Desaparición de un símbolo nacional
Una lectora de nuestro diario ha hecho saber a través de la sección Tribuna del Lector su preocupación por la cada vez más escasa presencia del guardapolvo escolar en distintos niveles educativos. La misiva, simple y directa, reflexiona sobre "la creación del hermoso guardapolvo blanco" y su original intención igualitaria, que acompañó a varias generaciones de argentinos pero que, por una u otra razón, tiene cada vez más escasa presencia entre el alumnado, por más que teóricamente siga siendo obligatorio.
No le falta razón a la lectora en su reclamo. Esa prenda escolar nació con una función, democrática, demostrativa de que al momento de aprender no hay prerrogativas de vestimenta en una escuela que debe tener vocación igualitaria. De hecho, el guardapolvo desde sus orígenes fue un símbolo de la escuela argentina, y que la destacó ante sus iguales de América. Quienes tuvieron oportunidad de ver funcionando establecimientos en otros países se han sentido sorprendidos ante la ausencia de ese símbolo, en cuya presencia escritores y periodistas suelen ensayar sus ansias poéticas apelando a menudo a la poco original pero acertada imagen de la "bandada de palomas".
El abandono del guardapolvo no parece ser casual a la mirada observadora. Más bien parecería que se inscribe o coincide con ciertas formas publicitarias de inspiración extranjera que promueven avisos con niños mayoritariamente rubios en un país de raíces morenas y que raramente portan el guardapolvo blanco. A ello debe sumarse la educación privada que acentúa su condición no igualitaria con uniformes que identifican y diferencian a sus alumnos. La ofensiva que desde casi medio siglo atrás ha sufrido la escuela pública fue integral: se copiaron modelos fracasados, se le pretendió dar un sesgo claramente mercantilista, se aplazó la construcción de nuevos edificios o la adecuación de los viejos, se pulverizó la antigua estructura planificadora, se abandonaron hábitos de lectura y comprensión, se le creó una falsa imagen de calidad y se desalentó la vocación docente mediante el pago de sueldos miserables, entre otras calamidades. Fueron muchas las armas esgrimidas para destruir la estructura del pueblo más alfabetizado de América Latina, porque es sabido que las gentes ignorantes son más fáciles de dominar.
La circunstancia, certeramente advierte la lectora, tampoco dejó al margen los símbolos -el guardapolvo en este caso- que suelen dar síntesis y sentido a las cosas. De allí que en la carta publicada aparezca como pertinente su destinatario último, el ministro de Educación de la Provincia, a quien se le piden razones que expliquen la paulatina desaparición de esa prenda capaz -dice- de "causar un significativo daño a los niños de familias humildes". La carta termina con una sentida frase que evidencia a la vez cariño y ejercicio de la ciudadanía: "Veo esta problemática desde mi lugar de abuela", dice. Y tiene razón.
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