Haciendo malabares por la vida
Llaman la atención… O por lo menos a algunos nos despiertan cierta curiosidad. Esa forma de vivir alejada de lo convencional, o al menos de lo más usual. Esto es con un trabajo más o menos estable, y/o con un sitio seguro y confortable para transcurrir las horas de cada día.
Los artistas callejeros –se nos ocurre- son seres libres, personas que se sienten de esa manera haciendo lo que más les gusta sin importarles demasiado qué digan u opinen de ellos los demás.
Van por la vida expresándose a su manera, haciendo suyo ese concepto de que cada cual nutre su alma trabajando de lo que le toca. Hay músicos, gente que hace danzas, magia, títeres, espectáculos circenses. Algunas personas de enorme talento, que no se someten a la rigurosidad de lo acostumbrado.
Los malabaristas, se habla de los buenos de verdad son verdaderos artistas de circo que llevan su arte a una esquina de cualquier ciudad. No es una actividad menor en el arte escénico como algunos pueden interpretar.
Están los que hacen elementales pases de destreza manipulando una pelota o tal vez algunas clavas. Pero hay otros que se destacan porque usan varios elementos a la vez. Tanto se paran sobre un banquillo y hacen girar una pelota en su cabeza, mientras un aro gira en torno a una de sus piernas, en tanto las clavas van dibujando piruetas en el aire… Eso todo junto. Sí, un verdadero arte lleno de habilidad y capacidad psicomotriz que los automovilistas pueden disfrutar por segundos mientras el semáforo pasa del rojo al verde.
¿Por qué lo hacen?, ¿qué los motiva a llevar esa vida nómade, yendo de ciudad en ciudad, y sin pensar más que en el presente? Siempre nos hemos preguntado por qué eligen esa forma de vivir.
Del Plan 5.000.
Días atrás nos encontramos en la esquina de Rivadavia y San Martín un muchacho que –sentado en un banquito- esperaba el momento de entrar a escena.
Facundo Farid Fuentes Ferreira (28), es un joven santarroseño que está en la ciudad pero sólo por algunos días para visitar a su madre. “Ella se llama Juana Ferreyra, y mi papá falleció cuando yo tenía 7 años. Soy hijo único por parte de mi madre, y son otros siete hermanos por parte de mi padre, pero no tengo trato con ellos”, precisa.
Facundo no tiene problemas para entablar un diálogo en esa tarde gris y fría.
Y sigue: “Mamá fue portera en la Escuela 258; y antes de venirnos a Santa Rosa estuvo en la Escuela Hogar de Chacharramendi. Ahora está jubilada, pero tiene un emprendimiento ‘Masas La Negrita’, que pueden seguir por Instagram”, pasa el aviso.
“Soy del Plan 5000, donde hice desde jardín hasta el terciario. ¿Si trabajé de otra cosa? ¡Claro que sí! Fui ayudante de albañil un par de años y lo hacía más que nada para pagar mis viajes a ver recitales, porque me encanta la música: el rock, el rock a full, y así he ido a ver La Renga más que nada. Me gusta ese movimiento, esa aglomeración de gente con esa pasión que es la música, que me parece que es la expresión más hermosa y un lenguaje universal; porque uno se puede ir al otro lado del mundo y si se canta un tango, o algo de folclore, alguien que no sepa nuestro idioma lo va a saber apreciar igual”.
Los inicios.
“En este ida y vuelta de la vida me di cuenta que podía hacer esto, y me decidí a entrar en este mundo del malabarismo callejero. Sí que ser albañil es muy duro, pero esto no es fácil. Tenés que estar atento, concentrado, tener en cuenta la gente que pasa, algunos en rojo” (lo dice cuando justo una moto pasó sin atender el semáforo).
Tenía 16 años cuando empezó. “El último año del terciario fuimos a un campamento de Educación Ambiental en San Rafael (Mendoza), y ahí conocí personas que sabían hacer malabares y me enseñaron un poco. Cuando volvimos empecé a cruzar chicos acá que hacían en las esquinas y con los que veía que eran más o menos sociable me acercaba, charlaba y me enseñaban un poco”.
Cuando supo manejar tres pelotitas y hacer algún que otro truco se fue de viaje. “Anduve por el norte del país Bolivia, Perú, Ecuador. Estaba ahí en Puerto López en 2016, cuando sucedió el terremoto que hizo un desastre. En la costa donde yo estaba no se sintió tanto, pero hizo su daño porque fue de 8.9 en la escala de Richter. en Puerto López afectó algunas casitas, pero en el epicentro se levantaban los autos, se abrieron las calles. Ahí fue que pegué la vuelta”.
La capacitación.
Para capacitarse participó de algunos encuentros de circo. “Estuve en convenciones y en encuentros de malabares donde nos encontramos personas así, que viajamos y compartimos nuestros saberes, hacemos nuestro propio aprendizaje y casi podría decirse que somos autodidactas”.
