Miércoles 24 de abril 2024

El accidentado desarrollo espacial

Redacción 10/10/2022 - 10.10.hs

La semana pasada, durante un acto en Córdoba, el presidente Alberto Fernández se congratuló por la firma del contrato entre la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) y la empresa VENG para avanzar en el desarrollo del lanzador espacial Tronador II, que podrá colocar en órbita satélites de entre 500 y 750 kilogramos a una distancia de hasta 600 kilómetros de la Tierra.

 

La trascendencia del acto no es menor; la Argentina pasó a ser uno de los diez países con capacidad de poner satélites en órbita, algo que fue destacado por el presidente al mencionar las capacidades de los científicos nacionales como producto del desarrollo de la educación pública.

 

Quizás no fue debidamente asesorado como para recordar en su discurso que las actividades espaciales del país datan nada menos que de 1955, cuando se instaló en El Chamical, La Rioja, el Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados, con el prototipo del cohete experimental Orión II, que finalmente sería lanzado en el año 1966. Este antecedente nos muestra claramente que hace más de medio siglo la Argentina ya contaba con un programa espacial. ¿Qué pudo haber pasado para que aquellos logros tan significativos apenas hayan quedado en el recuerdo o ni siquiera eso, por lo que se pudo apreciar en el acto reciente?

 

Señala la crónica que en 1969 (aunque el proyecto ya tenía algunos años de antigüedad) se concretó "el lanzamiento del 'primer astronauta argentino'", el monito Juan, acto que obliga a preguntarse "por qué la ciencia argentina cuando ha incursionado en los campos en que trabajan los países más avanzados se ha ido diluyendo, hasta desvanecerse, la meta de una ciencia propia. Ciertamente que los progresos nacionales en la materia debieron ser inquietantes para las grandes potencias, especialmente las occidentales. La Argentina fue el cuarto país en el mundo en llevar un animal al espacio y traerlo vivo. Por entonces los cohetes del proyecto Cóndor ya funcionaban muy aceptablemente. Pero las vergonzosas "relaciones carnales" con los Estados Unidos que impulsara el gobierno de Carlos Menem degradaron aquella base experimental. Los norteamericanos veían con inquietud el desarrollo científico argentino porque, en su opinión, alteraría el equilibrio geopolítico de Latinoamérica. Y mucho más sus aliados ingleses, que no querían saber nada de vehículos que, lanzados desde el continente, alcanzaran las islas Malvinas.

 

Antes, con el golpe de 1976, fueron los militares en el poder los que, también sometidos a los deseos de Washington, habían terminado con aquel programa espacial. De paso, la represión en el marco del terrorismo de Estado, hizo desaparecer a algunos de los científicos más capaces del desarrollo de la investigación nuclear argentina. La desgraciada Guerra de las Malvinas evidenció la ausencia de aquellas armas y puso en evidencia la torpe concepción de quienes, por oficio, debían haber impulsado aquel desarrollo.

 

Después de una etapa democrática el gobierno de Mauricio Macri completó la tarea, torpedeando los avances logrados que nos llevaron a ser uno de los escasos países en el mundo capaz de fabricar satélites. Con la aplicación de la receta neoliberal buscó priorizar los intereses privados mediante la concreción de "negocios" con empresas extranjeras.

 

Una crónica publicada en un medio de comunicación sintetiza que "vale la pena -y es triste- destacar que en paralelo con la degradación y desaparición de esas metas, a lo largo de esos años se dio una fenomenal sangría de científicos argentinos, de la que el país -por su inestabilidad- nunca pudo reponerse completamente. Ellos, que se marcharon ya formados en lo suyo, fueron el mejor aval de la ciencia argentina. No se dio porque hubo sectores, y gente, imbricada en los gobiernos, que prefirió servir a intereses ajenos al país. Se diría que, en buena medida, todavía están allí".

 

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