Cazador cazado
Una de las tantas teorías conspirativas apunta directamente al actual presidente norteamericano y a socavar su popularidad entre su propia base: los miembros del movimiento MAGA. Ahora han salido en masa a repudiarlo, quemando en público sus gorras partidarias rojas, fabricadas en China.
JOSE ALBARRACIN
El vertiginoso ascenso al poder de Donald Trump, a mediados de la década pasada, se produjo al calor de múltiples teorías conspirativas que pululaban en internet, que él mismo se encargaba de inflar, por acción o por omisión. Acaso la primera de ellas fue el mito de que el entonces presidente Barak Obama no era ciudadano norteamericano, lo que haría ilegítimos sus dos períodos en Washington. El ruido fue tanto que la Casa Blanca no tuvo más remedio que terminar exhibiendo la partida de nacimiento de Obama, certificada por el estado de Hawaii donde ocurrió, pero para entonces ya era tarde: las propias autoridades estatales (el "estado profundo") estaban en duda como parte de la conspiración. El experimento luego fue replicado aquí con el famoso título de abogada de la entonces presidenta argentina, con lo que pasó a ser marca registrada de las campañas sucias de la ultraderecha.
Menores.
Ahora Trump pretende tomar el toro por las astas y directamente suprimir el derecho de acceder a la ciudadanía por el solo hecho de haber nacido en suelo norteamericano, con lo cual se está cargando no sólo a la Cconstitución -que así lo prevé taxativamente- sino a una tradición de dos siglos en toda América.
Pero no ha sido ésta, ni por lejos, la única teoría conspirativa con la que generó el clima de incredulidad y paranoia que le permitió a él -el primer mentiroso de todos- acusar a otros de mentir. Hubo elucubraciones más perversas aún, como las famosas "Pizzagate" y "Qanon", que involucraban, en ambos casos, la existencia de supuestas redes de pedofilia en las que los clientes y operadores eran, indistintamente, miembros del Partido Demócrata, o burócratas del así llamado "deep state". El mismo que ahora buscan desmantelar con decenas de miles de despidos. Por supuesto, estas teorías nunca fueron respaldadas por prueba alguna, lo cual no hizo más que alimentar la paranoia de sus creyentes.
Pero ha querido la ironía del destino que ahora sea una de esas mismas teorías conspirativas la que haya venido a apuntarle directamente al actual presidente norteamericano, y a socavar su popularidad entre su propia base, los miembros del movimiento MAGA ("Make America Great Again") que ahora han salido en masa a repudiarlo, quemando en público sus gorras partidarias rojas (fabricadas en China).
El escándalo tiene que ver con el manejo que ha venido realizando el gobierno norteamericano de la información concerniente al caso de Jeffrey Epstein, un billonario financista que falleció en prisión en 2019, mientras aguardaba que se lo juzgue por corrupción de mujeres menores de edad (un crimen por el cual su cómplice principal, la aristócrata inglesa Ghislaine Maxwell fue condenada a 20 años de prisión luego en 2021).
Promesas.
Y es que, como el caso fue tan difundido (hubo hasta una exitosa serie en Netflix) la demanda por conocer la verdad última -y, sobre todo, la supuesta "lista de clientes" de Epstein, otros millonarios como él que habrían participado de los abusos- se hizo insostenible.
No es de extrañar: este caso tenía todos los condimentos explosivos para disparar la conspiración. Un protagonista rico, con conexiones políticas, que había venido zafando de que lo investiguen por crímenes horribles; unas autoridades judiciales que aparecían sospechosamente proclives a brindarle impunidad (en 2006, investigado por la misma causa, había recibido una condena simbólica); y, por si fuera poco, su muerte cuando se encontraba preso, que se caratuló como suicidio, pero que por la evidente negligencia de las autoridades carcelarias dio lugar a todo tipo de suspicacias.
De ahí que muchos hayan reaccionado cuando contra todas las promesas, se decidió no revelar la documentación del caso, en una declaración del Departamento de Estado asegurando que esas pruebas no ameritaban el procesamiento de otras personas. Hasta el propio Trump salió este fin de semana, en redes sociales, a solicitar a sus adeptos que dejen de "gastar Tiempo y Energía en Jeffrey Epstein, alguien que no le importa a nadie" (el uso discrecional de las mayúsculas es una marca registrada).
Lo que todos estaban esperando es que las revelaciones implicaran al ex presidente Bill Clinton, quien, famoso por sus pecadillos sexuales (recordar el caso Mónica Lewinsky) era un conocido frecuentador de las "fiestas" del malogrado Epstein.
Bumerán.
Pero ahora que el gobierno, con su actitud de secretismo, ha venido a avivar la hoguera, todo el mundo recordó que el propio Trump también era amigote del pedófilo, y asistía a sus "partusas". Es más: estaba filmado en varias de ellas, haciéndose el playboy. Y además había declarado en su momento que Jeffrey era "un gran tipo" y que conocía su preferencia por las mujeres "jóvenes".
Hasta el propio Elon Musk -otro gran conspiranoico- se encargó de recordar estos detalles picantes cuando, al abandonar su cargo en la Casa Blanca, salió a acusar a Trump de figurar en esos supuestos documentos comprometedores.
La verdad es que, por lo que se sabe de la investigación penal, salvo algún caso puntual -el del príncipe Andrés de Inglaterra- Epstein no se dedicaba a procurarle servicios sexuales de menores (algunas, chicas de 14 años) a otras personas: los acaparaba para sí mismo.
Pero cuando el bumerán ya está en el aire, no hay garantía de que no vuelva a herir a quien lo lanzó. Especialmente, cuando el "suicidio" del principal imputado se produjo, tan luego, durante la anterior presidencia del propio jefe del movimiento MAGA.
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