La saga de abuelas y de nietos recuperados
Señor Director:
La aparición del nieto de Estela de Carlotto, buscado durante treinta y siete años constituyó, el pasado martes, un acontecimiento de magnitud en nuestro país, con resonancia inmediata en todo el mundo.
Fue una experiencia inesperada la que vivimos por más de uno de sus aspectos. La historia de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo está en la conciencia nacional y rompe esos muros que separan y hasta enconan las opiniones. De alguna manera todos estamos atentos a la aparición de más personas nacidas durante el cautiverio de sus madres durante la dictadura, los que simpatizan mucho y los que simpatizan con matices del empeño de esas mujeres. Ya las Abuelas, infatigables en su búsqueda, habían logrado reencontrarse con más de cien nietos. Y Estela de Carlotto siempre estaba ahí para recibirlos y, con su sabiduría ancestral, advertirles que nadie pretendería decirles ahora a quién deben querer y a quién no. Las Abuelas habían entendido muy bien, a medida que avanzaban en su búsqueda y sus hallazgos, que los nietos recuperados no eran ya niños. Su vida, casi milagrosa por las circunstancias de su nacimiento, les pertenece a ellos; los afectos o su ausencia, forman parte de la experiencia de vivir. Las abuelas los buscaban porque hay algo en la vida que manda proseguirse, continuar y desde esa fuente brota la búsqueda, que no responde a un propósito de recuperación o de desquite porque es el efecto de sentir que se ha cumplido con ese mandato íntimo, que se percibe con fuerza pero que no se logra expresar con el discurso.
Hay una frase que da cuenta de la experiencia que más duele y que no tiene consuelo. Dice: "No está bien que los padres deban enterrar a sus hijos". Es decir, hay algo que pertenece a un orden anterior al que tratamos de crear los humanos para convivir. Es el que manda gestar hijos, acompañarlos en su crecimiento y, luego, retirarse paulatinamente por respeto a esa nueva vida y su derecho de desplegarse en libertad según las preferencias que le vienen de la sangre y de las opciones que hay que hacer ininterrumpidamente. Shakespeare advertía que hay más cosas de las que conoce nuestra ciencia. Cuando un filósofo dice que la pregunta obsesiva es la que nos hace decir ¿qué me cabe esperar?, o sea, qué puede ser de mí, qué de la especie a la que pertenezco, qué del milagro de la vida, sabemos que no hallaremos esa respuesta, pero intuimos que al preguntarnos eso estamos reconociendo (o aspirando oscuramente) ser partes de un acontecer que nos trasciende y que nos impera. Nos determina sin que intervenga nuestra voluntad ni sintamos que se resiente nuestra libertad. Algunos han pensado que quizás seamos agentes de ese designio secreto y que de ahí nacen los compromisos ineludibles. Como el que movilizó a las Madres, ahora Abuelas, ya sin tiempo para esperar, y las puso por afuera del miedo en los años de la dictadura. Demostrando que esa fuerza interior, secreta, ineludible, que también toma el nombre del amor, vence al miedo, vence a la prioridad de cuidar la propia vida. Cuando se sabía de sus rondas de los jueves en la Plaza de Mayo, en plena dictadura, se asistía a una especie de milagro, puesto que la fuerza que no vacilaba en matar desde el Estado usurpado a cuanto individuo fuese un rebelde incorregible para su mirada, parecía detenerse o sentir que no podía con esas mujeres. Podía llamarlas, luego, "viejas locas", pero sentía que ellas marcaban una frontera para la prepotencia criminal de la fuerza.
El país entero siente que le concierne este encuentro de la Abuela Estela con su nieto, después de haber dado la bienvenida a más de cien otros nietos mientras se preguntaba si alguna vez llegaría la criatura de Laura (el mensaje de Laura), quien apenas la pudo tener en sus brazos unas horas antes de que le fuera arrancada, al tiempo que ella era encaminada hacia la muerte bajo la apariencia de un enfrentamiento armado.
Atentamente:
JOTAVE
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