El arte de la profuga
Como es sabido, esta semana se produjo una fuga en el Congreso nacional. Afortunadamente no fue una fuga de gas, sino la de un grupo de legisladores descontentos porque en el recinto se dijo que el gobierno anterior tomó deuda en el FMI... para facilitar la fuga de divisas. Un cronista de este diario, en un rapto de inspiración, tituló su comentario sobre el suceso como "El arte de la fuga". Evidentemente, hay algo muy argentino en el concepto de fuga, y una larga tradición de cultores de este arte, como aquel alto funcionario nacional del período 1973/1976, quien ante la crisis de su gobierno, anunció escuetamente: "Yo me borro". Con lo cual inspiró una simpática campaña publicitaria de los genocidas del período 1976/1983: "No te borrés, que te necesitamos", aunque no aclaraban bien para qué.
Arte.
Por supuesto, la culta expresión "el arte de la fuga" hace alusión directa al gran Johann Sebastian Bach, genial compositor alemán nacido en el siglo XVII, que no alcanzó gran fama en vida, pero hoy es considerado uno de los pilares fundamentales de la música occidental. Una de sus obras lleva ese título, por estar dedicada en forma exhaustiva a la fuga, género musical que acude al contrapunto o contramelodía como recurso principal. Algo así como lo que hacían en Argentina algunos grupos folclóricos de vanguardia en la década de los años sesenta, que motivaran aquel cruel comentario de Atahualpa Yupanqui: "Uno canta, y los otros le hacen burla".
La verdad es que no cualquiera compone una fuga, ni siquiera un simple contrapunto de dos voces. Y debe aclararse que Bach solía usar más de dos voces, lo cual volvía más complejo su discurso melódico. Pero bien visto, ese recurso de la segunda voz -que puede llegar a confundir al que escucha, haciéndole perder de vista la melodía principal- se parece un poco a esos planes intrincados de fugas de presidiarios que se ven en las películas, donde el crear una distracción es fundamental para entretener a los guardias y ganar tiempo mientras se ponen pies en polvorosa.
Entre nosotros el gran Astor Piazzolla -que no por nada estudió música clásica junto a la exigente maestra francesa Nadia Boulanger- se despachó con un tangazo titulado "Fuga y misterio" con lo cual se apropió del género. Como antes se había apropiado del -también alemán- organillo portátil conocido como bandoneón. ¿Cómo quedaría un video de la fuga de diputados con esta música de fondo? Después de todo, es la que empleaba en su programa un afamado periodista de TV, gran succionador de botas militares.
RAE.
La Real Academia Española sólo considera este significado musical de la palabra fuga en tercer lugar. La primera acepción, por supuesto, es "acción de fugarse". Y la segunda, "salida accidental de gas o de líquido por un orificio o una abertura producidos en su contenedor". Si el lector está esperando que a esta definición le siga algún chiste escatológico, o que la relacionemos con algún legislador u otra figura pública, lamentamos decepcionarlo: es un esfuerzo, pero hay que mantener el recato.
Después se menciona otra acepción que periódicamente empleamos en nuestro país: la llamada "fuga de cerebros". La RAE la define como "emigración al extranjero de numerosas personas destacadas en asuntos científicos, culturales o técnicos, para ejercer allí su profesión, en detrimento de los intereses de su país". ¿Cuántos científicos, intelectuales, artistas, han debido abandonar el país por la censura, la crisis económica, el autoritarismo? Si hasta parece casi obligatorio, ya que como decía hasta el propio Jesucristo, nadie es profeta en su tierra (Juan, 4 44).
Desde luego, no debe confundirse este concepto con el novedoso espectáculo de empresarios, bataclanas y operadores judiciales que últimamente se han dado al exilio uruguayo, como solían hacer los unitarios del siglo XIX. A esos no los corre nadie, al contrario, los están llamando para que vengan, sobre todo desde Tribunales.
Polisemia.
Como se ve, "fuga" es una palabra polisémica, esto es, soporta varios significados distintos. Por eso quizá resulta tan elusiva, como si hasta la propia palabra quisiera fugarse de sí misma. Quizá por eso también parezca apropiada para designar alguna cualidad del ser argentino, ese que se nos escapa entre los dedos cada vez que intentamos asirlo.
Tal parece, el ser nacional se comporta como esas partículas subatómicas que, según la física cuántica, pueden mutar y existir como onda o como materia, pero eso sólo se sabe cuando se las observa. Sin que se sepa bien qué hacen cuando no hay un ojo humano mirando desde el otro lado del microscopio. Con semejante narcisismo a cuestas, esas partículas bien podrían ser argentinas.
Ah, por cierto, los argentinos no hemos podido dejar tranquila a la palabra "fuga" tampoco. En las crónicas policiales, cuando algún delincuente huye, decimos que "se profugó". El origen de este neologismo no está claro. Probablemente tenga que ver con que el que se fuga no se llama fuguista, ni fuguero, sino "prófugo".
Aparentemente tenemos que darle otro nombre cuando el que se evade es un delincuente, y nos reservamos la palabra "fuga" para el resto de la paisanada. Quién sabe, a lo mejor eso de agregarle el "PRO" antes de "fuga" es para dar a entender que el que se está fugando es todo un profesional.
PETRONIO
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