Dignidad imprescindible
El arraigo de las políticas de derecha en el mundo es mucho más fuerte de lo que se piensa. Su reacción ante la caída del comunismo soviético fue más rápida de lo que las fuerzas democráticas y de centro en general esperaban y sus manifestaciones (creación de la idea del “fin de la historia”, acceso a los gobiernos en Argentina e Italia, resurgimiento del nazismo en Alemania, aparición de la extrema derecha en España) dieron una pauta que se extendió rápidamente alcanzando, incluso, a los Estados Unidos.
Precisamente fue el actual presidente, Donald Trump, quien con la singular idea de “hacer nuevamente grande a los Estados Unidos” –repetida hasta el cansancio, como pedía Goebbels— inclinó a su gobierno hacia medidas de corte abiertamente fascistas, atacando sectores e instituciones que ningún otro gobierno había hecho y que sorprendieron, y ya alarman, a los habitantes del país.
Pero un rasgo sorprendente de esas derechas al frente de gobiernos es su actitud abiertamente solidaria con administraciones de ideologías similares, de los que podría ser un ejemplo extremo –aunque no inesperado— el repugnante apoyo norteamericano a Israel en el genocidio que comete en la Franja de Gaza.
Pero ahora está a la vista que para Trump no existen límites al respecto y se ha entrometido muy feamente con países que, aun estando dentro de su “patio trasero”, nunca había enfrentado abiertamente, caso de Brasil y Argentina.
En lo que hace a nuestro país esa postura hasta puede que no sorprenda, dado el grado de servilismo en que nos ha sumido el gobierno mileísta, pero en el país hermano el sector no oficialista de los legisladores habla directamente de persecución contra Bolsonaro denunciando el caso ante organismos internacionales.
La postura estadounidense, refrendada por su Presidente, llegó a tal punto que no solamente se inmiscuyó en los asuntos internos brasileños al reivindicar al ex presidente (amigo de Trump, según explícitas palabras) sino que, en la misma tesitura, determinó que a los miembros de la Corte Suprema de Justicia de Brasil –nada menos- se les prohíba la entrada al territorio del país del norte.
Bolsonaro, líder de la ultraderecha en su país y derrotado en elecciones democráticas, ha sido procesado por golpismo por la Corte Suprema brasileña “por instigar y auxiliar al Gobierno de Trump en la práctica de actos hostiles contra Brasil”. Además, los jueces le han impuesto salidas restringidas, portación de una tobillera electrónica y prohibición de usar las redes sociales.
Cabe recordar que días atrás y por los mismos motivos el presidente norteamericano había dicho públicamente que, de continuarse esa política que él entiende como contraria a los derechos humanos de Bolsonaro, elevaría en mucho los aranceles para con los productos que Brasil exporta a EEUU. La respuesta del gobierno brasileño a un proceder tan abiertamente agresivo y mezquino ha sido clara y, sobre todo, digna al decir que "ningún tipo de intimidación o amenaza, de quien quiera que sea, comprometerá la más importante misión de los poderes e instituciones nacionales, que es actuar permanentemente en la defensa y la preservación del Estado Democrático de Derecho" y que "la interferencia de un país en el sistema de justicia de otro es inaceptable y además hiere los principios básicos del respeto y la soberanía entre las naciones".
Una respuesta con la dignidad imprescindible a todo país que se precie de tal.
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