a estudiar a Buenos Aires, y ya con un contacto con el club Ciudad de Buenos Aires. Para mí era tocar el cielo con las manos”, reconoce.

 

No obstante aclara que “Buenos Aires nunca me gustó demasiado para vivir. Siempre pensé en terminar el profesorado y volver a La Pampa, pensando en ejercer mi profesión en alguna escuela rural del Oeste pampeano, que me hubiera encantado”.

 

Si bien venía seguido a visitar a sus padres, hubo circunstancias que la fueron impulsando a quedarse, hasta que llegó el tiempo en que ya no se le cruzaba volver: “Conseguí más trabajo y ya me quedé. A veces me pregunto qué hubiera sido de mi vida si hubiera vuelto. Y claro, nunca lo sabré”, reflexiona.

 

Cerca del mar.

 

Después con Daniel formaron una familia, y durante cinco años se radicaron en Miramar; y ahora desde hace un tiempito están en Santa Teresita, en el Partido de la Costa. El mar siempre me tiró, y estamos bien”, completa.

 

Por supuesto cada tanto la asaltan los recuerdos: “En Santa Rosa tenemos todavía nuestra casa, aunque ya no están mis viejos… Y quedan amigos, compañeros de la primaria, y se da siempre algún festejo con el grupo de secundaria con lo que los fines de año nos juntamos… Y mis tíos y primos, y mi amiga del alma La Rusa Muñoz… ¿Ahora? No sé si volvería, es más difícil. Pero todo lo que es mi ciudad y mi gente están en en mi corazón… porque ahí comenzó todo”, y le tiembla el tono de la voz a Norita.

 

Liliana en España.

 

De Villa del Busto al mundo, podría decirse de Liliana. Es de las dos la más resuelta en eso de tomar sus petates y partir. A veces hemos reflexionado juntos acerca de lo que el sóftbol --nuestro deporte- produjo en su vida. Porque pasó de entrenar en ese baldío -que no era más que eso la canchita que llamábamos pretenciosamente el “Jonron” de Villa del Busto (allí se levanta hoy el colegio Ciudad de Santa Rosa)-, a presentarse en escenarios soñados del sóftbol mundial, incluyendo Estados Unidos, Canadá (sendos campeonatos mundiales), Holanda, Praga, obviamente España (Barcelona y Madrid) y otros de diversos países. Si, bien distinto a esos primeros tiempos, claro.

 

Se puede decir que tuvieron una vida en paralelo con su hermana Nora, con un pasar de deportista nacida en el Club Belgrano, hasta también irse a estudiar Educación Física. “Amo el deporte y, además de la excelente educación que me dieron mis padres, creo que me ayudó a formarme como persona con los valores que se aprenden a través de su práctica”.

 

Liliana, la atleta.

 

Y cuenta Liliana: “Mi gen deportivo tiene que ver con el Club Belgrano. Con Dardo Pacheco practicaba atletismo, que aún sigo haciendo porque siempre me gustaron las carreras de calle. Mi próxima maratón, que será la última, es en Valencia el 4 de diciembre, y ahí me retiro de esa distancia”, cuenta

 

Se graduó como profe en el “Romero Brest”. “Ahí pasé muchas horas, estudiando, entrenando y viviendo... era un ambiente muy lindo, con todos deportistas; pero cuando llegaba el finde y los del interior se iban a casa se volvía un lugar triste, donde atravesar las pistas para ir al comedor a desayunar era un camino de soledad absoluta”.

 

En Praga.

 

Tuvo experiencias hermosas, que valora de gran manera. Y no es para menos: “En el ‘98 tuve la gran suerte de que me ofrecieran jugar en la República Checa, y me decidí en 30 segundos. No entendía que se juegue sóftbol en Praga… y resulta que es una de las tres grandes potencias europeas… Fue una de las mejores cosas que me pasaron, aunque no siempre fue fácil. Siempre intento sacar provecho de todo aquello que me ofrece la vida, y así conocí muchos países europeos, y tuve la suerte de vivir el mundial de fútbol de 1998 en Francia. A mi vuelta a Buenos Aires seguí con mi labor docente; pero un día de madrugada sonó el teléfono y me invitaban a jugar a un club de Valencia… por supuesto acepté. Sobre todo porque todavía no había podido conocer suficientemente España… Y acá estoy. Llevo ya 22 años y vaya si conozco ahora… puede que conozca pueblos que más de un español no debe saber que existen… Jugar la Liga Nacional División de Honor, hace que cada fin de semana viajemos a un destino distinto”, explica.

 

Yendo y viniendo.

 

Alguna vez se dio el gusto de compartir el verano europeo y el nuestro alternadamente. “Iba a Valencia y volvía”, hasta que el destino la ancló en España. Conoció al padre de sus hijas y se trasladó a Madrid, y una vez que nacieron Martina y Malena no quedaron demasiadas opciones. “No me fui pensando que no iba a volver, pero pasaron cosas”, dice con una enorme sonrisa.