Reconoce que hoy las redes, Internet, permiten acceder a más conocimientos, porque “aparece gente que hace malabares y se pueden ver los trucos. Sí, hay otro canal de información”, razona.
Facundo habla de cómo es moverse sin horarios ni compromisos fijos. “Por supuesto que me gusta esto de ser mi propio jefe, de manejar mis tiempos. Pero igual hay que tener en cuenta: si hoy no me hubiera levantado temprano, y no hubiese venido a hacer malabares al mediodía no voy a comer nada”. De todos modos apunta que le agrada “un poco la incertidumbre. Sé que al pasar del tiempo la mayoría de las personas acuda a la comodidad, a buscar algo seguro, fijo, pero yo por el momento me siento bien. Será porque tengo la certeza que sólo tenemos una vida y por eso día a día hago y vivo de lo que me gusta”.
Conocer el mundo.
Analiza Facundo que a veces aparece eso que se llama “presión social, esa suerte de cuestionamiento por no tener nada estable, pero la verdad es que laburo y hago todos los días lo que me gusta. Y eso no sé si todas las personas lo valoran o lo pueden llegar a hacer”, completa.
Se pone más serio cuando se le pregunta si alguna vez se plantea formar una familia convencional. “Por el momento no pienso en eso, pero tal vez un día forme una pareja y podamos recorrer el mundo; estaría bueno que tenga los mismos ideales, porque quiero recorrer el mundo. Ahora mismo arranco para Neuquén, voy a ir a Chile a comprar juguetes (elementos) porque estos ya tienen varios años y los tengo que cambiar; y sueño con ir a México. ¿Europa? Siento que para eso todavía me faltan algunos años en mi cabeza. Sé que en nuestro país está la necesidad de hacer plata, y eso me está quemando un poco mi parte de artista. Tal vez me gustaría un lugar donde las cosas no suban todo el tiempo porque ahí la cabeza ya piensa diferente, y no sólo en esto de tratar de estar sobreviviendo día a día”, reflexiona.
El tiempo dirá.
Facundo habla cuando se le pregunta de hasta cuándo se puede ser un malabarista callejero. “La verdad es que no veo gente grande en general. Supongo que el tope es hasta que las articulaciones no den más, que debe ser lo que pasa en el circo, que en la juventud se hacen acrobacias, contorsiones, malabares… y después los artistas pasan a ser payasos, presentadores, a trabajar parados. Porque ya les pasó la época de tirar una clava, una pelotita al aire, o de hacer determinadas piruetas”, sostiene.
En el final dice que “como todos saben cuando nos paramos en un semáforo hay gente a la que le gusta lo que hacemos y otra que no. Pero me quedo con los que nos agradecen y nos felicitan. Los que nos fustigan creo que tendrán sus frustraciones y se descargan con nosotros, y a esos también los entiendo. Pero me quedo con los que nos ven y se quedan mirando, y por unos minutos se olvidan de sus problemas y nos dan algunos billetes… y a veces alcanza con que nos sonrían o nos digan que les gusta lo que hacemos”, expresa.
“Con los que reniegan de nosotros, comprensión; y a los que les gusta lo que hacemos, gracias de verdad. Lo hacemos para alegrarles un ratito”, cierra Facundo. Llegó para visitar a su madre –que creía ya no lo vería por un tiempo-. “Tranqui vieja, vine a visitarte y todavía no me voy…”, dice, sonríe y va a pararse en el banquito para ofrecer su arte. Sí, arte callejero.
Cuando el semáforo cambia de color.
No importa si hay sol, o si hace frío, o si incluso una tenue llovizna cae sobre la ciudad. Igual, los artistas callejeros se expresan en esas actuaciones efímeras, que a lo sumo será de sólo 60 segundos.
Los que dicen saber señalan que el arte de los malabares habría comenzado en Egipto, y que se extendió luego por todo Europa y el mundo. Se sabe que no es una actividad fácil, porque no sólo se debe entender que hay leyes físicas (la gravedad), que juegan a la hora del despliegue corporal y el movimiento de los elementos que se utilizan.
Facundo Ferreyra explica que se dedica “a hacer disociación… se trata de hacer varias cosas al mismo tiempo; y en este momento hago spinning, que es girar la pelota en la cabeza o en el dedo; hago girar un aro en la pierna parado en el banquito, y uso las clavas. Esto todo junto”.
El joven reconoce que no siempre las cosas salen bien. “Por supuesto que hay frustraciones, errores, y pasa a eso de que se te caen los juguetes y hay que agacharse a levantarlos… y sí, a veces fallan los trucos ahí, adelante de los autos. ¿Cómo lo tomo? Depende de cómo estoy emocionalmente. A veces me río, como diciendo: ‘mirá, me sale esto todos los días y justo ahora se me cayó’. Hay veces que se me cae y me frustro… pero bueno, es cuestión de agarrar el juguete, levantarse, respirar un poco y esperar el siguiente rojo del semáforo y seguir. No queda otra”, concluye.
(M.V.)
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