Domingo 19 de octubre 2025

El sueño de terminar la escuela, sin importar la edad

Redacción 19/10/2025 - 00.07.hs

“Mi sueño era llevar la bandera argentina”, afirmó María Victoria Velázquez. Ese era su objetivo para terminar la primaria y la secundaria. Portar el símbolo de nuestro país tiene un significado muy profundo porque da cuenta del orgullo por la identidad nacional, y en la escuela representa el esfuerzo por el desempeño académico, aunque en la actualidad existe cierta discusión de si sólo la deben llevar las y los estudiantes con mayor promedio o todo el estudiantado porque es un derecho.

 

Terminar la primaria y la secundaria siendo adulto o adulta tiene una importancia aún mayor, porque no solo implica jurar o portar la bandera, sino también obtener el certificado que, durante años, fue una deuda. Implica aprender a sacar cuentas, aprender a leer, obtener autonomía en la vida cotidiana y pensar en un futuro distinto, con otro trabajo para llevar estabilidad a la familia o la oportunidad de estudiar en la universidad la carrera de sus sueños.

 

Esas son las puertas que abre la modalidad de Educación Permanente para Jóvenes y Adultos (EPJA). La Escuela para Adultos Nº 1 (que funciona de forma presencial en el Colegio República, de Santa Rosa) es la más grande de la provincia porque cuenta con una matrícula de 641 estudiantes distribuidos en distintas extensiones aúlicas ubicadas en La Adela, Winifreda, Catriló, Lonquimay, Anguil, Uriburu y, dentro de Santa Rosa, en la Escuela Los Hornos, Escuela 255, en el edificio de la CGT, en la Escuela 219 y San José Obrero “Fundalhum”. En las comisarías, las y los docentes también acompañan las trayectorias de personas privadas de la libertad.

 

Compromiso.

 

“Nuestro objetivo es llegar a la mayor cantidad de lugares y cada vez que se nos ha propuesto asociar a un docente para acompañar trayectorias en alguno de los pueblos o dentro de la ciudad, siempre hemos dicho que sí”, expresó la directora de la institución, Valeria March, una docente apasionada por la modalidad que se jubilará muy pronto, en marzo del año que viene.

 

Como dijo la directora, de esos 641 estudiantes habrá muchos egresados, otros que retomarán los estudios y estarán quienes necesitan ser motivados porque han interrumpido la trayectoria algunos meses. “Sabemos que quieren terminar, que es una necesidad que tienen, pero a veces les está costando muchísimo hacerlo”, sostuvo.

 

Este año egresaron, nada más ni nada menos, que 71 personas. Y la modalidad es tan flexible que los adultos se pueden anotar para iniciar los estudios en cualquier momento del año y lo mismo sucede con los egresos. “Es la modalidad más linda”, aseguró March y reconoció que “es la última oportunidad que tienen las personas para finalizar una etapa educativa que la requieren para trabajos, para seguir otros estudios…”.

 

“Cuando se lo proponen, lo logran”, afirmó la directora. Pareciera que retomar después de tantos años es imposible, que los contenidos son difíciles, que la edad para aprender ya pasó, que solo van adolescentes a la modalidad. Pero todos esos mitos se caen cuando las personas se cruzan con las y los docentes de la escuela porque el compromiso no es solo de quienes aprenden sino también de quienes enseñan con mucha paciencia y tiempo.

 

Historias.

 

Las historias que suceden dentro de la modalidad son tan distintas como cantidad de estudiantes hay en las escuelas y extensiones. Valeria propuso, a través de LA ARENA, que la ciudadanía conozca cinco historias bien variadas. Una de ellas sucede en la extensión áulica de la escuela 255, tres estudian de forma presencial en la Escuela para Adultos Nº1 y la última en “Fundalhum”.

 

Arrancamos por la última historia. La protagonista es María Victoria Velázquez, tiene 62 años. Algunos le dicen María, otros Victoria. La profesora que la acompañó es María Evangelina Hermann. María Victorica asistía a la fundación de Mario La Torre y una señora que trabajaba en el comedor le insistió para que termine la primaria. “Se había puesto cargosa”, dijo la entrevistada entre risas.

 

“Me anoté y el primer día le dije a la señorita que no me exija mucho en Matemáticas porque no andaba bien. El primer mes me dio con todo. Aprendí las tablas, divisiones y me saqué un 10”, dijo orgullosa, aunque reconoció que le cuesta Lengua y le fascina Historia. “En la escuela aprendí a leer, sobre historia, a sacar cuentas para manejar mi jubilación porque antes me costaba mucho y a tener contacto con la gente. Me costaba expresarme, era media tímida y ahora me tienen que poner un broche en la boca”, sostuvo.

 

Terminó la primaria y automáticamente inició la secundaria, en total le llevó cuatro años. Próximamente recibirá su tan esperado título. “Yo aconsejo a muchas personas que aprendan”, afirmó y contó que ahora se está capacitando en computación. Justamente esta semana instaló internet en su casa para usar el celular que se compró hace poco.

