Miércoles 10 de septiembre 2025

"El Vasco": hombre forjado en la cultura del trabajo

Redacción 14/07/2024 - 00.29.hs

Hay personas que hacen de sus vidas un culto al trabajo y el compromiso. El Vasco realizó tareas rurales, fue tambero, hachero y también albañil. Hace muchos años vende repuestos y soluciona problemas.

 

MARIO VEGA

 

Hacía frío… era domingo por la mañana y el hombre se empecinaba en clavar el mástil de un banderín en una hendija abierta sobre la vereda de baldosas. Pocos autos y menos gente circulaba en esas horas por la habitualmente movida Avenida Uruguay.

 

Pero allí estaba esta persona, trabajando para terminar de “armar” el local que en pocas horas se transformaría en el nuevo asentamiento de “Repuestos El Vasco”.

 

Héctor Mario Domínguez (72), que es precisamente “El Vasco” para todos, tiene una fisonomía inconfundible… el cabello ralo, el rostro signado por algunas marcas que naturalmente el tiempo va dejando, y además el detalle que lo distingue… esos bigotes ahora blanquecinos que le bajan hacia el mentón.

 

Es sumamente conocido en la ciudad, sobre todo porque está dedicado al comercio desde que era poco más que un chico… Atendió la casa de venta de repuestos --una de los más antiguas y reputadas-- durante décadas. Allí los mecánicos de la zona, o cualquiera que necesite comprar para reemplazar una pieza de un automotor, encontrarán lo que necesitan.

 

Los mostachos.

 

Y por cierto hay una cuestión que hace que su apariencia resulte particularmente identificable. Cualquiera que ande un poco por la ciudad, habrá visto alguna vez --yendo por la calle Villegas hacia la Avenida Uruguay y su vértice con Autonomista--, un comercio que tenía en lo alto de su fachada un letrero con un boceto que representaba el rostro de este personaje. La cara y los mostachos del Vasco resultan entonces distintivos, porque transitando por allí uno casi que “se choca” con esa ángulo donde tuvo su negocio durante tanto tiempo.

 

El fondo de comercio.

 

Los que tienen algunos años deben tener presente que en esa misma esquina estaba al principio Casa Cufer, a la sazón, el antecedente inmediato de “El Vasco Repuestos”. Es que Domínguez compró, despues de varios años de desempeñarse como empleado, el fondo de comercio.

 

Hoy lleva nada menos que 60 años en el rubro, aunque algo ha cambiado en los últimos días. Al pasar por esa esquina de Avenida Uruguay, a escasos metros de la Escuela 74, se podrá advertir que está cerrado, y que el cartel de una inmobiliaria da cuenta que el inmueble se encuentra está en venta.

 

Cambio de ubicación.

 

Sucede que la sucesión de la familia Cufré ha decidido desprenderse de la propiedad y después de algún plazo que estiró la estadía de Domínguez en el lugar el Vasco tuvo que buscar un nuevo destino para el comercio.

 

Y lo encontró a pocos metros –escasa media cuadra (Avenida Uruguay 368)-- donde se mudó con sus estanterías y una gran cantidad de mercaderías para seguir en el rubro de venta de repuestos. La esquina quedó libre y no se ve gente entrar y salir como sucedió durante tantos años. Y llama la atención…

 

Un poco de pena.

 

Por eso aquel domingo –mientras ubicaba el banderín en la vereda--, estaba preparando todo lo necesario para la reapertura… “Sí, tal cual”, admite el Vasco sin dejar de reconocer que siente “cierta pena” por el cambio porque en la anterior ubicación estuvo “desde los 12 años… y ahora tengo 72”, comenta y baja la mirada quizás evocando la primera vez que llegó a Cufer para trabajar, en tiempos en que el comercio estaba ubicado en Yrigoyen y Moreno.

 

Familia numerosa.

 

En realidad conozco al protagonista incluso antes que eso sucediera. Porque los Domínguez –llegados del Oeste-- alguna vez vivieron a metros de mi casa paterna, en esa esquina que hoy es Jujuy y Catamarca (y que entonces se identificaba como calles 15 y 24). En una casita muy humilde moraba una familia numerosa, que integraban El Vasco y sus hermanos y algunos familiares más, que no eran otros que Julio Domínguez (El Bardino), Félix Domínguez Alcaraz, Tita Alcaraz, Terete Domínguez…

 

Es hijo de Tomás (que venido del Oeste fue primero policía y después trabajador de Vialidad Provincial y llegó a editar dos libros) y de Ramona Farfán. El matrimonio tuvo 11 hijos, de los que viven Mirta Gladys, Coco, Oscar (o “Jeringa”), y Bocha.

 

Vasco está casado con María Esther Ibarra. “Desde que yo tenía 19 años y ella 18”, indica; y tienen cuatro hijos varones: Héctor, Marcelo, Mario y Hugo; y luego vienen los nietos, Romina, Florencia, Valentina, Luzmila, Julieta, Mateo, Hugo. “Y también un bisnieto, Ciro”, precisa el hombre.

