Puede no ser un robo, pero es un problema
Señor Director:
Más que principio de alguna doctrina, la frase "la propiedad es un robo" funciona ahora como un "lugar común", una frase hecha que incluso suele ser usada contra otro, rara vez aceptada contra sí mismo.
No me propongo entrar en la vieja discusión sobre el origen de la propiedad ni de sus efectos sociales. Me motiva el anticipo de la novela La Reja que pudo leerse en Caldenia del domingo 16. Matías Alinovi es su autor y ésta es su primera novela. Lo que cuenta es algo que, en alguna medida, tuvo por protagonista al autor. Alinovi había residido largos años en París y a su regreso vivió una experiencia que da lugar a su relato. La casa quinta de su familia, en La Reja, partido de Moreno, que había heredado, estaba ocupada por extraños. Al proponerse recuperarla empezó a vivir circunstancias y a conocer personas que, hilvanadas por su capacidad creativa, desembocaron en la novela. El protagonista (ya en la ficción) se pregunta a quien pertenece un bien, pues puede haber un propietario y un usuario, o unos cuidadores y, si se da la ocupación, una serie de intermediarios con los que hay que relacionarse hasta recuperar la propiedad. Llega a preguntarse qué es ser propietario. Recuerda el autor que Vélez Sársfield expresó que "es derecho del propietario destruir la propiedad", norma del Código luego reformada. Ahora el propietario se siente condicionado y él mismo termina siendo algo de la propiedad, está obligado a ciertas conductas. "La casa propia, como símbolo, determina quién sos", explica Alinovi a un periodista, "y también influye en la relación con los otros". Claro: ser propietario ubica en una categoría o clase, la de los propietarios, y diferencia de quienes no lo son. Y, si su propiedad es ocupada clandestinamente, lo introduce en nuevas relaciones, más complejas. En su caso, observó que los "ocupas" habían usado o se habían apoderado de ciertos bienes que constituían el mobiliario, pero no habían tocado otros que estaban ahí para dar ciertas características al ambiente interior, grato a los propietarios; a los ocupantes les eran indiferentes, no les eran necesarios ni los tomaron en cuenta. Estos comportamientos se observan también con quienes pagan como inquilinos. La vivienda condiciona a quien la habita, hay un dar y tomar, que dice algo de la personalidad del ocupante. Por lo que toma o deja o modifica, se puede reconstruir la personalidad del ocupante. Conviene tener en cuenta que el ocupante ilegal es alguien que ocupa un lugar que ha sido dejado vacío y que es justamente aquello de lo que él carece.
Este tipo de reflexiones me fue hecho hace un tiempo por el propietario de una casa quinta, en la que no residía de manera permanente. Me decía haberse preguntado qué actitud debería tomar si un buen día encontrase ocupada clandestinamente su propiedad. Era hombre pacífico y de considerar los motivos del prójimo. Además, veía en los diarios casos tales como el de una madre soltera con hijos pequeños, sin medios propios y sin poder trabajar, que terminaba por hacer pública su desesperación, mientras que en toda ciudad hay siempre una cantidad de viviendas desocupadas largamente, ya por problemas de sucesión, ya por una diversidad de situaciones que han afectado a sus propietarios. En las grandes ciudades, como Buenos Aires, hay millares de viviendas en esas condiciones y no pocas de ellas aparecen ocupadas, a pesar de candados y otros resguardos. El ocupante clandestino a veces obra así por entender que no roba nada al ocuparla, ya porque un aprovechador busca ocupantes y se convierte en usufructuario de la propiedad ajena, cobrando lo que le pueden pagar o haciendo prosélitos o aliados para objetivos de su interés. Hasta es posible pensar en un facilitador de ocupaciones ilegales que lo hace porque entiende estar corrigiendo injusticias y atendiendo necesidades tan reales como imperiosas.
Atentamente:
JOTAVE
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