Rosario a tono con su historia
Dentro del hoy un tanto desvaído folklore policial argentino la ciudad de Rosario siempre tuvo un papel muy destacado. Desde muy temprano su condición de puerto importante la vinculó a los ambientes más pesados de la delincuencia y tiempos hubo en que, dentro de esa manía comparativa tan nacional, fue conocida como "la Chicago argentina", en alusión a la violenta ciudad norteamericana de los "rugientes años veinte". Y tanto que los sucesos y el ambiente de la gran ciudad santafesina en los tiempos de Chicho Grande y Chicho Chico merecieron ser llevados al ensayo, la novela y el cine nacionales.
Los últimos tiempos parecen haber revivido aquella índole violenta de la ciudad. Algo se pudo intuir cuando no hace mucho tiempo se hicieron evidentes complicidades entre altos jefes policiales y narcotraficantes, que habían comenzado con ajustes de cuentas entre protagonistas menores. Por más que las autoridades de distintos órdenes intentaron disimularlo la relación de amiguismo y cohecho sistemático quedó en claro y provocó relevos de importancia en los más altos niveles policiales; una situación antecedente a la ocurrida recientemente en Córdoba, de la que parece calcada, y que evidencia ya fuera de toda duda que "algo huele a podrido" no en Dinamarca sino en las dos provincias más pobladas del interior del país.
En la última semana un suceso ciertamente impresionante vino a subrayar esta situación: tocados en algún punto muy sensible los intereses que se mueven en torno al narcotráfico enviaron un claro mensaje a las autoridades al tirotear abiertamente la casa particular del gobernador de Santa Fe, ubicada en el sector céntrico de Rosario. No se puede decir que los delincuentes hayan sido tímidos: el atentado se produjo en una hora normal, usaron balas de alto calibre y dispararon nada menos que catorce tiros desde dos motos, al mejor estilo colombiano. Al momento del atentado la familia estaba en la vivienda -otro detalle sugestivo de inteligencia delincuencial- y por lo que parece al menos tres proyectiles dieron en la habitación donde se encontraban, o en cercanías. El mensaje, obviamente, es de claro sentido mafioso.
Si bien el hecho sorprende por su audacia era previsible que los movimientos ocurridos generarían alguna reacción, ya que las cantidades de dinero que mueve el negocio de la droga son impresionantes y el avance de ese azote es continuo en los últimos treinta años. Hoy es tema ya olvidado pero tres décadas atrás una revista por entonces trascendente -El periodista de Buenos Aires- denunció públicamente un más que sospechoso vuelo regular entre el Paraguay, por entonces un centro distribuidor de droga, y una provincia del interior argentino, vuelo que normalmente se hacía sin pasajeros. Por los mismos años el periodista Jacobo Timmerman dijo sin rodeos que con el arribo del menemismo al poder llegaban también el juego y la droga.
Aquellas predicciones fueron acertadas, siquiera en parte y este atentado en Rosario lo revalida largamente, porque atreverse a dar semejante paso por parte de los autores habla, más que de su iracundia y forma de advertencia, de la seguridad con la que cuentan como para dar semejante paso.
Si bien conmovido por la magnitud del hecho el gobernador santafecino tuvo rápidos reflejos políticos y aprovechó la solidaridad que le manifestó de inmediato todo el arco político: "No fue un ataque a Antonio Bonfatti -dijo-, sino a la investidura del gobernador de la provincia; en definitiva, un ataque a la democracia que tanto nos costó recuperar, a las instituciones, a todos los santafesinos". Ahora habrá que ver si la acción de la Justicia es tan rápida y contundente como lo fueron los atacantes.
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