 

De todos modos está convencida. “Creo que no voy a terminar en Madrid, pero creo que tampoco en Argentina. No pienso en volver para vivir, entre otras cosas porque en Rivas (municipio ubicado a 17 kilómetros de la capital) mis hijas pueden ir y venir caminando, a sus entrenamientos y al Instituto donde estudian, No obstante estoy casi segura que alguna vez me iré a un lugar con mar y donde haga calor… porque en Madrid a veces sí que hace frio”, admite.

 

El reto que viene.

 

Con respecto al sóftbol puede decir que “el legado continúa. Mis dos hijas también juegan, y Malena con 17 años ya lleva 3 campeonatos europeos...la pequeña Martina va por el mismo camino. Juegan en el equipo campeón de España y este año estaremos más cerca , porque seré la encargada de la preparación física… Otro reto, porque obvio que es lo que menos gusta”, señala.

 

Muy afortunada.

 

En el final Lili expresa sentirse “tremendamente afortunada: por la gente que está a mi lado, mis amigos, mis compañeras, y porque ayudo para que sea así. Cuando jugué mi primer mundial pensaba que era el sueño del pibe: sóftbol, mundial y en EEUU. Pero siempre puse lo mío: compromiso, dedicación y esfuerzo que fueron muchos; y dejando de lado cosas ‘normales’ de la adolescencia, que preferí vivirlas de otra manera, volcada cien por ciento a los entrenamientos y a todo lo que tuviera que ver con el deporte”.

 

Su objetivo, afirma, es “seguir transmitiendo esa pasión, inculcar que el que quiera puede llegar”. Ah! Por si faltaba algo: está contactada para la posibilidad de ir a transmitir sus conocimientos en Kenia… Y si es posible, sumarse a alguna cruzada humanitaria en el continente africano.

 

Porque Liliana es así…

 

Lejos, pero cerca.

 

Su última visita a Santa Rosa fue para despedirse de su padre. “Esa vez pude saludar a mucha gente querida… visité los colegios a los que concurrí, y tuve sensaciones lindas pero raras a la vez. Porque por supuesto extraño, como se extraña lo conocido,la gente que creció a mi lado, personas con las que aún mantenemos contacto. Pero a veces me siento distante, porque se suelen juntar y una siempre está lejos”.

 

Rememora que “a Santa Rosa regresé alguna vez a correr ‘A Pampa Traviesa’… y dos o tres veces más, y siempre tratando de ver a casi todos… En su momento con Buenos Aires los encuentros eran más seguidos, porque antes mi familia estaba allí. Pero ahora ni eso…”, se resigna.

 

La historia de Nora y Liliana, la historia de dos “pibas” de por aquí nomás que el destino llevó para otros lados. Una más de tantas personas que un día se fueron pero no pueden olvidar su tierra. Nora en el país, pero bastante lejos de La Pampa… Liliana en España, pero aferrada fuertemente y como puede a sus orígenes y sus vivencias por aquí. Si hasta confiesa emocionarse cuando les dice a sus hijas -españolas ambas-, “miren que linda que es…”, mientras observan el pabellón celeste y blanco flameando en algún mástil de Madrid.

 

Una gala muy especial.

 

Hace unos días nomás en Capital Federal se organizó un singular torneo femenino de sóftbol, que fue denominado la “Gala de las Eternas”. Una suerte de reconocimiento a muchas de las que han sido nuestras mejores jugadoras en el país, y allí por supuesto estuvieron “Las Otermín”.

 

Nora llegada desde la costa donde vive, y Liliana haciendo más de 10 mil kilómetros cruzando el Atlántico para decir presente.

 

Fueron sólo dos días, pero no lo dudaron. “Cuando puedo me escapo y voy a Argentina, y ahora no podía faltar… y por cierto lo disfruté mucho, me gusta estar en el terreno de juego con mi hermana, con la que hemos compartido muchas cosas… el deporte, nuestras profesiones, pero invariablemente con el deporte como parte esencial de nuestras vidas. Y siempre voy a regresar para cosas así, aunque sea para jugar un campeonato en dos días, porque me gusta ver a mis amigas, a mi gente… Y sí que se extraña, y por eso volveré todo el tiempo a verlos”, promete.

 

En ese torneo, cabe decir, también participó la santarroseña Celeste Vega, cuyo equipo (la base fue una selección juvenil que jugó el Mundial de China hace 20 años) se impuso y le ganó a los otros cinco que tomaron parte.

 

Fue un volver a vivir que, según se anticipó, se reiterará todos los años, para reencontrarse y ser felices en un campo de juego, más allá de antiguas rivalidades. Y Nora y Liliana, por si acaso, ya se anotan para la próxima fiesta… ¡Mirá que no!

 

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