Sabado 28 de junio 2025

Grato es decir que arribó la sensatez

Redacción 24/11/2012 - 04.01.hs

Señor Director:
En el curso de la semana anterior me encontré, dos veces, con la palabra sensatez entre lo que leo habitualmente para estar al tanto del acontecer.
Curiosamente, yo mismo había sentido la presencia de esa palabra al conocer versiones sobre acuerdos entre gobierno nacional y gobierno de la CABA para llevar adelante ciertos proyectos en el ámbito metropolitano y, más tarde, ante el anuncio del jefe de gobierno porteño acerca de los subterráneos: que la ciudad se hará cargo de ellos a partir del próximo año.
Supongo que alguien tuvo la iniciativa o que alguien actuó como servicial intermediario, como una suerte de amicus ya no de la curia sino del sector ejecutivo. En mi caso, sentí alivio al pensar que la sensatez había recuperado un lugar del que nunca debería ser desalojada por nadie y menos por quienes administran la cosa pública. No sé si convendrá recordar que llamamos sensato (que tiene la virtud de la sensatez) al hombre prudente, cuerdo, de buen juicio. El insensato es lo contrario y cae dentro del significado de necio (necedad). La sensatez aparece en la expresión de todos los que han pensado las relaciones humanas y la gestión de gobierno, desde muy antiguo. Quienes leen a Miguel de Montaigne saben que este pensador del siglo XVI recoge en su Ensayos la sustancia de casi todos los pensadores que lo precedieron y dejaron testimonio accesible. Asimismo, quienes leen Ensayos encuentran la clave o las claves de la peculiaridad de la posición del hombre en el cosmos y terminan por entender que la empresa de convivir civilizadamente, de crear y compartir la cultura, es una prueba o desafío que no cesa y que interpela sin cesar. No sé si los lectores compartirán mi impresión: que, hasta Montaigne, los pensadores ponían especial dedicación a entender, explicitar y ponderar ciertas virtudes que aparecen entre los individuos de nuestra especie como resultado de haber tenido que convivir y compartir no solamente lo elemental de la lucha por la vida, sino la decisión de hacerse protagonistas y responsables de un proyecto de convivencia. Es posible que Montaigne, conocido o no, leído o no, siga siendo un maestro de la convivencia porque muchas de sus reflexiones, que destilaban una larga tradición, han pasado a ser parte de lo que damos por sabido. Lo riesgoso de no actualizar estas reflexiones consiste en que el olvido es una suerte de corrosivo de los cimientos de la construcción humana, de modo que lo aconsejable es conocer, pensar y repensar esta herencia de sabiduría elemental de la humanidad.
Siempre se recuerda la frase napoleónica según la cual cada uno de sus soldados llevaba en la mochila el bastón de mariscal. Puede que esta expresión haya sido la forma peculiar de las arengas del corso, como lo era el gusto de llamar por su nombre, reconociéndolo como persona, a cada uno de los miembros de su ejército. Es mejor, sin embargo, pensar que el talento de Napoleón le había permitido advertir que en el alma de cada hombre existe potencialmente la virtud (y las virtudes) que han hecho posible que la sociedad humana se constituya y perdure. Y que, como dijo el poeta, esa virtud latente "una voz, como Lázaro, espera que le diga: levántate y anda". Los maestros de escuela no ignoran la eficacia de la palabra estimulante cuando ésta convoca a asumir la condición humana a partir de entender que en todo hombre existe también la matriz del impulso bueno.
Si estamos celebrando el retorno, aunque sea tímido y a hurtadillas, de la sensatez, recordemos que también se ha dicho que todo hombre político lleva en su mochilla la idea de ser diputado, gobernador, presidente y, por último, ser reconocido como estadista. No es malo eso, pero la sensatez advierte que hay un tiempo para cada cosa y que no hay tantas cosas como aspirantes, de lo que se deriva que debemos valorar el momento presente de cada uno y cumplir bien la tarea de cada día.
Atentamente:
JOTAVE

 


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