El ausentismo es la “fuerza política” más numerosa del país
El aumento de la abstención electoral es un síntoma del descreimiento en el orden político argentino, especialmente entre los sectores más humildes donde el fenómeno se expresa con mayor intensidad.
SERGIO SANTESTEBAN
El ausentismo volvió a crecer y alcanzó la cifra más alta desde 1983, cuando se recuperaba el sistema institucional con el final de la última dictadura. Este 26 de octubre el 32% de los argentinos habilitados para votar se quedó en su casa. En las legislativas anteriores, en 2021 y con pandemia de Covid, la abstención había alcanzado el 29%; cuatro años antes, en 2017, el 23%, y en 2013 el 22%. El número de ciudadanos que eligen no votar viene escalando sin descanso, a tal punto que hoy se ha convertido en la “fuerza política” más numerosa.
Si usamos cantidades en lugar de porcentajes se ve más claramente. En números redondos, el padrón contiene 36 millones de personas habilitadas para sufragar. De ellas 11,5 millones eligieron no votar; la Libertad Avanza obtuvo 9,3 millones de votos y el peronismo y sus aliados 8,1 millones.
Para no abrumar con tantos datos que puedan oscurecer antes que aclarar este análisis prescindiremos de más números, pero lo cierto es que en no pocas provincias del país la abstención viene alcanzando niveles aún más altos.
Mirar para otro lado.
Con estas cifras al alcance de todos, resulta francamente decepcionante el hecho de que tanto la dirigencia política en general como la mayoría de los periodistas, politólogos y analistas que presumen de ser los más reputados no le otorguen a esta cuestión la importancia que merece. En la mayoría de las entrevistas y de los análisis que se vienen leyendo o escuchando, especialmente en los medios porteños –que son los que mayor audiencia tienen- se pregunta o se habla del ausentismo como si fuera un tema más, un daño colateral y se pasa inmediatamente el siguiente punto, por lo general más trivial y vinculado casi exclusivamente a la performance de tal o cual figura, de su futuro, de sus detractores, etc. En el espectáculo de la política no es novedosa la preferencia por el cotilleo; el proceso de farandulización viene de lejos y deja ver que “garpa más” hablar de las “roscas”, los cruces verbales, los posicionamientos, las alianzas, etc. antes que de los procesos, a veces no tan visibles, o incluso invisibilizados, que se despliegan en la sociedad y que afectan mucho más la vida de las personas.
Si bien es cierto que, por lo general, las elecciones legislativas no despiertan el mismo entusiasmo que las que dirimen cargos ejecutivos –nacionales, provinciales o municipales- también lo es que en estas últimas viene descendiendo la participación ciudadana. De hecho, la última elección presidencial, en octubre de 2023, registró el 26% de ausentismo, el mayor en su categoría desde 1983.
Ausentismo desigual.
Hay estudios que, si bien son locales o regionales, ayudan a comprender mejor el fenómeno general. Se han medido caídas del 5% en promedio en cada década desde la recuperación de la democracia. Es muy sencillo advertir que esos datos locales se aproximan mucho al nivel nacional con la información disponible hoy. Pero en cuanto a la composición social del “voto ausente” las conclusiones son mucho más significativas. En las ciudades de Rosario y de Buenos Aires las mediciones detectaron que en los barrios más pobres crece el ausentismo con relación a las zonas donde viven los más pudientes. El sociólogo Artemio López, citando algunos de esos estudios, habla de una “distribución desigual del ausentismo”. Señala que existe “un claro sesgo socioeconómico en la no participación” y concluye que hay “una relación directa: a mayor vulnerabilidad social, más ausentismo electoral”.
López advierte que los sectores humildes “se sienten menos representados por el proceso electoral”; lo contrario ocurre con los sectores altos porque “el voto positivo crece hacia la cima de la pirámide social”, lo que configura, de hecho, “un voto calificado estructural”. Más claro, imposible.
Deuda interna.
Estamos, sin duda, ante otra enorme deuda de lo que llamamos “democracia” y no se advierte demasiado interés en abordarla por el tratamiento ligero, como dijimos, que le dispensan buena parte de la clase política y los grandes medios de desinformación. Aquella frase de Raúl Alfonsín: “con la democracia se come, se cura y se educa” pronunciada al calor de las expectativas que provocaban el retiro de la dictadura y el advenimiento del voto popular, quedó sepultada por una realidad asfixiante para enormes capas sociales. El crecimiento de la desigualdad, con la consolidación de una elite económico-financiera cada vez más rica y poderosa y, como contracara, el empobrecimiento dramático de enormes franjas populares, es lo más decepcionante que le ha sucedido al país en estos 42 años de gobiernos surgidos de las urnas.
Los sucesivos comicios desnudan la decepción de millones de compatriotas que se sienten excluidos del sistema institucional, y tienen muy buenas razones para sentirse así, a pesar de que la ley dice que el voto es obligatorio. Si la democracia es “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” resulta evidente que una crisis de representatividad está avanzando y desnaturalizando sus propios cimientos.
En nuestros días, con un gobierno de ultraderecha como el de Javier Milei y sus socios del desteñido PRO, de parte de la UCR y del PJ, y de otros pequeños espacios y caciques con peluca, mucho más interesados en “honrar” la deuda externa que la interna, seguirá aumentando el número de “afiliados” al “partido del voto ausente”. Una apuesta riesgosa que podría deparar, en un futuro no muy lejano, consecuencias nada favorables a la salud de lo que llamamos “democracia”.
Artículos relacionados