 

De muy pibe a trabajar.

 

“Como decía nací en Pichi Mahuida, y alguna vez estuvimos un tiempito en Emilio Mitre hasta que nos vinimos para Santa Rosa, cuando yo tenía 6 ó 7 años. Aquí fui primero a la Escuela 314, y terminé la primaria en la 5 de Toay. Como mamá falleció cuando yo era muy chico, y por eso fui a vivir en lo de mi tía Paula y Pedro Macedo… La verdad es que si a algo no le tengo miedo es al laburo. Porque cuando pasó lo de mamá a todos los hermanos que teníamos más de 8 años nos mandaron a trabajar… A mí me tocó en el campo: fui tambero, manejé una cosechadora, hice trabajo de quinta, haché leña, fui ladrillero… Hasta que entré en Cufer”, rememora.

 

En Casa Cufer.

 

Eso fue a partir de que su padre, “a través de un compañero de Vialidad, creo que era de apellido Belén, consiguió una tarjetita para que yo fuera a ver por un trabajo en Casa Cufer”, cuenta.

 

Lo que el pibe no sabía era que allí iba a pasar buena parte de su vida… El comercio era de Carlos Alberto Cufré, que fue su patrón varios años. “La verdad es que nunca tuve una buena relación con él”, afirma y no deja de llamarme la atención porque fue un empleado que se mantuvo por décadas. Hasta que en 2013 compró el fondo de comercio y pasó a ser el titular de la casa de repuestos.

 

“Encargado” a los12 años.

 

“Y bueno… así fueron las cosas”, acepta. Lo que también resultó sorpresivo –y fue una situación que lo obligó a “crecer” más rápido que lo que su edad indicaba-- es que a Cúfer “le agarró peritonitis. Estuvo dos meses internado, después tuvo una recaída y fueron otros dos meses, así que me hice cargo del negocio con sólo 12 o 13 años…”.

 

No obstante deja en claro, que aún cuando muy pronto el Vasco demostró su valía, nunca pudo llevarse bien con el patrón: “No podía faltar por nada del mundo, e incluso alguna vez que estuve enfermo descreía de los certificados médicos… no tuvo un buen trato conmigo”, recalcó.

 

Cambio de nombre.

 

Como quedó dicho el comercio fue en sus inicios Casa Cufer y luego de 49 años de desempeñarse allí quien era su empleado, Mario Héctor Domínguez, lo adquirió para pasar a llamarlo Repuestos El Vasco.

 

Ahora, ya instalado en el nuevo local, desde atrás del mostrador, el Vasco sigue diciendo: “Esto es gran parte de mi vida, porque aquí crecí y fui aprendiendo porque me gustaba mucho. Siempre he sido inquieto y curioso así que esto lo conozco muy bien”, expresa. Con el tiempo se fue especializando en frenos, embragues, hidráulicas, etc.”.

 

Alguna vez, cuando el comercio estaba en su anterior ubicación de Uruguay esquina Autonomista, solía jactarse de que si un cliente entraba a pedir un repuesto lo podía encontrar “con los ojos vendados”. Porque todo lo había armado él y conocía cada centímetro del lugar.

 

Todo un especialista.

 

Con el correr del tiempo El Vasco –observador y hábil para manejar herramientas-- se convirtió en especialista en lo que “es la parte hidráulica. Siempre fue mi fuerte, sobre todo con las máquinas grandes, y diría que fui el primero que empezó a hacer mangueras hidráulicas y también el único en hacer mangueras de aluminio de aire acondicionado”.

 

Pero además se especializó en cajas de dirección, cremalleras. “Sí, aprendí mucho, de los clientes y de los mecánicos, y pude darle solución a muchos problemas que me traían”, dice no sin orgullo, porque es verdaderamente un autodidacta. De esas personas que tienen la capacidad de aprender por su propia cuenta.

 

Siempre una solución.

 

Le ha tocado asistir a la transformación de la industria automotriz y al advenimiento de una gran cantidad de marcas y tecnologías. “Y, tuvimos que adaptarnos porque antes había cuatro marcas de autos y unos pocos modelos… hoy hay algunos que tienen hasta 14 modelos distintos, y cada cual requiere cosas diferentes. En mi caso fui un repuestero de tener un poco de todo, pero ahora es bastante complicado porque cada uno de los autos y modelos tiene un especialista. Pero acá seguimos trabajando bien, porque si hay algo que no está en stock enseguida lo conseguimos…”, sostiene convencido que el cliente siempre se irá con una solución.

 

Evoca que antes había pocos comercios de repuestos –Casa Decristófano, Aimar y Cufer entre las conocidas--, pero ahora son muchas más. “De mi época soy el único que queda... Eran buenos tiempos aquellos, porque había buena relación, y si por ejemplo un cliente te pedía una pieza y no la tenías llamabas a un colega y te lo daban. Pero los tiempos cambiaron mucho”, admite.

 

Esfuerzo propio.

