Actuaciones incomprensibles
El sistema democrático, aun dentro de su pretensión de igualdad efectiva dentro de los representantes populares, no puede prescindir de ciertos niveles de orden y jerarquía. Por cuestiones de cohesión necesita guías basadas en su inteligencia política, o en su simple inteligencia, que establezcan directrices y márgenes de prudencia. Ese proceder vale tanto para los sistemas basados en conducciones colectivas como personales.
Dicho de otra manera, muy a menudo se hace necesaria la acción de ejecutivos fuertes que marquen directivas y también concepciones globales del gobierno. De allí que el Poder Ejecutivo de algunos países –la Argentina entre ellos— esté rodeado de marcos más o menos sutiles y explícitos que lo ayuden a conducir sus gestiones, tales como la Casa Militar, la custodia y los consejos asesores, entidades todas que en definitiva hacen a su imagen y prestigio.
Por eso, entre otros detalles, resultan incomprensibles las actuaciones del presidente de la República: una, meses atrás haciendo un abierto plagio al leer su discurso ante los representantes de las Naciones Unidas; ahora, apenas unos días atrás postulando, con su autoría o aval explícito la falsificación de imágenes sugerentes de un alto consumo popular, atribuyéndolas al ámbito nacional y destacándolas como prueba del nivel de consumo del pueblo argentino. Por cierto que aparecían como sorprendentes, si no asombrosas, esas tomas de la gente disputando a mano limpia la adquisición de aparatos electrónicos dentro de un marco multitudinario de concurrentes. Lástima que las imágenes fueran reconocidas como concretadas en China, unos años atrás.
La falacia, claro, duró muy poco porque evidentemente apostó a la ingenuidad de quienes transitan las redes, que la detectaron casi de inmediato, haciéndolo trascender al ámbito internacional, donde no contribuyó precisamente a la imagen presidencial, por ejemplo en Europa, más precisamente en España, un país con el cual la falta de diplomacia presidencial llevó a roces de un nivel desconocido.
Es legítimo preguntarse entonces: ¿no hay entre todo ese séquito técnico y político que rodea a la institución presidencial alguien capaz de advertirle al mandatario su imprudencia o su error? ¿Es que todo el pretendido conjunto de colaboradores y funcionarios no es más que un globo inflado, un “bluff” dirían quienes apelan a la lengua inglesa, que les sirve para militar en una cierta jerarquía con un jugoso sueldo? Sucesos como el comentado evidencian un escaso conocimiento y manejo en sus áreas.
Se puede argüir con cierto margen de comprensión que esta clase de fallos son como una especie de atributo presidencial -recuérdese a Perón cuando habló de la energía atómica en niveles populares o a Menem delirando sobre los viajes suborbitales- pero esas jactancias corresponden a otros tiempos y circunstancias que acaso las hacen más entendibles, pero la reiteración de los errores mileístas llevan a pensar en una conducta contumaz.
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