Lunes 18 de agosto 2025

El “Coloso” que vuelve a chocar la calesita

Redacción 18/08/2025 - 00.15.hs

Sturzenegger y su recorrido por la función pública. Quedó en el ojo de la tormenta al hablar del caso del fentanilo y la Anmat.

 

Por Ricardo Ragendorfer*

 

¡Pobre Manuel Adorni! A las apuradas, robándole horas al sueño y asistido por los estrategas de la consultora Move (que maneja una pauta oficial millonaria), publicó un extenso texto en X (antes Twitter) para culpar al kirchnerismo por la crisis sanitaria causada por partidas contaminadas de fentanilo, reivindicando el buen nombre de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat) y el honor del ministro de Salud, Mario Lugones, de quien depende este organismo. Pero alguien le bajó de un hondazo su relato.

 

Un típico caso de fuego amigo. Porque ese “alguien” no era otro que el ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger.

 

Cabe destacar que él no obró así por una animosidad en especial, ya que, simplemente, “se fue de boca”, según comentarios que corren en los pasillos del poder. Para colmo, eso sucedió casi en paralelo al posteo de Adorni, cuando se prestó a una entrevista para el canal de streaming Deja Vu.

 

En esa circunstancia, muy relajado, no vaciló en argumentar:

 

-El (sic) Anmat dice: ‘yo voy a cuidar los medicamentos’. Y falló; o sea, el Anmat me desprotegió. Si no estaba el Anmat, yo hubiera hablado con mi médico y me hubiera cuidado mejor…

 

En sus dichos aludía, implícitamente, a la inacción criminal de Lugones. En la Casa Rosada, en tanto, Javier y Karina Milei montaban en cólera.

 

Por esa razón, al día siguiente el bueno de Sturzenegger se vio obligado, primero, a visitar el despacho de Lugones para ofrecerle sus disculpas y luego tuvo que prestarse a una entrevista que le armaron en TN con el guacamayo Joni Viale, donde se deshizo en explicaciones. “Yo hablaba de la vieja Anmat”, dijo entonces una y otra vez. Ya no se lo veía relajado.

 

Una suerte que Viale no le preguntara sobre su propio papel en el asunto: haber despedido de ese organismo a cientos de empleados, además de reducir su presupuesto al mínimo, lo que, obviamente, incidió en sus tareas de control.

 

En definitiva, la catástrofe que desató el fármaco venenoso adquiría visos de comedia negra. Muy negra, ya que el conteo de sus muertes –casi un centenar al cierre de esta edición– ya superaba el de las víctimas del atentado a la AMIA.

 

Lo cierto es que, ahora, Sturzenegger se encuentra sumido en un riguroso bajo perfil y ni siquiera les atiende el teléfono a periodistas de su confianza. Con lo que le gusta hablar ante las cámaras, su silencio debe ser muy duro para él. Y también para los televidentes. Particularmente para ellos, ya que los detalles de color que suele verter en tales ocasiones son sublimes.

 

Uno de ellos ocurrió en ese mismo streaming de Deja Vu, al rememorar, con una pícara sonrisa, la reunión de seis horas que tuvo con Milei durante la campaña electoral, cuando le mostró el borrador de lo que después sería la Ley Bases.

 

–Javier se entusiasmaba. Por momentos gemía, Parecía como que estaba teniendo sexo… como que estaba teniendo un orgasmo– dijo el ‘Coloso’.

 

Una gran escena de la historia contemporánea. O durante una entrevista en La Nación+, cuando Luis Majul quiso saber si “echar a 50 mil empleados estatales era un acto de crueldad”.

 

La réplica de Sturzenegger, no sin una pizca de enojo, fue:

 

-Está mal planteada la pregunta. Vos tenés que preguntar sobre los miles de puestos que se crearon cuando les devolvimos dos mil millones de dólares a los argentinos porque no le tenemos que pagar a esos 50 mil ñoquis.

 

Un genio en el arte de la falacia. En este punto, volvamos a la Ley Bases, su obra maestra, a la que volcó en dos gigantescas pilas de hojas tamaño oficio. Son 366 artículos que derogan o modifican unas 500 leyes para reemplazarlas por otras tantas de su inventiva. Es necesaria una perseverancia enfermiza para idear semejante cosa.

 

Dicen que la elaboración de ese mamotreto lo mantuvo ocupado durante los primeros ocho meses de 2023. Su resultado conduce hacia un interrogante: ¿acaso la vida imita a la literatura? Porque lo suyo excede con creces el marco de una simple ensoñación legislativa para consumar una verdadera hazaña en el campo de las fantasías distópicas. Un apego a la irrealidad que desnuda una de las frustraciones de su ser.

 

Trayectoria.

 

Su debut profesional fue cómo docente en la Universidad de California, antes de volver, en 1994, a la Argentina por un conchabo que lo catapultaría a las ligas mayores: economista jefe de YPF por voluntad expresa del ministro menemista Domingo Felipe Cavallo. Un lustro después, ya desafectado de ese paso por la función pública, lo contrató la Universidad Torcuato Di Tella para ejercer el decanato de su Escuela de Negocios. Allí cimentó su prestigio como cuadro joven del neoliberalismo. Eso hizo que, en marzo de 2001, el ministro de Economía del Gobierno de la Alianza, Ricardo López Murphy, se fijara en él, sumándolo a su equipo con el cargo de secretario de Política Económica, justo antes de ser reemplazado por Cavallo, quien lo conservó a su lado.

 

Había que verlo por TV cuando anunció el “blindaje del FMI”, un ajuste brutal que incluía la quita del 13% a los haberes de estatales y jubilados, de la que no fue ajena Patricia Bullrich. Sus ojos lucían inyectados en sangre.

 

También fue artífice del “megacanje” (una transa con bonos que elevó hasta límites siderales las comisiones a los bancos extranjeros y, por ende, la deuda externa, provocando así un estallido inflacionario).

 

Ambos desatinos tuvieron un efecto no previsto: la insurrección popular del 19 y 20 de diciembre de 2001. En medio de esa circunstancia, él se escabulló a hurtadillas del Palacio de Hacienda, mientras el presidente Fernando de la Rúa huía de la Casa Rosada en helicóptero.

 

De esa fase de su vida conservó por años un souvenir: su procesamiento (por lo del megacanje) del que recién fue sobreseído en 2016, gracias a los buenos oficios del entonces presidente Mauricio Macri. Este lo había rescatado del ostracismo ocho años antes, ya entronizado en la jefatura del gobierno porteño, al conferirle la titularidad del Banco de la Ciudad. Y siempre de su mano consiguió, en 2013, una banca en la Cámara de Diputados que mantuvo por dos años, hasta que el líder de PRO –ya en el Sillón de Rivadavia– lo puso al frente del Banco Central.

 

Desde allí, al tipo se le ocurrió poner en práctica una serie de medidas para controlar la inflación en un 10% anual. A saber: eliminó el cepo bancario; ideó un sistema de créditos hipotecarios llamado Unidades de Valor Adquisitivo (UVA), indexadas al aumento del costo de la vida (que resultaron ser un himno a la usura), además de crear letras de la institución a su cargo, las Lebacs y los Leliq (que ahora Milei intenta denodadamente eliminar), junto a un disparatado tipo de cambio flotante. El resultado fue una inflación del 47% en 2018, el más alto, por entonces, en más de cinco lustros.

 

Ese año fue eyectado del cargo. Ahora, con Milei, la vida le brindó una tercera oportunidad. Los resultados están a la vista. (*tiempoar.com.ar)

 

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