Los semáforos y el giro a la izquierda
¿Cuál fue el motivo para que algunos meses atrás se quitara de los semáforos del centro santarroseño la flecha que indicaba que se podía o no girar a la izquierda? Si hubo una razón técnica o legal nunca se supo o al menos no contó con la difusión que debió haber tenido. Sin embargo, aunque resulte paradójico, la señal se quitó pero los giros se mantuvieron.
Lo cierto es que esa medida agregó un elemento conflictivo más al ya muy problemático tránsito automotor en la ciudad. La reflexión se impone ante el indignado reclamo de un viajero que arribó a nuestra ciudad y quien, llevado por la lógica y ante la ausencia de flecha de giro, siguió tranquilamente por su carril bloqueando a los que sí sabían y querían doblar, provocando naturalmente sus iras. Para colmo de sus males, y llevado de la experiencia, pensó que el funcionamiento se repetía en toda la ciudad y, transitando por la avenida de circunvalación de sur a norte, intentó girar a la izquierda por Argentino Valle en dirección hacia el centro de la ciudad, de la misma forma que se puede hacerlo cuatro cuadras más adelante, en avenida Illia. La consecuencia fue que pasó muy cerca de protagonizar un accidente con los reniegos e intercambio de insultos que son del caso imaginar.
El problema, que como el lector imaginará pudo haber sido muy grave y que seguramente se repite a diario, lleva a una pregunta que se ha formulado en estas páginas desde hace años ¿quién y cómo determina la instalación y tipo de semáforos, y verifica su coordinación? La pregunta nunca tuvo una respuesta efectiva, especialmente en lo que hace a la ausencia casi total de cruces peatonales, que recién han comenzado a aparecer en la avenida de Circunvalación luego de instalado su controvertido muro de cemento que parece querer dividir la ciudad central de su periferia.
Mientras que en cualquier gran ciudad que se precie de organizada el peatón es el protagonista principal a salvaguardar en el tránsito urbano, y así debe ser, en Santa Rosa aparece como olvidado personaje de reparto que queda subordinado absolutamente ante el reinado de los vehículos. Al caminante le queda entonces, la nada grata alternativa de arreglarse como pueda y hacer del cruce de una avenida una excursión de alto riesgo.
La actitud no es nueva. El actual gobernador es recordado de su época de intendente, entre otras cosas, por haber sacado un largo guardariel gestionado por los vecinos y que salvaguardaba una muy poblada calle colectora para colocarlo en un lugar sin viviendas a fin de proteger a los automovilistas de un foso ubicado a la vera de una avenida.
El lector puede pensar en una visión absurda o exagerada, pero esta falta de coordinación ya le ha puesto un subrayado trágico a los problemas, traducido en víctimas fatales. Quizás estos días en que se habla y se procura un reordenamiento de la circulación vehicular serían el momento adecuado para una definitiva aclaración respecto a la función de los semáforos.
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