Falta de compromiso con la educación
Como si fuera una historia típica del realismo mágico (como "Los pájaros tirándole a la escopeta"), un grupo de alumnos secundarios de un barrio popular de Santa Rosa, se transformaron en noticia nacional cuando se manifestaron públicamente para reclamar que se les impartieran clases de literatura, de las que vienen siendo privados desde comienzos de año.
La noticia sorprende porque, en el imaginario colectivo -fogueado por los medios de comunicación- suele presentarse a los jóvenes como indolentes, hedonistas, y en general, abúlicamente desinteresados por la cosa pública. Esta visión, desde luego, parte de un cliché o prejuicio, ya que la experiencia histórica demuestra que, muy por el contrario, son los jóvenes quienes promueven los cambios sociales más importantes.
Este prejuicio contra los jóvenes en general, se amplifica cuando éstos provienen de las clases populares, como los que habitan el Barrio Santa María de Las Pampas -donde se encuentra esta escuela- que a pocos años de inaugurado viene sufriendo una creciente estigmatización social.
En el discurso de estos jóvenes, incluso, sorprende que reclamen las clases no meramente para aprobar esa materia, sino porque, en sus textuales palabras, "quieren aprender".
El origen del problema es una cuestión de las que parece no poder debatirse, esto es, el lábil régimen de licencias de que gozan los docentes, y que en nombre de la capacitación profesional, termina por conspirar contra el elemental derecho de los alumnos de recibir enseñanza. Desde el sector gremial que los agrupa, invariablemente se señala que estas conductas se encuadran dentro de la ley, y que no representan más que el ejercicio de derechos laborales. El problema es que, como este caso revela, a esos derechos se contrapone la obligación del docente para con sus estudiantes, de la que aquí se ha defeccionado.
No hay dudas de que la profesión de docente debería estar entre las más cotizadas tanto en prestigio social, como en remuneraciones. Y aunque se han hecho progresos en ambos sentidos, queda mucho por avanzar, al punto que algunos candidatos en la reciente campaña electoral proponían equiparar los salarios de los legisladores con los de los docentes, dando a entender claramente que estos últimos no son de los más altos.
Esa necesaria reivindicación de la noble profesión docente, sin embargo, no se ve favorecida por actitudes como las que motivaron esta justa protesta. Párrafo aparte merece la materia cuyo dictado estaba siendo retaceado a estos alumnos: la literatura. Durante muchos años -concretamente desde los noventa- se la ha venido dejando de lado, como en general a las disciplinas artísticas, en favor del estímulo a las asignaturas técnicas, supuestamente más "necesarias".
Nunca será suficiente el énfasis que se ponga en la necesidad de que los jóvenes accedan a la literatura desde la más temprana edad. De hecho, cualquier consulta que se realice en cualquier ámbito de educación superior, coincidirá en que uno de los principales déficits del nivel secundario es que le entrega a la universidad alumnos con serias dificultades para la lectoescritura y la comprensión de textos. En un mundo donde la comunicación es un bien cada vez más preciado, la adquisición de competencias lingüísticas puede marcar la diferencia en el desempeño diario de los individuos y en su formación como sujetos.
Pero aún sin necesidad de caer en esa visión utilitaria, lo innegable es que la literatura enriquece el espíritu de los jóvenes, los introduce al humanismo, los hace parte de la cultura de su tiempo, y en definitiva, les permite una instancia de imaginación, de sueño, de superación de la frustrante realidad, muy superior y mucho más fructífera que la que proponen los paraísos artificiales tan en boga.
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