Sabado 10 de mayo 2025

Lo que ocultan los grandes medios

Redacción 16/05/2011 - 04.31.hs

Periódicamente, aunque cada vez con menos frecuencia, algún medio recuerda aquellas buenas intenciones que llegó a tener la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura) respecto a la creación de lo que se dio en llamar Nuevo Orden Informativo. Esa iniciativa, promovida hace treinta años, consistía nada más y nada menos que en crear o facilitar los medios para que la información mundial no estuviera únicamente en manos de unas pocas agencias, gobiernos o corporaciones, sobre todo en Occidente. De hecho, el por entonces Tercer Mundo era de los más interesados en acceder a este nuevo orden. Como otras tantas buenas intenciones pasó a pavimentar el camino del infierno en medio de los escandalizados grandes grupos informativos, que se desgarraban las ropas clamando por la libertad de prensa y contra el avance estatal. La iniciativa, como decíamos, fue camino al olvido pero de vez en cuando ocurren hechos que hacen añorarla.
Un buen ejemplo de lo dicho está en el caso de lo ocurrido entre el año pasado y lo que va del corriente en la lejana Islandia. Para decirlo brevemente el país, uno de los más antiguos del mundo, siguió a rajatabla las recomendaciones del liberalismo económico, lo que generó una explosiva mezcla de altas tasas de interés, caída del producto bruto, inflación y gran afluencia de capitales externos que aprovechaban una moneda sobrevaluada que dio a los habitantes de la isla una falsa impresión de riqueza -cualquier semejanza con situaciones vividas por estas tierras no parece ser casualidad-.
La consecuencia fue la quiebra de los principales bancos del país y el congelamiento de los depósitos extranjeros, lo que provocó considerables tensiones internacionales. Así Islandia, tenido por un país desarrollado, tuvo que pedir ayuda al Fondo Monetario Internacional, especialista en recetas que agregan nafta al fuego. A finales de 2008 la economía estaba devastada y el conjunto de las deudas bancarias de Islandia equivalía a varias veces su Producto Bruto. El país estaba en bancarrota.
Las enormes y pacíficas movilizaciones populares realizadas contra las políticas neoliberales provocaron la dimisión de todo un gobierno en bloque, nacionalización de la banca, referéndum para que el pueblo decida sobre las decisiones económicas trascendentales, investigación de responsables de la crisis, reescritura de la constitución por los ciudadanos y un proyecto de blindaje de la libertad de información y de expresión. De hecho varios notables banqueros y ejecutivos de grandes empresas fueron encarcelados y el no pago de la deuda externa cosechó un 97 por ciento de apoyos en el referéndum oficial, provocando las previsibles iras del FMI.
En medio de la crisis, se eligió una asamblea para redactar una nueva constitución que recoja las lecciones aprendidas. Se hizo con la votación de 25 ciudadanos sin filiación política, para cuya postulación sólo era necesario ser mayor de edad y tener el respaldo de 30 personas.
A esta altura del comentario, es justo que el lector se pregunte qué tiene que ver la saga islandesa con lo señalado al comienzo. Simplemente que, pese a haber ocurrido en los últimos dos años y comienzos del presente, difícilmente haya tomado conocimiento del hecho a través de los medios informativos habituales o si los supo fue en forma superficial y mínima, pese a tratarse de sucesos de relevancia mundial. Es que el ejemplo deja muy mal parado al neoliberalismo y exhibe una firme receta para enfrentarlo y derrotarlo. Su ocultamiento deja en claro al servicio de quiénes están los grandes medios de comunicación, cuidadosos de que el caso islandés no cunda en el resto del mundo. Muy especialmente Europa, que empieza a sufrir en carne propia los efectos de tan perversa doctrina.

 


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