 

Hoy trabaja con uno de sus hijos en la atención de la casa de repuestos, y ni por asomo aparece dispuesto a dejar de hacerlo. “Vengo todos los días, y lo hago sin que me cueste, porque lo disfruto. Vivo en Toay, en Balcarce 957, en una casita del barrio Epam… !Y no es que me la regalaron!. Trabajé mucho ahí, porque eran de esos planes EPAM (Esfuerzo Propio Ayuda Mutua), y a quienes éramos adjudicatarios nos tocaba poner el lomo... para hacer los cimientos, para tareas de albañilería… Me acuerdo como si fuera hoy cuando tuvimos que descargar 22 mil adobones que llegaron a la obra”, completa.

 

Siempre la familia.

 

El Vasco es un hombre sencillo y de costumbres austeras. De esa gente que tiene en la familia el centro de sus vidas. “Es que es así… nos juntamos todo el tiempo con mis hijos, nietos y bisnieto… Diría que soy un tipo simple, que me encanta ir al campo, andar a caballo… Pero también me gusta el fútbol y soy hincha de Ríver (como corresponde, me dan ganas de decirle)… Jugué en Guardia del Monte en las inferiores como arquero, y ahora me prendo en algún picadito con mis hijos, aunque ellos no quieren que juegue a esta edad”, casi les reprocha.

 

El ingenio, un don.

 

Lo que no puede negarse es que de esas personas que tienen algún don emparentado con el ingenio y la habilidad, sobre todo con las manos. Que, debo confesar, no es lo mío que lo único que puedo hacer es aporrear estas teclas como lo estoy haciendo ahora mismo. Pero Vasco no… Por eso no sólo lleva adelante las tareas artesanales relacionadas con su tarea de repuestero, sino que también dibuja y pinta… “Soy letrista y hago algunos dibujos. ¿Sabés que cuando iba a la Escuela 5 en Toay gané un concurso? Dibujé unos prismáticos… la obra se llamó’Prismáticos mágicos’. Pasaron muchos años pero creo que todavía está en la galería del colegio”, dice.

 

¿Una promesa?

 

¿Los bigotes? Obviamente hay en él una cuestión que llama la atención, y tiene que ver con esos bigotones que luce desde hace casi 50 años. “Desde que nació mi segundo hijo… alguien me dijo que me los dejara (¿una suerte de promesa?) y nunca más me los saqué…”. Sin dudas es un rasgo distintivo de su fisonomía, que él trasladó al cartel que el comercio lució a su entrada durante muchos años. Cartelería que, ahora, se trasladó apenas unos pocos metros hasta el nuevo local.

 

En modo positivo.

 

“Si me preguntás te digo que sí… que me da pena haber dejado ese lugar, pero no hubo arreglo y me tuve que ir. Un día vino un abogado y me informó que ya las hijas de Cufer no me iban a seguir alquilando… ¿Si hablé con ellas? No, nunca pude hacerlo. Sólo con el abogado”, reitera.

 

Pero acostumbrado al laburo, a hacerle frente a las dificultades, se puso en modo positivo y sigue en la huella. “Voy a trabajar todo el tiempo que pueda… me gusta y me hace bien”, afirma.

 

Lo que viene.

 

Y además continuará disfrutando de su familia… “No me puedo quejar, puede decir que soy feliz con mi familia, con mi esposa María Ester con la que hace casi 55 años estamos juntos. Siempre viví de mi trabajo y lo digo sin jactancia nunca tuve que pedirle nada a nadie… ¡De qué me voy a quejar!”, dice orgulloso.

 

Y allí, en ese espacio en el que pasó buena parte de la vida sigue en lo suyo. Entre repuestos, engranajes y mangueras el Vasco, el hombre de los bigotes, conversa con los clientes y les soluciona problemas… como hace 60 años. Eso sí, ahora en su nueva ubicación. Como antes… como siempre.

 

Té Pampa.

 

El Vasco expresa en un momento una cierta preocupación. “Pasa que en la vereda del local anterior hay una planta que quiero traer para aquí… pero me parece que no voy a poder”, dice.

 

Invita a ir hasta donde antes estaba el comercio, y allí se agacha y muestra un arbusto rastrero. Algo que para cualquiera podría ser insignificante, pero que él valora especialmente. “Mi padre (Tomás) sabía mucho de estos yuyos indios… a este lo llaman ‘Té Pampa’ y tiene propiedades que lo hacen muy útil. Se lo toma lo toma caliente y en ayunas, o se mastica la raiz y es un muy buen digestivo, y además en una época del año (julio-agosto) sirve como purificador de la sangre”, aporta.

 

Los repuestos y las estanterías ya los trasladó… ahora la preocupación es el Té Pampa que –sostiene el hombre-- tiene muchas propiedades curativas.

 

Seis décadas.

 

El Vasco detrás del mostrador, lugar en el que trabajó durante seis décadas. Es además un artesano de los repuestos, y solucionó el problema de infinidad de clientes.

 

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