Cada caso criminal tiene "su otro lado"
Señor Director:
Digo, lo del título, porque si es así en todo momento para quienes comentamos el acontecer, advierto ahora que el caso Candela está haciendo que más de uno se pregunte si ha llegado el momento de considerar su modo de relacionarse con la información.
La línea de separación entre las personas y la información no ha estado nunca bien marcada. Cuando hay gobiernos despóticos la línea se traza desde el poder. Ya los tiranos de tiempos anteriores al periodismo castigaban la crítica y administraban los rumores. La pregunta de estos días no pasa por el derecho a la información, sino por la forma en que lo utilizan los medios. Hace unos años se puso de moda que algunas empresas periodísticas elaborasen un código propio de conducta. Pensé, entonces, que lo hacían ante la presencia de nuevos medios de difusión masiva. Los periodistas anteriores, los profesionales acreditados, se atenían a un código implícito, pero los nuevos medios tenían algunas características diferentes, entre ellas una creciente despersonalización y un cambio de amo, por decirlo así, porque se pasaba desde estar atento al lector actual, para responder en medida creciente a la ley de bronce del mercado. Luego sucedió lo que sucedió: que los informadores empezaron a derivar hacia el mundo despersonalizado del mercado de nuestros días y procuraron, conforme a la naturaleza del capitalismo vigente, a dominar dicho mercado, abarcando la diversidad de los medios de prensa, tendiendo al monopolio y dejando de ver al lector como el ciudadano para pasar a considerarlo como el consumidor. Y la televisión creó, en determinado momento, el canal exclusivamente informativo. El anuncio rimbombante anticipaba ¡24 horas de noticias!
En los años que viví en la Patagonia pude ver cómo las emisoras de radio zonales tendían a componer su programa con dos elementos: la noticia y la música popular. Pero, el medio hizo que la noticia fuese la que el habitante necesitaba: hacía saber (lo hace, todavía) que "mamá sale mañana a las 7", "la tía ha mejorado y pronto deja el hospital"... En esos lugares dilatados y escasos de población, ésa era realmente la noticia y eso fue lo que hizo de la radio algo rápidamente integrado a la vida real. Ahora, con un mundo globalizado y con un desarrollo tecnológico que ha suprimido el espacio y genera su propio tiempo, la gente real ha sido borrada, colocándose en su sitio al consumidor: de mercaderías, de necesidades a incorporar, de prestigio, de "verdad"... La ciencia ha permitido conocer mejor los mecanismos de relación entre el individuo y su prójimo y su ambiente, así como las fragilidades del aparato cultural que debía hacer del individuo una persona. La globalización de la vida humana en el planeta, a su vez, incide en la relación de cada uno con medio y vecindad, lo extrapola y lo deja en el aire. Las 24 horas de noticias exceden la capacidad de asimilación y se desligan de la necesidad real de conocimiento del acontecer, que es río caudaloso, caótico, que no da oportunidad para la natación y exige más y más a quienes intentan ser autónomos y responsables. El aldeano no vivía ajeno al mundo, porque si llamamos mundo al ambiente creado por el hombre, lo sustancial de lo mundano se da en donde hay dos o un corto número de individuos. Lo demás, lo que la multitud de las urbes crea, es mayoritariamente respuesta a necesidades generadas por el número que debe acomodarse en un espacio. ¡Qué descansada vida /la del que huye 'el mundanal ruido /y busca la escondida /senda por donde han ido /los pocos sabios que en el mundo han sido...", decía Fray Luis hace cinco siglos.
El tema excede el espacio de este tipo de notas, pero mi intención no ha sido proponer un tratado sino incitar a plantearse el problema. No sé si se trata o si es posible huir del mundanal ruido, pero sí que hay que hacer que el ruido sea el de una comunidad pensante y no pensada por otros.
Atentamente:
JOTAVE
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