 

Como tantas personas, María Victoria dejó la primaria en cuarto grado por distintos problemas. “Nosotros vivíamos en un campo de Quehué e íbamos a la escuela cada tanto. Mi ilusión era llegar a tener algo y mi sueño era llevar la bandera argentina”, expresó la mujer. Los sueños se cumplen y ella pudo portar la bandera en un acto de fin de año, aunque justo ese día se le rompió el taco del zapato que llevaba y gracias a la ayuda del “roperito” de Fundalhum consiguió unas sandalias para estar bien pituca durante el acto.

 

Ahora María Victorica quiere escribir un libro de frases y continuar con su emprendimiento de costura. “En Fundalhum, durante dos años, aprendí corte y confección y paso horas tejiendo, haciendo alcolchados, siempre estoy haciendo algo y me gusta”, comentó.

 

Una deuda.

 

María Laura Toffoni tiene 49 años y, gracias a la motivación de una amiga, este año termina la secundaria en la Escuela para Adultos Nº 1. En su momento debió hacerse cargo de la casa cuando su mamá tuvo un problema de salud. “Salí a trabajar y cuando retomé en 2018 me diagnosticaron cáncer y tuve que dejar. Me fui a Buenos Aires durante dos años para hacer el tratamiento y cuando terminé decidí anotarme en la escuela porque siempre quise hacer una carrera universitaria. El año que viene voy a estudiar Esterilización”, explicó.

 

Ella dijo que tuvo “mucho miedo” cuando retomó las clases. ¿Miedo a qué? “A con lo que me iba a encontrar, yo me consideraba una persona grande, no sabía si iba a entender los contenidos. Durante un tiempo llegué temblando al aula”, expresó. Como a muchos, matemática le cuesta y le gusta historia. “Hay muchas cosas que pasaron que yo no sabía, es interesante”, afirmó.

 

Y llevar la bandera también fue “muy emocionante” para ella. “Siempre soñé con ser abanderada y lo logré”, dijo orgullosa.

 

Para un futuro mejor.

 

Nicolás Schiebelbein decidió dejar la escuela cuando era adolescente (hoy tiene 29), pero así como quiso abandonar, se dio cuenta que la mejor elección era volver. “Siempre trabajé de chico, tenía mi plata y a los 15 años me fui de mi casa. Hasta ahora nunca me faltó trabajo, pero esto es una oportunidad para mejorar laboralmente”, reconoció el joven y agregó: “Es terminar algo que me quedó pendiente y quizás más adelante me gustaría estudiar algo, aunque no lo tengo definido”.

 

Para muchos, no tener el secundario es una barrera. Nicolás contó que es monotributista en su trabajo, pero que no lo pueden formalizar porque no terminó el secundario. “Tengo una familia, dos hijos y se me complica con el sueldo. Quiero estabilidad y quizás esto me ayuda un poco”, manifestó. En su caso, solo le quedaban 17 materias porque desde la escuela le reconocieron las equivalencias.

 

Legado.

 

Graciela Ofelia Fernández tiene 64 años y su gran compañera es su bisnieta Juana de cuatro años. Ella está cursando el Reconocimiento y Acreditación de Saberes (RAS) y llegó acompañada de su profesora Elizabeth Cano, quien contó que la estudiante de la extensión áulica de la escuela 255 “está alfabetizada” pero debe acreditar los saberes completando tres módulos.

 

“Ella tiene dominio de la lectura, el cálculo. Fue aprendiendo con la vida, pero no tiene el papel. El RAS es otra opción que ofrece esta hermosa la modalidad para que el adulto pueda realizarse. Los adultos piensan que cuando se enfrentan a la escuela no saben nada, pero traen toda una experiencia de la vida en la cual hay que ponerle un nombre”, desarrolló la docente.

 

Graciela es de Salliqueló, llegó a los siete años a Santa Rosa y debió dejar la primaria. La vida le enseñó los saberes que hoy debe acreditar. Es madre de siete hijos y hasta tiene una bisnieta, Juana, quien va al jardín en el mismo predio que ella.

 

“Sentía que me quedaba algo pendiente, y lo pendiente era el estudio, aprender más, saber. Lo que impide estudiar no es la edad, son las ganas de uno”, sostuvo y aseguró que la experiencia de jurar la bandera “es muy emocionante, me la imaginé cuando era chica”. Cuando termine la primaria, Graciela continuará con la secundaria y el objetivo final es ser abogada. “Es para dejarle un legado a ellos”, dijo y miró a su bisnieta con emoción.

 

También estaba Simón Vilches, quien se sumó hace poquito a la escuela porque estaba esperando cumplir los 18. En diálogo con este diario, reconoció que hay otra forma de aprender y que la modalidad para adultos es la ideal.

 

Para cerrar la entrevista, la directora Victoria March destacó al equipo de gestión que también lo compone Marina Copelotti y Agustín Fernández Clement. “Trabajar en un ambiente donde la empatía está presente, donde todos colaboran para que las cosas salgan mejor, no es poca cosa”, completó.

 

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