El tema eterno de lealtad y traición
SEÑOR DIRECTOR:
Dicen que es prudente tomar distancia para juzgar sucesos muy gravitantes. En mi caso se debe a que he estado ausente de la ciudad, aunque para nada alejado del tema. Incluso pude andar por las carpas de la plaza del Congreso, respirando un aire como de nostalgia que allí imperaba cuando esas instalaciones ya habían perdido su razón de ser.
Mantengo mi propósito de tratar asuntos laterales cuando el tema de fondo sobrepasa mi saber. El punto que ahora me propongo abordar es la voz traición y toda la carga semántica e histórica que arrastra. Por cierto ahora, en el momento de escribir, ya se oye menos y puede esperarse que se deje de escuchar, para hacer posible un tiempo menos crispado, menos dicotómico. Durante el conflicto tuvimos demasiado tiempo (muchas semanas, y meses) con la visión de una sociedad partida por la mitad. Y eso mete miedo, salvo a los dogmáticos. De modo que para esta etapa (¿podremos llamarla nueva?) se debería esperar una disposición más integradora. Aquel dicho según el cual "el que no es mi amigo es mi enemigo", no es más que expresión ocurrente, sin sustancia, pero amenazadora y nada democrática.
Hace años, leyendo a Borges, me preguntaba si realmente Judas fue un judas. Borges inventa a unos teólogos y sobre la base de sus presuntos dichos elabora la tesis de que el Iscariote no fue realmente un traidor sino que fue elegido por el Cielo para crear las condiciones que hicieron que Cristo tuviese el final que tuvo. En un relato de Ficciones, el mismo Borges desarrolla la idea del traidor y del héroe, pareja de palabras que ahora está siendo aplicable de hecho para el vicepresidente. Nuestro autor supone que en un momento de la historia de Irlanda, Kilpatrick inspira y conduce la rebelión. Este movimiento triunfará, pero Kilpatrick ya no estará ahí para la celebración, porque habrá sido asesinado en un teatro (como Lincoln). Vivirá como el héroe de esa nación. Jorge Luis Borges conjetura que todo sucedió de muy distinta manera. El tribunal revolucionario había recibido de Kilpatrick la denuncia de que había un traidor en el movimiento y que era preciso descubrirlo y matarlo. El tribunal delibera largamente. Concluye que el traidor es Kilpatrick y lo condena a muerte. El encargado de ejecutar la condena es Nolan, quien, sin embargo, es advertido o advierte que la noticia de que el héroe era traidor puede hacer que la revolución pierda impulso. En esa situación arma toda la escena del crimen, tomando elementos de Shakespeare (Julio César). La semejanza entre esas dos entradas de nuestro escritor al tema de la traición reside en la escasa distancia que hay entre la condición de héroe y de traidor; la diferencia consiste en que Judas, que quedó "crucificado" como traidor, no lo era; y que Kilpatrick, que quedó reconocido como el héroe, había sido traidor.
Un comediante aborda el tema con otra mirada. Tirso de Molina dice que "En este mundo traidor: nada es verdad ni mentira; /todo es según el color /del cristal con que se mira". Esta mirada impresiona como liviana dada la resonancia que tiene el tema del traidor, en especial en la comunidad cristiana. Pero, también hay que decir que nuestro drama (orillamos tal vez la tragedia) no tuvo ni un solo muerto. Las carpas de la plaza del Congreso estaban una al lado de la otra y convivían, a pesar que vociferaban sus demandas contrapuestas. De todo esto infiero que lo primero por lograr es quitarle dramaticidad al momento y advertir que la experiencia democrática ha sido, al cabo, fructífera, pues al congreso se fue en busca de un voto (no una espada) que cortara el nudo gordiano. La institución dio respuesta según su modalidad. Por lo visto el resultado pudo ser otro, pero había que llegar a un final que posibilitase seguir con el gobierno, seguir con el trabajo y los negocios. En cuanto a las personas, que cada individuo acomode su carga y sienta el peso.
Atentamente:
JOTAVE
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