Adicciones: atacar las causas
Se debe invertirse en educación, en promover a los sectores económicamente vulnerables, y en robustecer a la salud pública, en especial, la salud mental.
JOSE ALBARRACIN
Las 24 muertes producidas por una partida adulterada de cocaína a comienzos de este mes bien merecerían, entre nosotros, un reexamen de la situación actual del narcotráfico y la epidemia de adicciones. Y ese examen debe comenzar, necesariamente, por los Estados Unidos, que no sólo es el país que impuso en todo el globo el fallido paradigma de la "guerra a las drogas", sino que, además, es el principal mercado para ese consumo, y en buena medida, también, para el lavado de dinero proveniente de este tráfico ilícito.
Breaking Bad.
La narrativa oficial, que puede comprobarse en series televisivas como "Breaking bad", adjudica la cuestión del narcotráfico a la existencia de organizaciones criminales llamadas "carteles", afincadas en México y otros países latinoamericanos, que de algún modo introducen la droga -en esa serie, la metaanfetamina- dentro del territorio norteamericano.
La realidad es un poco más compleja que eso. Las cien mil muertes anuales que se producen en EEUU por sobredosis -una cifra que supera a las muertes por accidentes de tránsito y por disparos de armas de fuego, sumadas- tienen orígenes multicausales. Y, hoy por hoy, el principal problema no es la metaanfetamina, sino los opióides, cuya oferta en el mercado se ha incrementado exponencialmente, mientras los tratamientos contra la adicción resultan ineficientes, cuando no inaccesibles.
Esta crisis no tiene origen en Sinaloa o en Tijuana, sino en los centros de decisión política y económica de los propios EEUU. Hoy es innegable que la presencia militar estadounidense en Afganistán favoreció el cultivo de amapolas -de donde se extrae el opio- ya que buena parte de esos "productores" fueron instrumentales para las fuerzas armadas ocupantes. Y, aunque no ha sido investigado suficientemente, el rol de los militares en el transporte de esas sustancias de vuelta a su país no debe haber sido menor.
Farma.
A esto debe sumarse el rol de las propias compañías farmacéuticas, que sobre la última década del siglo pasado introdujeron distintas fórmulas de analgésicos poderosos -los llamados "pain killers"- derivados del opio. Se buscaba, así, una solución al problema aún no resuelto del tratamiento del dolor, asociado en general -pero no exclusivamente- a los procesos posoperatorios.
A la cabeza de estos desarrollos estaba Purdue Pharma, con su producto OxyContin, al que publicitaron fuertemente, adjudicándole una efectividad mayor a la real, y minimizando su potencial adictivo. Muchos médicos se prendieron en la novedad, y comenzaron a recetar estos opióides a mansalva, incluso, cobrando por sus recetas. Muchas personas comenzaron a moler o disolver esta píldoras, para aspirarlas o inyectarlas.
Existió una notoria -y sospechosa- lentitud en reaccionar, tanto de parte de las farmacéuticas, como de las autoridades sanitarias norteamericanas. Recién en la década pasada Purdue introdujo una reformulación de su medicamento, destinada a dificultar el abuso, y la CDC se puso más estricta en el control de las prescripciones médicas. Por cierto, la compañía farmacéutica afrontó un costoso litigio por su responsabilidad en esta crisis, que todavía no ha podido solucionar: un acuerdo por 4.500 millones de dólares acaba de ser invalidado por el juez actuante en Nueva York, por considerarlo insuficiente, y porque dejaba impune a la familia Sackler, dueños de la compañía.
Mientras tanto, muchas personas que habían desarrollado una adicción, pasaron a consumir opióides más fuertes como la heroína. En ambos casos se produjeron muertes por sobredosis, incluso de personas muy famosas. El cantante Michael Jackson falleció por el consumo excesivo de "pain killers". El actor Phillip Seymour Hoffman -famoso por su rol como Truman Capote- murió de una sobredosis de heroína.
Mercado.
Esa demanda generada por las adicciones a medicamentos bajo receta, pronto fue atendida por los traficantes, que comenzaron incluso a mezclar la heroína con fentanilo, un opióide aún más poderoso, y más fácil de producir en laboratorio. Precisamente por ser más fuerte, el fentanilo es más susceptible de causar sobredosis, de ahí que la cantidad de muertes por esta causa se haya duplicado en la última década. Y, desde luego, la pandemia con sus efectos negativos sobre la psiquis humana, no hizo más que empeorar la situación.
Mientras tanto, los tratamientos contra la adicción, o bien son inaccesibles por caros, y no están cubiertos por el seguro de salud, o bien se concentran en métodos de dudosa eficacia, como la equinoterapia. No ha faltado, incluso, el caso de organizaciones fradulentas, dedicadas a succionar recursos de familias desesperadas, sin proveer a cambio ningún tratamiento efectivo.
Si a esto le sumamos las dificultades que supone para la recuperación de los adictos el hecho de que se los persiga penalmente, el problema no puede estar más lejos de resolverse.
Pero por sobre todo, lo que se necesita -en EEUU y aquí también- es atacar las causas que producen la adicción, para lo cual debe invertirse en educación, en promover a los sectores económicamente vulnerables, y en robustecer a la salud pública, en especial, la salud mental. No son inversiones menores. Pero el costo social y económico de las adicciones es mucho más alto e inconveniente.
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